EL TEMPLO DE LA VERDAD
El tiempo parecía pasar muy rápido mientras la princesa subía por la montaña con una gran curiosidad por
descubrir los maravillosos secretos del pergamino sagrado le iba a revelar y la visión del magnífico templo que
pronto iba a poder contemplar. Ahora bien, en ningún momento llegó a imaginarse la espectacular belleza que
tuvo ante sus ojos una vez que llegó a su destino.
Era media mañana y el sol comenzaba a calentar; la princesa se detuvo a contemplar el elaborado enrejado de
dos grandes verjas de hierro forjado en blanco. De forma inesperada, se abrieron como si la invitaran a entrar,
dejando al descubierto el majestuoso edificio del fondo con columnas labradas en piedra blanca, unas enormes
escalinatas y unas puertas de entrada de cristal biselado que brillaban con la luz del sol de tal forma que el
palacio resultaba a los ojos de la princesa el más maravilloso que había visto en su vida. La verde hierba
aterciopelada cubría el patio, y los jardines de flores de vistosos colores y exuberante vegetación mantenían el
templo en todo su esplendor.
La princesa respiro a fondo y comenzó a cruzar el suelo del patio formado por grandes piedras de granito en
forma de corazón, seguida de cerca por las blancas y sedosas nubes movidas por una suave brisa.
Un momento más tarde, oyó un susurro de voces a su alrededor. «Crece... crece... crece», alentaban las
voces, como si se lo estuvieran diciendo a todas las briznas de hierba y a todos los árboles, arbustos y flores
sin excepción. Al instante, la princesa reconoció la voz que formaba el coro al unísono: era la voz del infinito.
Todo se movía, se balanceaba y fluía a la luz del sol, siguiendo los latidos del universo. Por fin, la princesa
pudo llegar a comprender que Doc, la bruja y la voz del infinito le habían dicho toda la verdad sobre sí misma y
sobre todo lo que era realidad.
Al acercarse al templo, las puertas principales se abrieron de pronto. «Aquí está.» dijo la princesa entrando en
su interior mientras su corazón latía lleno de emoción.
En el centro del gran vestíbulo había una fuente de tres pisos de piedra blanca de la que brotaba un agua
cristalina que iba a parar a una superficie reluciente llenando el aire con su música. La princesa siguió andando
muy despacio mientras su cuerpo se movía al compás de la cascada de agua.
Cuando llegó al otro extremo del vestíbulo, se asomó al interior de la sala principal del templo y lo que vio le
hizo contener la respiración: paneles alternos de piedra blanca pulida y cristal biselado formando una sólida
rotonda. En el lado opuesto de la sala, delante de una pared de piedra maciza había una gran tarima y, en ella,
un trono tapizado con el mismo terciopelo que la capa real del rey. A ambos lados del trono había un pedestal
de alabastro blanco con un extraordinario jarrón tallado a mano adornado con docenas de rosas rojas de tallo
largo. El verde intenso y los llamativos colores del patio se reflejaban a través de los cristales, dejando al
descubierto un jardín de diferentes tonalidades que invadía toda la rotonda. Los brillantes rayos del sol
iluminaban la estancia a través de una enorme bóveda de cristal biselado.
Con mucho respeto y temor, la princesa entró en la sala. «¡Hola!», dijo en voz alta, preguntándose quién se
ocuparía de todo eso. Segura de que alguien debía de haber por allí volvió a decir : «¡Hola!»
Sin saber qué más hacer, fue paseando hasta llegar al trono. Se subió a la tarima y, de forma instintiva, se
dirigió a uno de los jarrones de rosas, se inclinó y aspiró su perfume. En realidad, tenía la costumbre de
pararse a oler las rosas aunque, durante algún tiempo, había sido incapaz de disfrutar de su fragancia
Dejó en el suelo el bolso de cachemir y acarició con la mano el suave terciopelo que cubría el trono.
-¿Hay alguien por ahí?, -preguntó deseando saber a quién podía pertenecer ese trono, pero nadie le contestó.
Cansada del duro viaje, decidió sentarse esperando que a la persona a la que perteneciera el trono no le
importase. Sus recuerdos le llevaron a los momentos en los que, siendo niña, el rey la envolvía con su capa al
estrecharla entre sus brazos y su pecho se henchía de orgullo. Después, comenzó a pensar en su viaje desde
el inicio hasta ese momento ya que, aunque había sido largo y difícil, le había llevado hasta ese lugar y se
sentía feliz de haberlo hecho. También se acordó del pergamino sagrado y cayó en la cuenta de que no lo
había visto, pero tras echar un vistazo por la sala, siguió sin verlo por ninguna parte.
De repente, como por arte de magia, un pájaro azul fue a parar a su hombro. La princesa se quedó perpleja al
tiempo que se preguntaba: «¿De dónde ha salido?» Hacía mucho tiempo que no se posaba sobre su hombro
un amiguito alado y se sintió encantada levantando la mano y ofreciéndole al pájaro su dedo. El pájaro azul
saltó y se posó en él, la princesa bajó la mano para observar la cara del pajarillo y su cuerpo rechoncho tan
poco corriente.
-¡Pero, yo te conozco!, ¡eres el mismo pájaro que solía entrar volando por la ventana de la cocina y que
aterrizaba siempre en los pistachos!, -exclamó con alegría.
Los ojos del pajarillo parecían brillar también y comenzó a piar entonando una alegre melodía.
De repente, la música de un banjo resonó por toda la rotonda, al compás de la melodía. La princesa saltó del
trono con el pájaro cantor posado todavía en su hombro.
-¡Doc!, ¡oh, Dod, ¡me alegro mucho de verte! -exclamó la princesa-, ¿qué haces aquí?
-Acompaño al Pájaro azul de la felicidad de muchas formas diferentes, -contestó el búho mientras seguía
tocando el banjo.
-¿El Pájaro azul de la felicidad?, ¿este pájaro?», preguntó la princesa mirando con sorpresa a la criatura
cantora que se posaba ahora en su dedo. Volvió a mirarle a los ojos y dijo:
Ahora entiendo por qué me sentía tan bien cada vez que aparecías, amiguito mío. Supongo que será verdad
que para encontrar la felicidad sólo hace falta mirar en nuestro jardín... o en nuestra cocina, según sea el caso,
- dijo la princesa riéndose.
-La verdadera felicidad no se encuentra ni en el jardín en la cocina --contestó Doc-, y no viene de los pájaros, ni
siquiera de éste, ni del otro lado de la verja donde parece que la hierba es más verde. Surge del interior de
cada uno de nosotros cuando conocemos la verdad de las cosas.
-¿Quieres decir que el pájaro azul no trae la felicidad?
-Al igual que el príncipe azul, el pájaro azul viene a celebrar la felicidad de cada uno pero no es el encargado
de conseguirla.
La princesa pensó en las palabras de Doc mientras seguía escuchando la dulce melodía.
-La música que tocáis entre los dos es preciosa. Una vez, el príncipe y yo formamos también un dúo perfecto.
¡Oh, cómo me gustaría que volviera a ocurrir!
Y lo volverás a hacer algún día, pero hay cosas a las que debes prestar más atención primero.
-¿Cómo el pergamino sagrado?. He mirado por todas partes pero no lo he encontrado. La persona que esté a
cargo de este sitio debe saber dónde...
-Nosotros somos los encargados aquí.
-Pero... pero ¿de quién es el trono?
-Tuyo princesa,- respondió Doc.
De repente, la sala se vio envuelta en una gran nube de humo blanco y, en el centro de ella, una figura con el
pelo plateado agitaba los brazos intentando despejar el humo.
-¡Espero haber llegado a tiempo!,- exclamó la bruja-, no quisiera perderme ni un detalle.
-Tanto tú como yo sabemos que nunca pierdes un detalle- dijo Doc guiñándole de broma un ojo.
-Henry, me alegro de verte y a ti también, cariño -le dijo a la princesa-. Ya veo que has llegado hasta aquí sana
y salva, ya sabía que lo conseguirías.
Luego, volviéndose al búho le preguntó:
-¿Está todo dispuesto, Henry?
-¿Dispuesto para qué?, -preguntó la princesa.
-Aún no lo sabe, -le susurró Doc a la bruja.
-¿Saber qué?, -preguntó de nuevo la princesa.
-Que te hemos preparado una ceremonia especial de bienvenida, - le contestó Doc.
-¿De verdad?, ¿para mí?- dijo la princesa en un tono de alegría infantil-, ¿y, por fin, conseguiré ver el
pergamino sagrado?
Antes de que Doc pudiera responderle, una bandada de pájaros entró volando en la sala, inundándola con sus
animados gorjeos y dando vueltas alrededor de la princesa mientras algunos de ellos se posaban por un
momento en sus hombros y en sus brazos.
-¡Mis viejos amigos!- exclamó la princesa reconociendo al instante los pájaros de los días pasados.
Uno a uno, fue acariciándoles la cabeza con la mano y arrullándolos como hacía antes.
-Estoy muy contenta de volver a veros -dijo---, os he echado mucho de menos.
Cuando terminó de acariciar al último pájaro, dijo la bruja:
-¿Serías tan amable de ocupar tu trono ahora, princesa> Por favor, que todos los Invitados ocupen sus
asientos respectivos. La ceremonia está a punto de comenzar.
Los pájaros volaron por toda la sala hasta que, con gran rapidez, se posaron formando unas pequeñas filas
muy bien dispuestas, al igual que en el teatro, de cara al trono. A un lado del mismo, la bruja ocupó su lugar.
La princesa se acomodó en el asiento de terciopelo y, en ese momento, una paloma que, según parecía se
había quedado rezagada detrás de las demás, entró volando llevando en el pico dos sobres que entregó a Doc.
-¿Qué son?, -preguntó la princesa forzando un poco la voz por encima del gorjeo de los pájaros que no habían
dejado de cantar desde que entró volando la paloma.
-Son pájarogramas, -respondió Doc-, por supuesto para ti. ¿Quieres leerlos?, -le preguntó ofreciéndoselos a
continuación.
-No, léelos tú para que todos puedan oírlos.
La sala guardaba silencio mientras Doc abría el primer sobre. Se aclaró la garganta y comenzó a leer:
<<DESEARÍA PODER ESTAR CONTIGO HOY, PERO POR RAZONES OBVIAS NO PUEDE SER. DESEO
QUE TU FELICIDAD SEA TAN PROFUNDA COMO EL MAR Y TAN GRANDE COMO EL CIELO. TE LLEVO
SIEMPRE EN MI CORAZÓN. TE QUIERO, DOLLY.»
-Ha sido un gesto muy bonito por su parte», dijo la princesa mientras los gorjeos de aprobación inundaban toda
la rotonda. Doc y la bruja coincidieron al decir que los sentimientos de Dolly eran muy hermosos y que eran
muy propios del delfín.
A continuación, Doc abrió el segundo sobre y leyó:
FELICIDADES. ME HA ALEGRADO MUCHO SABER QUE NO HAS MALGASTADO TU TIEMPO. DESEO QUE TE LABRES UN BUEN FUTURO EN LA VIDA.
Doc miró por un momento a la princesa y luego volvió a fijarse en el pájarograma.
-Está firmado: «Con mis mejores ... », pero luego hay un garabato. Debajo pone: «Sinceramente tuyo», pero
también ha sido tachado. Más abajo dice: «Bueno, en fin, te quiero. Willie el tallador de Borgoña.»
La princesa se echó a reír:
-¿No es adorable?
Doc soltó una risita y dijo que el pájarograma de Willie era muy acertado. Los pájaros irrumpieron con sus
animados gorjeos y sus incesantes aleteos. A la bruja le pareció todo muy divertido.
Cuando el gorjeo, el aleteo, los comentarios y las risas cesaron, Doc dijo, como corresponde a un gran maestro
de ceremonias:
-Nos hemos reunido hoy aquí para honrarte, princesa, por tu fuerza, tu coraje y tu decisión en la búsqueda de
la verdad.
«Fuerza, coraje y decisión>>... la princesa sonrió. «Sí, Doc tenía razón -pensó--, nunca en mi vida me he
sentido más fuerte, más valiente ni más decidida.»
-Has llegado hasta aquí a través de los mares tormentosos y las arenas profundas, has subido montañas
escarpadas y te has enfrentado a una densa niebla- continuó Doc-, has resbalado, tropezado y caído con la
única intención de volver a levantarte y proseguir la marcha. Todo esto y mucho más has tenido que soportar
en la búsqueda de la verdad... una verdad que prometía curarte y traer la paz y el amor que con tanta
desesperación deseas.
Con gran ceremonia, se ajustó el estetoscopio y continuó:
-Con todo merecimiento, te has ganado el honor de estar aquí hoy en el templo de la Verdad y de poder tener
entre tus manos el valioso pergamino sagrado.
-No lo veo por ninguna parte, -le susurró la princesa a la bruja llena de impaciencia.
-No te preocupes, todo ocurre en el momento preciso, le contestó la bruja también entre susurros.
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La Princesa que Creía en Cuentos de Hadas
FanficCriada por un rey y una reina estrictos e inflexibles, la delicada Victoria crece soñando que algún día será rescatada por un príncipe encantador tal y como ocurre en los cuentos de hadas. Está historia no es mía solo la púbico porque alguien me la...