CAPITULO 10:

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EL CAMINO DE LA VERDAD

Mientras esperaba su carruaje, la voz de Vicky estalló dentro dé su cabeza: «No quiero ir a ver a Doc. Ya te
dije que ese médico charlatán y su estúpido libro serían nuestra ruina. ¡El príncipe nos odia!, ¡nos odia!, y todo es por tu culpa!»
Victoria no tenía fuerzas para discutir, hundió la cabeza en su regazo para no escuchar lo que Vicky le estaba
diciendo mientras el carruaje la llevaba lejos de allí. «Menos mal que Doc sabrá lo que tengo que hacer»,
pensó la princesa.
El viaje fue rápido y, al llegar a la colina, dio instrucciones al cochero para que parara ahí. Luego, siguió a pie hasta el árbol intentando ignorar el incesante murmullo interior.
-Doc... Doc... ¿dónde estás? Por favor, te necesito, decía llorando la princesa mientras miraba a su alrededor.
Al no ver al búho por ninguna parte, comenzó a temblar-. ¿Y si no lo encuentro que pasará?, ¿qué haré?, - se preguntaba.
-Doc, te necesito ahora mismo. ¡En este mismo instante, por favor!
_La impaciencia, mi querida princesa, solo es la ignorancia de lo que se supone que está ocurriendo eh este
preciso momento,- le dijo Doc saliendo de la nada.
-¡Oh Doc, menos mal que estás aquí! ¡Gracias a Dios! No sé qué hacer, nada funciona... quiero decir que nada
está dando resultado... ¡Oh Doc, lo llevo intentando desde hace tanto tiempo... ¿de qué me sirve? Me rindo. Es mejor ceder que rendirse.
-¿Qué significa?, -le preguntó la princesa.
-Uno se rinde ante la desesperación y cede a la aceptación.
-<<¿Aceptación?».
-Sí, la aceptación de las cosas que no se pueden cambiar.
Victoria lo meditó durante un rato:
-¿Quieres decir que la única elección que tengo es aceptar al príncipe y todas las cosas desagradables que
dice y hace que, a la vez, me hacen siempre temblar, enfadarme y llorar?
-Uno siempre elige -contestó Doc-, pero cambiar a los demás no es una elección.
_Ahora ya lo sé pero, ¿qué otras posibilidades tengo?, -preguntó la princesa.
-Puedes elegir no reaccionar ante lo que dice o hace. Vivir lo mejor que sepas y tan feliz como te sea posible,
aceptando que, con toda seguridad, va a seguir diciendo y haciendo lo mismo.
-A eso me he dedicado desde que me aconsejaste que no hiciera nada y me diste ¡a Guía para vivir siempre
feliz. Pero no puedo cumplirlo siempre, aunque me meta las manos en los bolsillos para acordarme de mi
nueva táctica de no discutir con el príncipe y me imagine que tengo la boca tapada con esparadrapo para estar
callada. Una enorme nube negra se cierne siempre sobre mi cabeza... incluso cuando me ocupo de mis
responsabilidades reales, dirijo las representaciones de los niños del orfanato, distribuyo las flores en la clase
de la universidad o cocino una de mis recetas favoritas -dijo suspirando la princesa-. Por lo tanto, ¿qué más
posibilidades tengo?
Puedes elegir no estar en el mismo sitio que esté el príncipe.
¿Me estás diciendo que debería dejarlo?
-No te estoy sugiriendo nada, pero es una de las elecciones que tienes.
Vicky no podía quedarse callada ni un segundo más. Su voz irrumpió con estruendo en la mente de Victoria:
«¡Nunca dejaré al príncipe ni me rendiré ni cederé o como quiera que lo llames! ¡Nunca!, ¿me oyes?»
-¡Vicky, por favor! Ya no puedo soportarlo más -gritó Victoria alzando las manos-. Quiero que te vayas.
-No se puede huir de los problemas al igual que no podemos deshacemos de nuestra propia sombra. Huir de
algo no es la solución, sólo podemos ir hacia, --dijo Doc.
-Todo es muy confuso. Nada, es como creía, toda mi vida se está resquebrajando y no tengo la fuerza
necesaria para impedirlo,- dijo la princesa bajando la cabeza y guardando silencio.
-Has demostrado una gran entereza al pasar por todo lo que has pasado.
-No me siento con fuerzas. Estoy cansada aunque aún tiemblo, me enfado y...
-Y seguirás sintiéndote agotada, nerviosa y enfadada hasta que decidas si quieres quedarte o marcharte y
consigas estar en paz con la elección que hayas tomado.
Victoria pensó en lo que le acababa de decir y respondió:
-Siempre que tengo que tomar una decisión importante, cojo...
-Sí, ya lo sé,- le contestó Doc sacando de su bolso la pluma y un pergamino.
La princesa escribió en el margen superior izquierdo: «A favor, para quedarme» y, en el derecho: «En contra».
Se quedó mirándolo a cierta distancia, pensando en ello por un momento Luego, la pluma comenzó a
deslizarse por el pergamino.
-Escribe que el príncipe trabaja mucho en la embajada -le pidió Vicky-, que viene directo a casa todas las
noches, que es apuesto, encantador, divertido y un experto en arreglar cosas. Anota también que siempre nos
trae sopa de pollo cuando estamos enfermas, que nos dice que somos las más bellas y que nos coge unas
rosas muy hermosas. ¡Ah!, no te olvides de escribir que nos...
-¡Vicky, por favor! No puedo pensar si me hablas tan deprisa.
-Entonces, deja ya de exagerar todo lo que hay de malo en él. Apuesto a que muchos príncipes son peores aún
y, además, no es tan malo. Puedo aguantarlo si lo haces tú.
-Es cierto. El príncipe tiene muchas cualidades positivas,- dijo Victoria desplazando la pluma a la lista de las
razones para quedarse. Pero, muy pronto, la lista de factores en contra comenzó a crecer. Cuanto más
aumentaba, más pánico sentía Vicky.
-Estás cometiendo un grave error, Victoria. ¿Cómo sabes que nos irá mejor con cualquier otro príncipe?
Podemos pasarnos toda la vida sin encontrar uno que nos ame, nos quedaremos solas para siempre. ¡Y todo
será por tu culpa!, -protestó Vicky.
Unos minutos más tarde, Victoria levantó la vista del pergamino mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
-Pero Doc, todavía le amo- dijo-, aunque la lista de los factores en contra sea mucho más larga que la otra. Y
sé que él me ama también, al menos el príncipe real... el Doctor Risitas sí y de todo corazón. ¿Cómo voy a ser
capaz de dejarlo?
-El amor le hace a uno sentirse bien -dijo Doc-. Si no es así, no es amor.
-Pero, parece amor.
-Si sientes dolor muchas más veces que felicidad, no es amor. Es algo más que te obliga a estar encerrada en
tu propia cárcel, incapaz de ver que la puerta hacia la libertad está delante de ti abierta de par en par.
Cuanto más pensaba la princesa en la idea de dejar al príncipe, más poderosa era la fuerza que le empujaba
hacia él. Sin embargo, sabía que, sintiera amor o no, sí le seguía dando tanto poder se vería de nuevo en una
cárcel presa de un dolor insoportable. Se sentó mordiéndose el labio, luchando por no dejarse arrastrar por ese
sentimiento destructivo que debía vencer y anular.
Por fin, se volvió hacia Doc que aguardaba en silencio esperando su decisión. La princesa dijo con voz
temblorosa:
-Sé que debo irme pero ¿a dónde voy?
-Seguirás por el camino de la Verdad.
-¿Significa eso que ya estoy en él?
-Sí, desde el mismo instante en el que te di la receta y comenzaste a leer el libro.
-¿Por qué no vi el camino?
-Estaba allí pero, con frecuencia, uno se da cuenta cuando lleva un largo trecho recorrido. Uno no ve lo que no
está dispuesto a ver.
-Bueno, ya he aprendido algunas cosas sobre la verdad- dijo la princesa en voz baja-. Significa que los cuentos
de hadas no se hacen realidad y que la idea de vivir siempre feliz no es más que un sueño infantil.
-Todo lo contrario, princesa. Los cuentos de hadas se hacen realidad –dijo Doc- pero, en muchas ocasiones,
son diferentes de los que nos imaginarnos. En el camino te aguarda tu final feliz.
-;De verdad? - preguntó la princesa con ojos brillantes-, ¿un cuento de hadas diferente?.
Nunca pensó en la posibilidad de vivir feliz para siempre sin ser antes rescatada por un príncipe azul, valiente y
apuesto montado en un gran caballo blanco, que la recogería al instante e iría con ella a ver la puesta de sol.
Victoria suspiró y dijo:
-Pero va me aguardaba antes la felicidad y mira a dónde me ha llevado.
-Te ha traído al lugar en el que estás ahora.
-¿Qué hay de bueno en ello?, -preguntó Victoria.
-Encontrarás la respuesta a lo largo de¡ camino.
-No quiero ir sola- dijo la princesa mostrando sus dudas-. ¿Puedes mostrarme el camino?
-Lo haría si pudiera, princesa -contestó Doc con suma amabilidad-. Pero cada uno debe encontrar su propio camino.
-Tengo miedo de perderme, -dijo Victoria.
-No serías la primera, pero no temas, tu corazón sabe cuál es el camino.
-Mi corazón quiere que vuelva a casa. En realidad, no estoy segura de que tenga mucho sentido todo esto.
-La verdad da sentido a todo.
-Eres muy sabio, Doc. Debes saberlo todo sobre la verdad. ¿Por qué no me lo cuentas para no tener que ir en
su busca?
-Nunca se puede aprender la verdad en boca de los demás. Cada uno debe descubrirla por sí mismo.
-De acuerdo- dijo la princesa con tristeza-. Creo que voy a ir a casa a coger unas cuantas cosas.
Tienes todo lo que necesitas. Lo que pasa es que no te das cuenta de ello pero, bueno, como quieras. Te
esperaré aquí para darte algunas instrucciones de última hora.
-¡No voy a ir a ninguna parte! -gritó Vicky-. No tenemos que dejar al príncipe. Le convenceré de que le amamos
y de que le necesitamos; él nos tomará en sus brazos y nos dirá que lo siente mucho, que todo ha sido un
grave error. Sus ojos brillarán con más intensidad que antes y sabremos que es por nosotras. Nos cogerá unas
rosas rojas preciosas de nuestro jardín y las pondremos en los jarrones para decorar todo el palacio. Todo
volverá a ser perfecto. Te prometo que esta vez dará resultado, Victoria. ¡Lo juro y que me muera, beso al...
-¡Oh, Vicky, mi pobre y dulce Vicky! Se acabó, -contestó Victoria haciendo un gran esfuerzo.
-No, no. No se ha terminado, ¡no puede ser! No se va a acabar, -¡nunca!, ¿me oyes? -gritaba Vicky histérica-.
Me moriría sin él.
-No, Vicky, te morirías con él... y yo también.
Tomada ya la decisión, la princesa se dirigió con paso rápido al carruaje que la estaba esperando y regresó al
palacio. Subió la escalera de caracol y entró en el dormitorio principal. A continuación, metió dentro de su bolso
de cachemir lo indispensable, así como una copia del Libro de recetas naturales de la familia real y también,
dada la confianza depositada en él, la Guía para vivir siempre feliz.
Envolvió sus valiosas zapatillas de cristal con sus iniciales grabadas en una de sus suaves bufandas de lana,
las ató con una cinta para el pelo y las metió en la bolsa. Asimismo, decidió no llevarse la caja de música
porque la bolsa pesaba ya mucho y, por otro lado, le habla hecho sentirse muy triste en esos últimos días
aunque, por alguna razón, no pudo dejarla allí.
Luego, pensando que el Mapa de la familia real podría serle de gran utilidad a lo largo del camino, abrió el ajuar
de madera blanca con las rosas talladas a mano en las esquinas y metiendo la mano, fue tanteando hasta que
sus dedos tocaron los bordes deshilachados del viejo pergamino enrollado y lo puso en el bolso. En el último
momento, se acordó de la receta de Doc y la metió también. Luego, cerró el bolso y recordó que debía pasarse
por la cocina antes de salir y coger comida para el viaje. En todo este tiempo, los gritos de Vicky no habían
hecho más que aumentar su dolor de cabeza.
La princesa se inclinó hacia la gran cama de bronce sin poder evitar la tentación de pasar su mano por la
colcha de raso que tiempo atrás había mojado con sus lágrimas. Recordó también la época en la que el
príncipe la rodeaba con sus brazos y le susurraba hermosas palabras de amor. Respiró a fondo, saboreando el
aroma de la colonia favorita del príncipe que, todavía, se dejaba sentir en el ambiente. Tan desbordada estaba
por sus propias lágrimas, que tuvo miedo de dejarlas salir todas a la vez por temor a ahogarse en ellas.
En ese instante le asaltó la duda.
-Debo hacerlo, -se recordó a sí misma, aunque se oyó como si su voz perteneciera a otra persona. Nada
parecía real y, de hecho, albergaba la esperanza de que alguien le despertara de esa pesadilla.
Se dirigió al tocador, abrió el cajón central y se encontró con las notas de agradecimiento en pergamino blanco
que le habían sobrado de la boda. Asimismo, sacó del cajón una nota, la abrió y en ella escribió:
Las rosas son rojas,
Las violentas azul turquesa.
Debo dejarte,
Aunque la tristeza me pesa.
Apoyó la nota en el jarrón de rosas y se dirigió hacia la puerta, pero se detuvo para contemplar por última vez
la habitación que durante años había compartido con el príncipe.
Por último clavó sus ojos en la nota y en el jarrón de rosas rojas. De hecho, había estado demasiado atareada
para darse cuenta de que las flores estaban marchitas y de que los pétalos secos se habían caído y yacían en
pequeños montones alrededor del jarrón.
Puso en el suelo el bolso de cachemir y volvió a examinar el tocador. Tenía la garganta seca y las manos le
temblaban.
-¡No! -gritó Vicky---. ¡No!
-Las cogimos hace una semana, Vicky -le contestó Victoria---. Se han debido caer los pétalos en estos días.
-¡No!, ¡no los tires! ¡Tal vez revivan!
-¿ Que tal vez revivan?... ¿es posible?, -se preguntó Victoria.
La princesa suspiró:
-No, Vicky. No van a revivir - contestó con amabilidad y nosotras tampoco.
Varias veces, en el carruaje de vuelta al árbol en el que Doc aguardaba, la princesa le había pedido al cochero
que diera la vuelta y se dirigiera a casa. Sin embargo, unos segundos más tarde, le volvía a dar instrucciones
para que retrocediera y continuara en dirección al árbol.
No era extraño que Victoria dudara de la decisión de irse mientras Vicky la asustaba con sus gritos y desvaríos
advirtiéndole que iban a sentirse perdidas y aterrorizadas sin el príncipe, que nadie iba a quererlas ni amarlas
de nuevo y que iban a pasar los años tristes y solas para terminar sus días en la más absoluta soledad.
La princesa se apeó del carruaje, cogió su bolso de cachemir y ordenó al cochero que siguiera su camino,
temblando mientras lo veía alejarse. Caminó, despacio hacia la pequeña colina, afirmando que cada paso que
daba la alejaba un poco más de su amado príncipe y de todo lo que había conocido.
Cuando se acercó al árbol, la princesa vio a Doc, que se había posado en la rama más baja, con el sombrero
de paja en la cabeza, tocando el banjo. Pudo oír su voz cantando: 33
No tengo palacio, no tengo rocín,
Sigo volando mi camino afín.
Árboles verdes y cielos de azul poseo,
Tal vez sean el comienzo de tu paseo.
-Puede que sea un comienzo pero me da la impresión de que es mí fin --dijo la princesa mirándolo con tristeza-
. Es muy difícil creer que exista algo más que se pueda desear.
-Sí que lo hay, princesa -contestó Doc-. Aunque te resulte difícil creerlo ahora, puedes volver a tener ilusión por
muchas cosas... pues, cuanto más sufres, más oportunidades tienes.
¿Oportunidades?, ¿para qué?
-En tu caso, para tener una vida- maravillosa. Hoy es el comienzo de la tuya.
-Seguro que no- dijo la princesa-. Además, no quiero, ojalá no tuviera que hacerlo, pero sé que no tengo otra
salida.
-La habilidad para hacer lo que es mejor aunque no coincida con lo que uno quiere, es un signo de madurez -
respondió Doc bajando al suelo con rapidez---. Por supuesto, eso no significa que sea menos difícil.
-Creo que será mejor que empiece antes de que cambie de opinión. Ahora bien, ¿cómo puedo seguir por un
camino que ni siquiera veo?
-Mira otra vez, princesa, -le sugirió Doc.
La princesa dio un grito de asombro.
-¿De dónde viene? -preguntó señalando al camino que, en un instante, había aparecido delante de ella y cuya
superficie rocosa y sinuosa, conducía a una montaña escarpada que se perdía en el horizonte-. ¿Por qué no lo
he visto antes?
-¿Estabas deseando verlo de verdad?
-No, supongo que no- respondió la princesa contemplando el camino-. No puedo ver dónde termina.
-No tiene fin.
-;Que no tiene Fin? Pero, ¿cómo sabré que voy por buen camino si mis ojos no pueden ver la meta a la que
debo llegar?
-Hay unos indicadores. Por desgracia, la gente no los lee siempre. De hecho, a veces son difíciles de ver y, por
eso, debes mirar con atención.
-Parece muy difícil- dijo la princesa-. Tal vez tenga un accidente, me pierda o las dos cosas.
-Ya has pasado por ello y sobreviviste. Esta vez también lo superarás.
-No creo que sea lo bastante fuerte para llegar al final de todo esto. Soy demasiado débil para continuar, - dijo
la princesa asustándose cada vez más conforme pasaban los minutos.
-Todo lo contrario -le contestó Doc-. Cuanto más andes, mayores serán las oportunidades de hacerte más
fuerte. Recuerda lo que te he dicho sobre el dolor y las oportunidades.
-No estoy muy segura de eso. No sabía en lo que me estaba metiendo cuando te dije que lo haría.
-Nadie te ha dicho que llegar hasta la verdad fuera fácil. Necesitarás hacer muchas cosas... serás exploradora,
navegante, pionera y demás, pues el camino serpentea por terrenos escabrosos. Todo el mundo sabe que hay
muchos obstáculos: baches esperando a algún viajero ignorante, guijarros que se enrollan por los pies y te
hacen tambalear, y cantos rodados, algunos del tamaño de una montaña e igual de impenetrables, que
bloquean el camino. Así pues, te esperan muchas novedades en el camino de la Verdad, algunas buenas y
otras malas.
-Parece el lugar perfecto para ser rescatada: -recordó la princesa-. ¿Supongo que mi príncipe no vendrá a
salvarme justo en e¡ último momento?
Doc sonrió:
-Mira, ya estás aprendiendo. Ahora debo darte algunas instrucciones de última hora. ¿Estás preparada?
-Supongo que sí.
-Debes seguir el camino independientemente de lo que veas y buscar la verdad que te estará esperando. No
dejes que nada te impida encontrar tu verdad sanadora.
-¿Cómo la reconoceré cuando la encuentre?
-La verdad se hace más evidente conforme se avanza por el camino. Síguelo con exactitud y, al final, llegarás
al templo de la Verdad donde está el pergamino sagrado.
-¿El templo de la Verdad? Nunca he oído hablar de él, ¿cómo es?, ¿qué es el pergamino sagrado?
-El templo es uno de los lugares más bellos del universo en un sentido más amplio del que puedas imaginar.
Una vez que hayas traspasado sus enormes puertas, cambiarás para siempre. El pergamino sagrado purificará
tu mente y liberará tu corazón, encontrarás la paz y la serenidad. De hecho, aprenderás el secreto del
verdadero amor... el que has estado soñando toda tu vida. Irás por el camino adecuado para hacer realidad tu cuento de hadas.
-¡Oh, Doc! ¡Es lo que más deseo en el mundo!
El búho desplegó sus alas en forma de abanico y dijo:
-Lo conseguirás. Adelante, mi querida princesa, y planta las semillas de la verdad para que crezcan la paz, el
amor y la felicidad en tu corazón.
-Espero saber hacerlo - dijo la princesa-. Lo único que he plantado en mí vida han sido rosas. Victoria cogió su bolso de cachemir y, atenta a los baches, los guijarros, los cantos rodados y demás, fue
andando muy despacio por el camino de la Verdad, moviendo la cabeza y diciéndose a sí misma: «No me
puedo creer que esté haciendo esto en serio.>>

La Princesa que Creía en Cuentos de HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora