Capítulo 4: Rojo como el cielo

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Me encontraba en una habitación sin ventanas, atado de pies y manos a una silla de madera. Mis brazos pasaban por encima del respaldo y me forzaban a estar ligeramente inclinado hacia delante, con la mirada clavada en el suelo. Por lo incómodo y antinatural de la postura, un hormigueo se había apoderado de mis brazos, que caían flácidos a mi espalda. Además, los calambres que recorrían mi cuello y espalda apenas me permitían levantar la vista para inspeccionar la habitación (aunque la postura me limitaba más de lo que el dolor lo hacía). Sólo unos cuantos rayos de luz anaranjados, inestables y endebles, se atrevían a invadir la estancia a través del bajo de la puerta que se situaba a mis espaldas.

Por lo poco que pude investigar dada mi condición, la habitación no parecía contener ningún tipo de objeto personal que delatara el origen de mi raptora. Entre la penumbra podía distinguir la silueta de un par de estanterías y baúles. Olía a humedad y polvo que apestaba, y aunque no llegué a verlos, podía oír a un grupo de pequeños seres pasearse por las tablas sueltas de madera; nunca llegué a saber si se trababan de pequeños roedores, o de insectos muy grandes.

Pensé en gritar pero, ¿de qué serviría? Me iban a ejecutar de todos modos, eso estaba claro. Tal vez, si no les daba muchos problemas, serían misericordiosos y acabarían conmigo de forma rápida.


No sé cuántas horas estuve ahí metido. Pero fueron muchas. Tuve tiempo, por ejemplo, para torturar mi espíritu un poco más, enumerando y repasando todo cuanto había dejado atrás. Pensé en Lilith y en nuestra relación. Si no he mencionado anteriormente que tenía pareja es porque, en aquel momento, tampoco me detuve demasiado a pensar en ello. Nuestra relación era formal, pero también eventual. Creo que ambos habíamos aceptado ser beneficiosos para el futuro del otro, de igual forma que habíamos aceptado que aquel no era nuestro momento. Pero nos manteníamos unidos, de alguna forma. Me pregunté qué pensaría ella de lo ocurrido. Me pregunté si ella dudaría de mi acusación, o si la creería cierta. Fantaseé por un instante con su larga cabellera morena. En el futuro, ¿cómo habría sido nuestro hogar? Estoy seguro de que tendríamos un perro y una chimenea inmensa frente a una biblioteca aún más grande. Dos niñas hubieran nacido de nuestra unión, y ambas habrían heredado sus ojos negros y pelo liso; los genes de los Ilhara, como el carácter, corrían fuerte por sus venas.

Pero ya nada de eso tenía sentido, ni valor. Me sentí tremendamente culpable por no haber pensado en ello antes. Mi prometedora carrera profesional como doctor en la corte; aquello era otro asunto. Lo cierto es que, cuando empecé a hacer mis prácticas en la corte, no tardé demasiado en darme cuenta de que mis expectativas no coincidían demasiado con la realidad. Recibía constantes halagos sobre mi rendimiento y mis rápidos avances, pero nunca ninguno de estos me pareció realmente importante. Yo empecé a interesarme por la medicina porque pensaba que podía hacer algo por ayudar a mi pueblo. Cuando no era más que un aprendiz de estudiante (si es que acaso podía llamarme así) solía visitar a los abuelos de mis amigos para prepararles mejunjes e infusiones, que ellos tomaban más por lástima que por su efecto. Me hacía sentir lleno de curiosidad; cada día encontraba nuevas plantas que mezclar o nuevas pócimas que untar. Trabajando para la corte este entusiasmo no se manifestó.

No supe decir en qué momento todo había cambiado; ya no quedaban en mí sino restos de lo que un día fui. Cenizas. Hace unas semanas la paranoia y la ansiedad me abordaban, pero las cosas habían cambiado. Seguía teniendo pesadillas constantes con Gorwil, y aunque estas me aceleraban el pulso y me hacían vomitar, en el fondo, no me importaba tanto. Estaba cansado de pelear. ¿Qué haces cuando no quieres ver la realidad? No sabéis cuánto hubiera dado yo en aquel momento por volver a mi antigua y aburrida vida. Pero las cosas no son tan sencillas. Así que cerré los ojos y, por primera vez en muchos años, recé. Les recé a los Dioses nuevos y a los antiguos, a los amables y a los más temibles.

HONOR Y CAUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora