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Pronto llegó el invierno y con él un nuevo llamado de mis superiores. Arribamos con mi tío y mi primo a un templo ubicado en el barrio porteño de Flores. De fachada, un negocio común y corriente que nadie podría identificar como un lugar de meditación, descanso y algo más.

Eran las tres y cinco de la tarde, no hacía tanto frío porque el sol estaba deslumbrante. Transitamos un pasillo estrecho al costado del depósito de mercadería, luego pasamos por una puerta oxidada y, al abrirla, nos encontramos de lleno con una gran estatua de Buda. Cada vez que iba allí, no podía evitar permanecer cinco segundos en la pasividad de su rostro dorado. Nunca fui un observador nato, pero a veces sentía que me recargaba de paz, así como se recargan las pilas, cada vez que guardaba en mi retina la imagen de aquella figura. Un hombre alto y esbelto nos recibió, nos dio un cálido apretón de manos y nos condujo al interior.

Mi tío se sentó en la parte delantera del salón principal, al lado de otras personas que se encontraban meditando. Junto con mi primo, llamado Andan, nos quedamos de pie detrás de todo.

—Estoy seguro de que no te llamaron por algo malo

—soltó la voz que estaba a mi lado.

Asentí con la cabeza. Intentaba parecer tranquilo, a pesar de saber que habían solicitado una reunión urgente conmigo. Mi mayor miedo era que me retaran.

—No te preocupes. Te vas a ganar unas buenas felicitaciones —concluyó mi primo—. Aunque no voy a dejártela tan fácil. Recordá que estamos compitiendo por quién resuelve más casos de almas perdidas.

Desde niños, mi primo y yo siempre fuimos rivales. Estaba claro que una victoria no se obtendría de forma tan simple. Aunque yo llevaba la delantera, Andan mejoraba cada día más. Pero él ni se imaginaba que mi fuerza interior era imparable, y que no iba a perder si quería ser yo, en vezde él, la joya de la familia. 

Cinco minutos más tarde, apareció el señor Zhong para llevarme con él. Me despedí de Andan mientras me regalaba un silencioso jiayou1, que leí en sus labios antes de perderlo de vista. Ingresé a un salón más pequeño conducido por un señor regordete, bajito y calvo, que no tenía menos de setenta años. Él estaba a cargo del templo. A sus oídos llegaban casos sobre almas perdidas y su tarea era delegarlos a personas como nosotros. Tomé asiento, como me indicó. Luego, me ofreció una taza de té verde, que acepté por respeto hacia un superior. Me sonrió y, acto seguido, adoptó un tono más mesurado.

—Gracias por venir hoy, joven Xu. Por un lado, quiero agradecerte por tu arduo trabajo. Es mi obligación decirlo ahora que estás de frente a mí: tu don ha dado maravillosos frutos. Por otro lado, quiero expresar el motivo puntual de mi llamado. Decime, ¿cómo va el caso del alma perdida de Mataderos?

Así nombraban de manera oficial al chico que se había esfumado ante mi atónita mirada. Recibió ese nombre porque habían detectado su presencia en ese barrio al oeste de la capital antes de nuestro primer encuentro. Bebí un sorbo de té con el objetivo de hacer tiempo y ordenar mis pensamientos.

—Bien, señor Zhong. Aunque siempre se me escapaba en un abrir y cerrar de ojos, lo positivo es que el pasado verano hice contacto con él tres veces. —Otra vez evité darle información de más, como si yo mismo me estuviese dando permiso para guardar una valiosa parte dentro demi corazón.

—Típico de las almas perdidas. De más está recordar que ellas pueden ser inofensivas o en extremo peligrosas. Confío en que harás un buen trabajo, pero no dejés que se salga de control.

Mi voz salió apresurada, como si sintiera la necesidad de que su augurio nunca ocurriese.

—Por supuesto, señor Zhong. No los defraudaré a usted, a mi familia ni a los Cielos.

—Confío en vos, joven Xu. 

No supe qué más decir. O mejor dicho sí, tenía mucho más para decir. No obstante, mi garganta, anulada, no me dejó.

—Tengo algo más para comunicarte. Te voy a asignar una nueva misión mientras estás pendiente de la otra. Es sencilla, no tendrás muchos problemas. Será pan comido para un jovencito como vos. Aquí está toda la información.

—Me tendió un sobre rojo—. Podés irte. Y no dudes en informar cualquier novedad sobre ya sabés quién.

—Lo haré —prometí, sin sospechar en ese momento que sería una promesa que no podría cumplir.


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1. Jiayou es una expresión común china que se usa para brindar ánimos. Jia significa «añadir, sumar» y you es una forma acortada de qiyou (gasolina). La frase literal sería «añade gasolina», que se puede interpretar como «pon energía en lo que estás haciendo». También puede significar «¡buena suerte!», «¡puedes hacerlo!», «¡no te rindas!» y, como un grito de guerra durante una competición deportiva: «¡vamos, equipo!».

Almas perdidas (publicado por editorial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora