Día 2: In the Spotlight

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Angel fue el primero en escapar de Valentino, pero no el último. Aun así, él seguía siendo la excepción entre los pecadores de Rosie, el resto que ella había acogido bajo su protección eran más similares a Bobyth y Saddy, antiguas prostitutas de Valentino, quienes habían matado a sus clientes para después consumirlos, uno como venganza y otro como muestra de amor.

Durante veinte años, Rosie mantuvo a Angel alejado de las calles y de la vista de posibles clientes. En su lugar ella lo había usado por sus habilidades como mafioso, encargándose de amenazas y competencia mientras él reaprendía el arte de la seducción y la gente se olvidaba del Angel Dust que Valentino había creado. Sin embargo, los rumores de que él había abandonado a Valentino para vender su alma a Rosie se habían dispersado como un incendio. Mantenerse en el territorio de su Overlord había sido la decisión más sabia. A pesar de ello, Angel no necesitaba recorrer la Zona Roja para saber que Valentino estaba furioso con él.

Con el inicio del nuevo milenio, Angel se encontró mirando hacia atrás, sin arrepentirse de que Mimzy lo hubiese llevado con Rosie cuando sus heridas no le permitieron mantener la conciencia. Tal vez Valentino jamás lo entendería, pero desde el momento en que Angel estuvo bajo la protección de Rosie, él perdió todo deseo de volver a su vieja vida. ¿Cómo se suponía que se negara a la bondad retorcida y a la viciosa protección de alguien que, como parte del contrato para tomar su alma, prometía nunca hacerle daño?

Para otros, esa promesa podía parecer simple, pero para Angel era un milagro que él planeaba atesorar. Ni toda la fama, riqueza y diversión del Infierno podían compararse a tener un rincón seguro en todo el Infierno para él. Rosie le prometió alimentar su anhelo de ser especial y deseado, pero para cumplirlo, Angel tuvo que abandonar muchas cosas que en su momento parecían imposibles, pero que ahora veía como triviales.

Las drogas que lo habían llevado al Infierno antes que el resto de su familia fueron el reto más grande que tuvo que abandonar. Rosie le ofreció licor, nicotina, sexo y hasta apuestas como sustitutos temporales hasta que él pudiese soltar su deseo por unas cuantas pastillas. Eso ayudó, por supuesto y tomó su tiempo el dejar de desear un poco de polvo en su nariz o una aguja inyectando algo en su muslo. Pero la milagrosa cura que logró que él obtuviese control en su vida fue el hecho de que su Overlord le ofreció aceptación y apoyo. Rosie nunca lo desprecio por sus torpezas o caídas y siempre tenía una paciencia inhumana para explicarle las cosas.

Curiosamente, algo tan simple como eso llegó a ser otra adicción para él, aunque disfrutaba de cada alternativa siempre que podía.

Otra cosa diferente era que Angel no tenía que competir por la aprobación de Rosie. Él sabía lo patético que sonaba al admitir cuánto necesitaba el reconocimiento de una figura de autoridad y el aprecio incondicional. Pero Rosie parecía entenderlo y siempre ella tenía tiempo para sus pecadores, tomando su tiempo para hacerlos sentir especiales. Claro, ella era estricta y sus reglas podían ser brutalmente estrictas, pero Angel comprendía bien por qué Mimzy y el resto eran tan leales a Rosie. Él había caído en el mismo hechizo.

Rosie había sido una luz en la vida de Angel desde que él llegó a su hogar. Desde el primer día, ella se había dedicado a supervisar sus clases, diseñar su ropa y estar siempre disponible para sus lecciones. Pero lo que más apreciaba Angel eran los momentos en que Rosie lo introducía a sus rutinas donde el único propósito era charlar entre ellos.

En esos momentos, Angel se sentía cómodo y seguro. Rosie había logrado convencerle de que cualquiera pagaría por su compañía sin usarlo para fines retorcidos. Después de todo, Angel tenía un proveedor que velaba por él a la distancia. Alguien había estado dispuesto a invertir por él desde el inicio porque, según Rosie, él lo valía. Su misterioso mecenas había estado ausente durante veinte años, pero gracias a su Overlord, Angel había llegado a entender que merecía toda esa adoración.

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