La sangre le chorreaba entre los dedos mientras intentaba, inútilmente, detener el sangrado con estos. En sus ojos podía leer la confusión. «¿Por qué?» rogaban estos.Me temblaba todo el cuerpo. El pelo se me pegaba a la frente por el sudor y me entraba en los ojos, haciendo que me escocieran. Me miré las manos. En la derecha, un envase de cristal con un líquido verdoso. En la izquierda, uno amarillento.
¿Cuál de los dos había utilizado?
Estaba tan nervioso que ya no lo recordaba.
Gorwil intentó dar un paso hacia delante pero, presa de los nervios, cayó al suelo frente a mí, tirando de mi camisa y obligándome a hincar las rodillas en el suelo. Nuestras cabezas se encontraron una frente a la otra; tenía los ojos inyectados en sangre y tan abiertos que podrían haberse salido de su órbita. Estoy seguro de que, si su inflamada garganta se lo hubiera permitido, habría gritado. Estornudó un par de veces y la sangre de entre sus dientes, caliente y espesa, se estampó sobre mi piel como una constelación escarlata.
Traté de girar sobre mí. En la vitrina a mis espaldas podría leer las etiquetas de muchas de aquellas pócimas y brebajes que manteníamos en la sala de curas. Quería encontrar un antídoto para aquella afección anónima. Alguna valdría. Tenía que ser así. Los síntomas eran: Rotura de los vasos sanguíneos de los ojos y la nariz, regurgitación sanguinolenta por las vías orales y respiración entrecortada. Si esto último se debía a un ataque de ansiedad o producto de la inflamación de las vías respiratorias, no lo supe decir.
Volví a mirarme las manos; ninguno de los dos líquidos resultaba dañino para el ser humano, mucho menos tendría una reacción tan agresiva e inminente. ¿Es que había cometido un error en la confección?
Gorwil no soltaba la manga de mi camisa y, al intentar ponerme en pie forzosamente, apoyándome en uno de los estantes, el armario se vino hacia delante y todo el contenido se derramó sobre nosotros. Apenas pude evitar que el mueble nos aplastara.
Por el pasillo distinguí el sonido metálico de una armadura al galope. ¿Había sido yo quien había llamado a los guardias, o el ruido de la estantería al colapsar les había alarmado? Gorwil no paraba de vomitar sangre. Sus ojos cristalinos se encontraron con los míos.
Antes de proseguir con mi historia, permitidme que os cuente algo sobre mi pasado; dejadme que os explique qué me llevó a semejante situación.
Yo, en realidad, no era más que un aprendiz. Y Gorwil, por otro lado, era el hijo del gobernador y futuro heredero del puesto en Ogana, mi comarca y una de las más influyentes en Ylandberg. Tomad nota de esto, ya que es un dato importante a lo largo del transcurso de mi historia.
Y ahora os preguntaréis, ¿y cómo es posible que alguien como tú, Elyon, haya logrado una posición tan respetuosa con tan sólo 26 años? Bueno, en realidad, es una larga historia. Una tan larga y aburrida que no merece la pena ser contada. Podemos decir, sin embargo, que una postura relativamente importante de dicha corte le debía a mis padres un pequeño favor, y estos se lo cobraron dejando que su hijo metiera un pie en palacio. De mis padres contaré que siempre han sido muy trabajadores, y que con arduo trabajo consiguieron remontar hasta una posición social más que digna.
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HONOR Y CAUSA
FantasyCometer un crimen es sencillo, sólo necesitas unos segundos de adrenalina. Lo complejo viene después; justificarlo, vivir con ello.