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Las jugarretas de los niños continuaron. A medida que iban creciendo, éstas se tornaban más ingeniosas. Además, se pinchaban continuamente para ser el mejor y el más perfecto en las actividades extraescolares, y así se pudo ver como el pueblo de Bucheon tuvo al mejor alumno en clase de cocina ante un furioso KyungSoo, así como al excelente y más violento jugador de hockey ante un asombrado JongIn.

Cuando los niños competían entre sí, era la guerra, pero, cuando se juntaban, resultaba asombroso ver como se compenetraban para lograr ser los mejores en aquello que estuviesen haciendo. A pesar de que en ocasiones pactaban una pequeña tregua por el bien de la comunidad, sus pillerías seguían siendo la mejor diversión ante los monótonos días en ese aburrido pueblo.

En todos los años que tenía Yejin, y ya eran muchos pues estaba cerca de los sesenta, nunca había presenciado una serenata tan espantosa como la que dedicó su nieto al vecino.

Todo había comenzado esa misma mañana, cuando había visto a su nieto de quince años correr de un lado a otro de la casa con sus ahorros en la mano.

—Abuela, ¿me prestas cinco dólares? —preguntó JongIn con cara de angelito, por lo que en esos momentos Yejin supo que planeaba una de las suyas.

—Espero que no quieras el dinero para hacer alguna de tus trastadas —dijo la abuela mientras le tendía el dinero, sin poder resistirse a la mirada lastimera de esos preciosos ojos marrones.

—No abuela, es para dar una serenata un chico. Me faltan cinco dólares para poder alquilar los instrumentos.

—¡Oh, ¡qué romántico! —declaró Yejin conmovida—, tu abuelo también me cantaba al pie de la ventana cuando éramos jóvenes. ¿Y quién es el afortunado...?

JongIn no dejó que su abuela terminara la pregunta. Rápidamente le dio un beso en la mejilla agradeciéndole su aportación y se despidió mientras salía por la puerta:

—¡Ya lo verás, abuelita!

En cuanto Yejin vio como los ojos de su nieto brillaban emocionados y una sonrisa ladina cruzaba su rosto mientras se despedía con esas palabras, supo que no era nada bueno lo que tenía planeado para ese día, y que, sin duda, el vecino andaba implicado en ello. Ojalá se equivocase, pero conocía demasiado bien a su nieto y esos ojos que le delataban cuándo estaba planeando una de las suyas.

La tarde transcurrió plácida, sin que ocurriera nada, por lo que Yejin se preguntó si por primera vez en años se habría equivocado con su nieto. Pero después de cenar JongIn corrió a su habitación teléfono en mano y allí se encerró durante un buen rato.

Yejin comenzó a sospechar, y sus sospechas se vieron confirmadas cuando minutos después apareció ante la puerta de su casa un grupo de cinco niños vestidos con vaqueros raídos, camisetas de calaveras y cadenas por todas partes. Uno de ellos, el que menos cadenas llevaba, preguntó amablemente:

—¿Está JongIn?

A la abuela no le dio tiempo a contestar cuando apareció su nieto corriendo como un torbellino y vestido como los demás.

—¿Está todo preparado? —quiso saber mientras salía por la puerta hacia el jardín del vecino.

—¡Todo listo! —contestó uno de ellos.

—Bien, ¡que empiece el espectáculo! —gritó JongIn animando a sus amigos.

Yejin, resignada a las correrías de su nieto, se sentó en la vieja silla del porche con una limonada a la espera de que comenzara la función.

En el jardín trasero de la señora Park, en el silencio de la noche, habían sido montadas una batería, dos guitarras eléctricas con amplificador, un bajo, una pandereta y un micrófono.

MPSA_KaiSooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora