Era un día nublado, donde apenas los rayos del sol lograban traspasar las grandes nubes que cubrían por completo su resplandor. Tendido en una camilla, el castaño mantenía una expresión neutral mientras observaba con detenimiento cómo cada gota del suero caía. Odiaba estar en aquel lugar, pero no podía reprochar nada, ya que lo habían traído luego de haberse desmayado en el instituto.
—¿Te encuentras mejor? —Una voz interrumpió el silencio de la habitación. Era Harry, que permanecía de pie en la puerta. En su mano derecha llevaba una pequeña bolsa blanca. El castaño sonrió con amabilidad.
—Sí. Disculpa por las molestias, no pensé que esto ocurriría. —Había algo de vergüenza en su tono.
Harry negó con la cabeza, como si no fuera necesario pedir disculpas.
—No es molestia. Me preocupaste, amigo. —La última palabra reconfortó el corazón del castaño. Necesitaba a alguien en esos momentos, y Harry era su única esperanza por ahora. El pelimarrón caminó con pasos ligeros hasta los asientos de la habitación y se sentó en uno de ellos.
—¿Quieres tomar algo? He traído un zumo de manzana, dicen que es nutritivo.
—Gracias. —Fue todo lo que pudo decir el castaño antes de escuchar el sonido de la puerta abriéndose. Ambos jóvenes giraron sus miradas hacia la entrada. Will tragó en seco al ver a su padre de pie junto a la enfermera.
—Oh, no. Harry. —Fue lo único que cruzó la mente del castaño.
La incomodidad se podía palpar en el aire. Las miradas verdosas de padre e hijo se conectaron, enviándose una serie de mensajes mudos: "¿Quién es el nuevo?", pensaba el adulto. "No te atrevas a hacerle daño", pensaba el castaño.
El adulto carraspeó ligeramente, dejando que la enfermera hiciera su trabajo. Con sumo cuidado, ella quitó el suero intravenoso del brazo de Will. Él soltó una leve queja por el dolor que sintió al retirar la aguja. Will observaba de reojo a Harry, que permanecía sentado, observando la escena con una leve sonrisa incómoda. La garganta del castaño se secó al ver cómo su padre caminaba hacia él con pasos lentos. Quería hacer algo, pero no podía permitirlo.
—Harry. —Habló en un tono bajo, para que solo él lo escuchara. —Puedes irte, hablaremos más tarde. ¿De acuerdo?
No hubo respuesta inmediata, pero Harry asintió y, aún con su sonrisa, se levantó y se despidió amablemente antes de salir de la habitación.
El silencio volvió a reinar en el cuarto.
—Disculpe, señor Roberts, necesito hablar con usted en privado. —La voz dulce de la enfermera resonó en la mente del menor.
—Si es sobre mí, no hace falta hablarlo en privado. —Dijo el castaño, tratando de no sonar brusco.
—Bueno, si mi hijo no tiene problema, yo mucho menos. —El adulto esbozó una sonrisa, que al castaño le pareció falsa. Hipócrita, pensó.
—Bien... —murmuró la enfermera, visiblemente nerviosa. La tensión en la habitación era palpable. —William Roberts. Hemos hecho un análisis de sangre y, según los resultados, tienes un caso de hemofilia A.
Nadie dijo nada. El adulto abrió los ojos de par en par, fingiendo preocupación.
—Enfermera, ¿podemos hablar fuera? —Sin previo aviso, la habitación quedó en silencio, dejando al castaño solo mientras se hundía en sus pensamientos.
Un caso de hemofilia A. ¿Qué significaba eso? ¿Su vida corría peligro? Will tensó la mandíbula, sintiendo una creciente ansiedad. No entendía por qué se aferraba a la esperanza de vivir si, en el fondo, deseaba desaparecer. Nunca había escuchado sobre esa enfermedad. ¿Qué debía hacer ahora? Un nudo se formó en su garganta, y un impulso de llorar lo recorrió.

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𝐓𝐮 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐚ñí𝐚
RomansaWill quería un trabajo para poder salvar a su abuela, mientras luchaba con sus pesadillas, y Demian estaba cansado de escribir cosas de amor sin aún conocerlo. ¿Y si lo único que necesitarán es la simple compañía del otro?