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Bucheon era un pueblo de lo más monótono y aburrido en el que nunca pasaba nada. Sus vecinos se podrían haber muerto de aburrimiento si no hubiese sido por las peleas de los dos niños más adorados del lugar.

KyungSoo era siempre perfecto y educado, JongIn un niño revoltoso como cualquier otro, pero, cuando se juntaban esos dos en algún evento o celebración, inevitablemente ocurría algo; de hecho, siempre que estaban cerca, estallaba una guerra. Tanto era así que los vecinos hacían apuestas con sus trastadas.

Incluso en el bar de Suzy, el lugar más concurrido del pueblo.

Por la mañana, este local era el típico bar de ambiente hogareño repleto de mesas familiares con sus inmaculados manteles blancos adornados con flores frescas y sus ricos menús del día que tentaban a todos los transeúntes al ser anunciados en la pizarra de la entrada. Pero por la noche, con su gran barra y sus famosos combinados, se convertía en un espacio sólo apto para mayores.

Lo que nunca cambiaba de este singular establecimiento era la gigantesca pizarra con los tantos de cada niño. Todas las semanas se apostaba sobre quién sería el primero en hacerle una trastada al otro, y mensualmente se apostaba sobre cuál de los dos era el vencedor.

En ese momento, Suzy, una mujer de mediana edad, un poco rolliza, pero con una preciosa sonrisa y una maravillosa melena de pelo rojizo, dueña, camarera y a veces también cocinera del local, repasaba la pizarra en voz alta para valorar quién ganaría ese mes.

—Bien, veamos: JongIn tiene cinco tantos y KyungSoo, seis... ¡por lo que este mes va por delante el angelical chiquillo! —exclamó Suzy llena de euforia, porque le encantaba ese niño.

—¡No puede ser, Suzy, revísalo otra vez! Yo creo que van empatados —protestó Jeff, el tendero local que siempre apostaba por el empate y que regularmente se llevaba el bote.

—¡Esta vez no vas a ganar, Jeff! —gritó otro de los presentes.

—¡Sí, en esta ocasión el crío lleva ventaja! —señaló un admirador de Don Perfecto, que así era como lo conocían.

—De eso nada, seguro que el Salvaje hace algo antes de terminar el mes —apuntó un tercero aludiendo a JongIn por su apodo.

—Sí, todo está demasiado silencioso y tranquilo últimamente —opinó Jeff, con el que todos estuvieron de acuerdo.

—Bueno, repasemos las trastadas mensuales —continuó Suzy—: En la celebración de la fundación del pueblo, JongIn acabó dentro de la tarta y KyungSoo dentro de la fuente de la plaza.

— Sí —admitieron todos sonrientes al recordar las jugarretas de esos dos.

—En la boda de Mara, KyungSoo acabó atada con un gran lazo rojo en la mesa de regalos, pero, cuando se desató, no sabemos cómo, consiguió meter a JongIn en el baúl de la banda de música, y juro por Dios que ese niño estuvo a punto de irse de gira si los hermanos de KyungSoo no llegan a darse cuenta de que su amigo no estaba.

—Pobrecito, la castigaron durante mucho tiempo sin salir por eso —se quejó Luke, un anciano pensionista declarado defensor de KyungSoo.

—En el cumpleaños de ChanYeol —continuó Suzy—, la piñata que rompió KyungSoo estaba llena de bichos que le cayeron encima, y JongIn, al final de la fiesta, acabó sentado encima de la boñiga del poni.

—Hay que admitir que el niño es imaginativo, ¿cuántas horas le habrá llevado cazar todos esos insectos? —comentó Dylan, el mecánico del lugar.

—En la excursión del colegio, KyungSoo se quedó encerrado en el baño de la gasolinera de Marcus.

—Sí, ¡qué pena! Se pasó horas llorando —apuntó Marcus apenado.

MPSA_KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora