Capítulo V:

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Deja vu:

Al finalizar la llamada quedé tan pasmada que incluso 20 minutos después aún seguía exactamente en la misma posición por miedo a que no fuera real.

Habían transcurrido varios días desde la última vez que hablamos y el hecho de que fueras tú el primero en intentarlo arreglar citándome en mi café favorito solo me hizo sonreír como una tonta y desear con ansias que transcurrieran volando las próximas 48 horas para volverte a encontrar.

Y aunque juro que intenté contenerme y no hacerme expectativas con nuestro reencuentro no pude evitar llegar antes de lo planeado y reservar en mi mesa favorita.

Esa que está justo al lado del lago y que ofrece esa maravillosa vista casi irreal.

La misma que fue testigo de nuestra primera cita, de nuestro primer beso.

Esa en donde nos juramos que pasara lo que pasara nada ni nadie nos iba a separar.

Lástima que solo fue eso...

Porque fue solo verte llegar y sentir como todas y cada una de mis ilusiones se desvanecían.

Fue mirarte a los ojos y saber que lo nuestro estaba a punto de terminar.

Por un momento creí que era mi imaginación.

Me aferre a la idea de que tal vez el semblante que lucías y la vibra que desprendías eran solo cosa mía y que tú estabas normal.

Que no había nada fuera de lo habitual.

Que aún existía un nosotros.

Que cumplirías tu promesa.

Que no me habías dejado de amar.

Hasta que te sentaste frente a mí y tu patético intento de sonrisa me recordó el por qué, aunque me moría de ganas de llamarte cada noche me había abstenido y no te había vuelto a buscar.

En cuestiones de segundos el camarero apareció junto a nosotros para tomar el pedido y me vasto solo escucharte para saber que este era el final.

La ira y la tristeza sustituyeron rápidamente a la efímera felicidad que hasta ese momento había conservado y fue ver como ordenabas mi especial favorito con un toque extra de azúcar para saber que estabas dispuesto a soltar toda tu mierda una vez más.

Sin importarte nada ni nadie.

Sin tener en cuenta a quien le pudiera salpicar.

Fue fijarme en los sutiles y sincrónicos movimientos entre tus pies y tus manos o la forma tan estúpida en la que tragaste en seco y que al instante intentaste disimular para saber que mis sospechas eran ciertas.

Ibas a dejarme.

Tal y como lo hiciste hace tres meses en mi cumpleaños, o aquella vez en mi restaurante favorito y la vez anterior a esa en las vacaciones de navidad.

Y lo peor.

Lo que más me duele.

Es la confirmación de saber que es por ella.

Porque aunque me mientas y me asegures que esto es solo otra crisis y que con el tiempo se va a solucionar yo sé que en el fondo es por ella, porque para ti no existe nadie más.

Debiste suponer que algo había deducido por mi creciente cara de espanto así que en lugar de ser sincero y ahorrarnos las mentiras que ambos sabíamos que ibas arrojar decidiste echar sal en la herida y abrirla aún más.

Una risa amarga y carente de alegría de esas que te acompaña en la ironía broto de mis labios y te hizo callar.

La verdad no tengo idea de dónde salió toda esa valentía para cerrarte la boca y emprender mi camino fuera del lugar.

Supongo que de las tantas veces que viví la misma situación en diferentes escenarios y con la firme esperanza de que con cada intento el resultado no sería el mismo, pero todos y cada uno de ellos fue en vano.

Porque aunque yo estuve dispuesta a perdonarte y volverlo a intentar una y otra, y otra vez más, tú no dejaste de aferrarte a ella y ponerla por encima de todo y de todos.

De priorizarla como si fuese lo único valioso en tu vida.

Lo único por lo que mereciera la pena luchar.

Y si algo tenía claro es que esta vez no me quedaría en espera hasta que entendieses que ella no vale la pena y decidieras regresar.

Esta vez no toleraría ser el plato de segunda mesa.

No estaría disponible para los ratos libres y las escapadas furtivas que me pudieras dar.

Esta vez no aceptaría las migajas, ni las falsas promesas, ni las noches en vela.

No derramaría más lágrimas por una causa perdida.

No me rebajaría al papel de amante o de víctima una vez más.

No estaba dispuesta a ser el premio de consolación de nadie.

Ese que tanto te gustaba presumir pero nunca te atreviste a mostrar.

Esta vez rompería el cilco y me aseguraría de que el deja vu en el que había estado viviendo terminase de manera diferente y no se repitiera nunca más.

Mi reflejo en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora