CAPÍTULO 9:

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UNA GUÍA PARA VIVIR SIEMPRE FELIZ

Tan concentrada estaba la princesa en su Guía para vivir siempre feliz que, para ella, sólo habían pasado unos
segundos cuando se detuvo su carruaje a la puerta del palacio. Incapaz casi de apartar los ojos de la página
que leía, descendió del carruaje y caminó hasta la puerta principal con el libro en la mano, marcando con el
dedo la página en la que se había quedado.
El cochero dejó su bolso en el palacio al lado de la puerta principal. Guiada por la inconfundible fragancia de
rosas del vestíbulo, la princesa levantó la vista hacia los jarrones de cristal tallados a mano que descansaban
sobre los blancos pedestales de mármol dispuestos a ambos lados de la entrada. Era cierto, los jarrones
estaban llenos de docenas de rosas rojas frescas.
-¡Mira!, ¡Nos ha cogido rosas, Victoria! - dijo Vicky-, ya se está recuperando.
-Quizás, Vicky. Pero también es probable que las haya cogido porque tiene miedo de que le dejemos. Ya
sabes que siempre se porta así de encantador cuando cree que le vamos a abandonar, pero no dura mucho.
-¡A-ha!, todavía nos quiere y las rosas lo demuestran.
-No quiero hablar de eso ahora, Vicky, -le dijo Victoria que sólo quería volver a leer el libro.
Aliviada, pues parecía que el príncipe no estaba en casa, subió corriendo las escaleras hasta el dormitorio
principal y se tumbó en la gran cama de bronce. El olor de las rosas le hizo mirar hacia el jarrón que estaba
encima del tocador ya que, al igual que el resto, había sido adornado con rosas rojas.
Asimismo, deseando que Vicky no empezara de nuevo a hablar, la princesa abrió el libro por donde lo había
dejado y leyó durante un buen rato identificándose en cada página... algo que a Vicky le pareció tan lamentable
que le hizo interrumpir su propio pensamiento.
-¡Todo, eso no es más que una sarta de estupideces! Sería mejor que tiraras el libro y te olvidaras de todas
esas ideas tan absurdas de Doc, ya que sólo van a conseguir que tengamos más problemas con el príncipe.
¡Lo sé, lo sé!
-¿Qué nos queda por hacer? -preguntó Victoria-, ya hemos probado con todo lo que se nos ha ocurrido y no ha
funcionado. Seguir el consejo de Doc es nuestra única esperanza, además es un sabio, Vicky, es un
especialista.
Desde ese mismo día, la princesa se llevaba el libro de Doc a todas partes para poder leer una página aquí y
un párrafo allá a la mínima ocasión. Era como si la Guía para vivir siempre feliz hubiera sido escrita sólo para
ella. Subrayaba en rojo los pasajes más importantes, aunque tan acostumbrada estaba a hacerlo para el
príncipe que, muchas veces, debía recordar que ahora lo estaba haciendo para ella. Repasaba los párrafos
señalados, sobre todo cuando el Señor Escondido comenzaba uno de sus discursos injuriosos.
-Las palabras pueden hacer tanto daño como los puños. Debes mantenerte alejada -decía el capítulo tercero-
de las discusiones acaloradas y de los silencios cortantes. -La princesa sabía que era una gran verdad, pues
sus propias heridas, aunque no fuesen visibles, eran una prueba de ello.
La lectura del libro no resultó una tarea fácil ya que, en ocasiones, tenía que leer la misma frase cuatro o cinco
veces antes de poder entenderla. Asimismo y de forma misteriosa, algunos pasajes desviaban su atención
hacia otra cosa y tenía que volver a leerlos varias veces, pero, aún así, con frecuencia al volver la página un
minuto más tarde ya no se acordaba de lo que había leído. Nunca le había sucedido nada igual, ni siquiera
estudiando para ¡os exámenes finales como alumna de la Universidad Imperial. Pero, claro, en aquel tiempo
Vicky no intentaba distraerla siempre.
Ésta dudaba entre echarse a llorar o coger rabietas en su afán por impedir que Victoria siguiera los consejos de
Doc.
-¡No me creo las tonterías que aparecen en ese libro tan absurdo y no voy a hacer lo que dice! -dijo a gritos un
día Vicky-. No me importa lo que dice sobre dejar de jugar con el príncipe y de bailar juntas. Me encanta jugar y
bailar... ¡ya lo sabes! ¡No voy a dejarlo!
-No lo entiendes, Vicky, No se trata de ese tipo de juegos o de bailes, se trata de...
-Y todas esas ideas tan confusas de cómo no ayudamos al príncipe... igual que el pobre pony tan rechoncho y
tan bajito al que ni todos los caballos del rey ni todos sus hombres pudieron ayudar..., de cómo debe
solucionarlo él mismo y de qué manera nos comportamos con el rey y la reina, amándoles e hiriéndoles al
mismo tiempo y todo lo demás. ¡Me está volviendo loca de verdad!
-Bueno, también a mí me está volviendo, loca algo, Vicky... ¡tú! Estoy intentando con todas mis fuerzas
descubrir qué es lo que me está pasando, cuál es el motivo y qué tengo que hacer, y no puedo lograrlo si, a la
vez, tengo que pelear contigo>>, dijo Victoria fijando la vista de nuevo en el libro. Sin embargo, después de
discutir con Vicky le costaba mucho volver a concentrarse.
El no hacer nada con respecto al príncipe resultó mucho más difícil que hacer algo. La princesa se metió las
manos en los bolsillos de la falda para acordarse de su nueva táctica de no intervenir. Asimismo, se imaginaba
que tenía la boca tapada con esparadrapo siempre que necesitaba recordar que no debía decir nada.
A menudo se repetía las palabras de Doc: para que cambien las cosas, debes cambiar tú primero,
esforzándose al máximo por conseguirlo. Poco tiempo después, dejó de ayudar al príncipe a liberarse del
espíritu maligno, de explicar y de razonar con él a cada momento del día. 28
Más aún, dejó de preocuparse por el ánimo con el que volvería el Príncipe a casa tras un día de trabajo. Ya no
siguió planeando lo que debía decir ni hacer si él decía esto o aquello ni puso especial cuidado en no decir,
hacer, pensar o sentir cualquier cosa que pudiera molestarle. Pero, descubrió que no hacer nada ni decir nada,
por muy difícil que resultase, era mucho más fácil que no pensar en nada. Por ello, y a pesar de los esfuerzos
por eliminarlos, los pensamientos negativos siguieron apareciendo sin cesar en su mente.
Su mente, por desgracia, estaba saturada, pero el resto de su cuerpo estaba vacío. De hecho, en su vida y en
ella misma había un gran vacío y nada parecía poder llenarlo. Conforme pasaba el tiempo, cada momento
vacío pesaba más en sus manos... en su mente... y en su corazón.
Retomó la Guía para vivir siempre feliz con e¡ fin de seguir sus consejos. En el libro se afirmaba que era
normal que una persona que cambiaba de trabajo se sintiera completa y, a la vez, vacía, y sugería sustituir el
trabajo anterior de atender al príncipe por nuevas actividades que acapararan su propio interés.
La princesa recordó que su mente y sus manos habían estado muy ocupadas la época en que se dedicó a
recoger recetas para su libro, y decidió volver a cocinar. Se dedicó a ello con gran afán desde la mañana hasta
la noche pero, salvo algunos pequeños respiros, los azarosos pensamientos persistieron y se volvió a sentir tan
vacía como antes.
Pensaba que, tal vez, dedicarse a las rosas le haría sentirse mejor, y comenzó a trabajar en el jardín desde el
alba hasta el anochecer. Pero esto le deprimió todavía más pues las rosas le seguían recordando al príncipe.
En cierta ocasión, permaneció en la cama durante algunos días tomando el remedio curativo que el jefe de
médicos de palacio le había preparado, pero tampoco funcionó.
Decidió intentar algo nuevo y, tras largas reflexiones, elaboró una nueva lista de actividades que podrían
funcionar mejor que las que ya había intentado. La idea más atractiva de la lista era «Ir de compras» pues
había oído que hacía milagros en la gente y que, sobre todo, era lo más indicado para llenar las horas vacías y
aliviar a las mentes saturadas
A la mañana siguiente y antes de que abrieran, la princesa ya estaba esperando delante de la puerta de los
grandes almacenes más antiguos del reino. Una vez dentro, se dirigió a la sección de retales, eligió unos
cuantos rollos de tela y pidió que se los cortaran en varias piezas que, siguiendo sus planes, llevaría a la
modista real, pero tan concentrada estaba en sus compras que parecía no salir nunca de allí
A la hora de cerrar, la princesa iba cargada con bolsas llenas de sombreros, flores por todas partes y guantes
de raso, de cuero y de llana de varios colores. También había comprado baratijas de todas las formas y
tamaños varios pares de zapatos y bolsos haciendo juego, pero eran tantos que necesitó a tres dependientes y
a su cochero para meterlos en el carruaje.
Así pues, se dedicó a comprar desde que abrían hasta que cerraban todos los días, llevándose a casa tantas
cosas que los armarios estaban abarrotados. De hecho, dos de ellos no se podían ni siquiera cerrar hasta que,
por fin, convirtió una de las habitaciones de invitados en un nuevo ropero que en seguida llenó también.
-¿Te vas de viaje, Victoria? -le preguntó la reina un día que fue a hacerle una corta visita-; ¡hay más ropa aquí
que en los grandes almacenes del reino! ¿Cómo te las vas a arreglar para ponértelo todo?
La princesa sabía que no se lo pondría todo pero eso no la detuvo; siguió comprando más cosas, y su vacío
interior se fue haciendo cada vez mayor. Día tras día compraba hasta caerse rendida. De forma accidental, una
noche se quedó dentro de los grandes almacenes cuando cerraron... y no le importó mucho. Sin embargo, en
ese momento se dio cuenta de que su vida era insignificante e improductiva y de que ella misma se había
convertido en una persona débil, carente de ilusiones.
Al día siguiente buscó con gran desesperación en las páginas de la Guía para vivir siempre feliz algo que le
dijera lo que debía hacer, y pronto lo encontró: <<Elimina los pensamientos y los sentimientos negativos
escribiéndolos en un papel.»
La princesa cogió la pluma y el pergamino, y se sentó en su tocador dispuesta a escribir, pero se le quedó la
mente en blanco pues su dolor estaba tan arraigado que no podía dejarlo salir. Extendió la mano y colocó cerca
de ella la cajita de música, recordando las horas que había pasado soñando mientras la escuchaba. Giró la
llave y la elegante pareja comenzó a bailar siguiendo la melodía de <<Algún día llegará mi príncipe>>.
Mientras escuchaba ese campanilleo de su canción favorita ese dolor tan profundo comenzó a desbloquearse
y, cogiendo de nuevo la pluma, fue liberando Y exteriorizando su agonía, escribiendo en un pergamino tras
otro todo su dolor y vertiendo, a la vez, tantas lágrimas que la tinta dibujaba pequeños riachuelos que recorrían
el papel hasta llegar a los márgenes.
A partir de entonces, la princesa leía cada día reflexionando sobre los párrafos de Una guía para vivir siempre
feliz. Con el tiempo descubrió que, a menudo, abría el Libro por una página al azar y encontraba en ella la
información que necesitaba justo en ese momento, como si estuviera allí para ayudarla.
-«La felicidad es una elección» leyó en cierta ocasión. La princesa pensó en ello recordando que Doc le había
dicho lo mismo y, sin embargo, la felicidad parecía tan lejana, tan inalcanzable..,
Continuó leyendo: «Una vez que se ha hecho la elección practicar la felicidad lo mejor que sepas, aunque
tengas que fingir hasta que lo consigas», y seguía explicando de qué forma las acciones originan
pensamientos, y éstos a su vez, condicionan nuestros sentimientos.
Mientras meditaba con gran interés en todo lo que había leído, tuvo una idea; rompió su antigua lista de
actividades y escribió una nueva. En primer lugar, anotó de forma resumida todas las responsabilidades reales
que había abandonado desde el mismo momento en el que se había dedicado a ayudar al príncipe. Se ofreció
voluntaria para dirigir la representación anual infantil en el Orfanato Soberano y se matriculó en el curso de 29
diseño floral de la Universidad Imperial. La mayor parte del tiempo se obligaba a asistir a estas clases y, una
vez allí, practicaba al máximo su habilidad para sonreír ante los demás aunque no tuviera ganas, repitiéndose a
sí misma «finge hasta que !o consigas>>.
Muy pronto, la princesa comenzó a preparar de nuevo algunas de sus recetas favoritas, esforzándose al
máximo por disfrutar mientras las saboreaba aunque el Señor Escondido fuese a cenar dispuesto a
amargárselas.
Poco a poco fue empleando menos tiempo en hacer las cosas con sumo cuidado temiendo que algo faltara, y
más en pensar en otras cosas que no fueran ella misma ni lo mal que se sentía.
Una tarde, mientras preparaba los ingredientes para sus fettuccine con brécol y salsa de pistacho, reconoció un
sonido muy agradable que hacía mucho tiempo que no oía... su propia voz tarareando una canción.
Luego, mientras pelaba los pistachos, volvió a cantar para gran sorpresa suya. De repente, un rechoncho
pajarito azul entró volando por una ventana pero equivocó su vuelo y fue a parar justo a los pistachos.
-¡Tú otra vez no!- dijo la princesa riéndose, levantando al avergonzado Pajarillo y quitándole de las patas las
migajas de pistacho como la vez anterior-. Seguro que son los pistachos los que se han puesto en tu camino,
¿no, mi travieso amiguito? -Asimismo, mirándole fijamente, le preguntó---: ¿Has venido para cantar conmigo?...
bueno, entonces, ¡cantemos!
Así pues, la princesa comenzó a cantar y muy pronto se unieron a ella más amiguitos alados. La cocina cobró
vida con sus melódicos gorjeos y, mientras el dulce sonido de su canto se extendía por toda la habitación, se
dio cuenta de lo mucho que lo había echado de menos.
Y, poco a poco, la princesa se fue ocupando más de sí misma. Pero cuanto más se dedicaba a ello e impedía
que las injurias del príncipe le afectaran, más lograba hacerle enfadar.
-Ya no me amas, -le gritó un día desde la puerta del comedor mientras la princesa recortaba las recetas de la
sección gastronómica del Kingdom Times.
En esos momentos, recordó que debía guardar la calma pues sabía muy bien que si se dejaba arrastrar hacia
un combate verbal se sentiría igual que si hubiera sido arrollada por un carruaje.
-¡Oh, lamento que te sientas así!, -le contestó siguiendo el tono neutral sugerido por Una guía para vivir
siempre feliz.
¡Oh, oh! -repitió el príncipe imitándola mientras se acercaba a ella-; eso es todo lo que tienes que decir? ¡Antes
solías decir mucho más!
-No quiero discutir contigo, - se atrevió a contestar la princesa.
-¿Por qué no, Señorita perfecta?, ¿tienes miedo de perder?
-¿Cómo hemos podido llegar a esto? -dijo la princesa y, aunque ya sabía la respuesta, no pudo evitar
preguntarle una vez más-: ¿desde cuándo me he convertido en tu enemigo?
-No lo sé. Tal vez desde el día en que comenzaste a ayudarme.
-Pero tú me lo pediste, me lo suplicaste...
-¡No, no lo hice! Nunca he querido ni he pedido tu ayuda.
De nuevo, el habitual y azaroso desconcierto volvió a cogerla de improviso.
-Dices que has estado ayudándome, ¿a qué?, a cambiar, porque lo que soy no es bastante para ti.
-Eso no es justo -se oyó decir a sí misma un tanto desconcertada-. Te amo y te echo de menos. Quiero que
vuelvas, que volvamos los dos. No tengo la menor idea de lo que está pasando. Dime, ¿qué tengo que hacer
para que me creas?
-No me amas. Es posible que nunca, lo hayas hecho pues el príncipe que tú querías está en tus sueños y no se
corresponde con el que tienes.
-Pero sí que o tuve y eras tú. Eras todo lo que deseaba que fuera mi príncipe hasta que el espíritu maligno se
apoderó de ti.
-¡No me estás escuchando! Te acabo le decir que el príncipe está muerto. Pero te niegas a creerlo.
-No puedo evitarlo, sé que todavía está ahí pues en algunos momentos aún puedo verlo y sentirlo.
-Siempre has tenido problemas para creer la verdad, pero esta vez la puedes comprobar con tus propios ojos.
Mírame -le pidió e¡ príncipe cogiendo con fuerza la barbilla de la princesa y colocándola hacia él-, mira con
atención. Lo que ves es lo que tienes y es obvio que no lo quieres. Ni me amas ni puedes soportarme... Pues
bien, tengo que darte una noticia: yo tampoco te aguanto y, ahora, ¿qué opinas de esto, princesa tiquismiquis,
señorita pesada...?
-¡Para, para!, -ritó Vicky.
No cesaba de darle vueltas la cabeza... «Doc, tengo que ver a Doc», pensó la princesa.
Se apoyó con fuerza en el brazo del sofá para levantarse y se dirigió, aturdida, hacia la puerta del comedor,
pero el príncipe llegó antes y le impidió pasar.
-¿A dónde te crees que vas?, - le preguntó gritando.
Su corazón latía con gran rapidez:
-No... no lo sé---. sólo quiero salir... quiero decir...
-No he terminado contigo todavía.
-Ya he oído bastante. Ya no... no aguanto más.
-Yo decidiré cuándo has oído bastante, - le dijo cogiéndola del brazo.
-Déjame, me haces daño... ¡déjame!
El príncipe apretó los dientes y la miró agarrándola con más fuerza del brazo.
-¡Por favor, suéltame!, - tiró la princesa intentando liberarse de esas garras de hierro.
De repente, el príncipe le soltó el brazo y la princesa cayó al suelo:
-¿Quieres irte?, ¡pues vete!
Le costo un gran esfuerzo levantarse pues primero tuvo que luchar con los pliegues enredados de la falda, pero
una vez de pie, se marchó de la habitación y cruzó corriendo el gran vestíbulo dirigiéndose a la puerta principal
del palacio mientras el príncipe gritaba a sus espaldas:
-Tú y tus grandes sueños. ¡No mereces vivir siempre feliz!, ¿me oyes?, ¡no te lo mereces!

La Princesa que Creía en Cuentos de HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora