Capítulo 1

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La mujer atravesó la puerta giratória después de dejar las llaves del auto negro con el chico del vallet park. Después de tardar casi media hora en el interior del coche buscando un retraso casi proposital, caminar por el lugar dónde practicamente había nacido, era algo que aún le causaba una sensación rara, no se sentía del todo cómoda, excpeto cuando aparecía ahí con sus amigos de la universidad para una noche divertida de juegos acompañados de los reproches de su padre. Las gafas de sol disimulaban sus ojos rojos por las últimas noches mal dormidas, a parte, la última noche había estado tomando con sus amigos en un bar y despertar temprano en un lunes para una junta de la cual no tenía ningún interés empeoraba las cosas. Por otro lado, las gafas también ayudaban a fingir que no estaba viendo toda la gente que a ella le parecía insoportable hasta que tomó el ascensor para respirar en paz, utilizó el momento para poner algo de labial mientras se miraba en el espejo y cómo no habría tiempo de arreglar los ojos aún rojos, seguió con las gafas.

La secretaria de cabellos negros y cuerpo esbelto la acompañó a la sala de juntas, hacía un tiempo que no aparecía en la parte administrativa del edificio que su agradecimiento con la voz aún ronca por la borrachera de la noche anterior fue sincero. Cuando por fin entró en la enorme sala dónde había una mesa larga y con muchas sillas, lo primero que notó fue la mirada de reproche de sus hermanos mayores, que ignoró totalmente porqué seguro era por la tardanza. Los conocía lo suficiente para saber que igual a ella, ninguno estaba interesado en el tema que los llevó hasta ahí, la diferencia era que Prudencia y Sergio sabían disimular con maestría para llevar la fiesta en paz con su padre. Hablando de él, la rubia pudo verlo en el fondo de la sala rebuscando algo en el cajón y no tardó en acercarse con los ojos sin expresión hacía ella, pero que eran capaces de cortar el aire cómo si fuera un cuchillo. Cómo sólo Rodolfo Toledo era capaz de hacerlo.

- Buenos días... - Murmuró sin ganas sintiendo el estómago roncar al ver la taza de café humeante en la mesa.

- Mariana! - Su tono de voz ultrajado la hizo sentarse en la silla al lado de su hermana lo más pronto posible. - Puedes al menos fingir que te interesa el tema en que vamos tratar hoy aquí?

- Claro, papito lindo. - Tomó un sorbo sintiendo el amargo atravesando su garganta. - Perdón por la tardanza, he estado hasta muy tarde trabajando...

- Bien, vamos al grano? - Sergio suspiró cansado y eso porqué aún no pasaba de las ocho de la mañana. - Ahora ya estamos todos aquí.

- Sí... Todos estamos todos locos para escuchar la historia que nos va contar otra vez, la misma que conocemos al revés. - Jugó con los dedos sobre la mesa cómo si estuviera tocando un instrumento, dejando claro sus ganas cero de estar ahí.

Prudencia la miró con reproche para ir a dónde estaba su padre, que ahora se había acomodado en la silla principal de la sala, lo abrazó por la espalda dejando un beso en la mejilla y con otra mano acariciaba su cabello totalmente canoso por los años que llevaba.

- No de oídos a lo que dice Mari, papi. - Dijo en un tono dulce. - Ella te quiere más que a nadie en este mundo pero todos sabemos que es un poco...

- Fría? - Sergio interrumpió al otro lado de la mesa. - Calculista, ingrata, infantil, sin corazón...?

Mariana le enseñó la lengua viendo cómo él sonreía con sarcasmo, ella casi tiró el café sobre el traje costoso de su hermano mayor y fijó la mirada a su padre con la voz tierna, sabía que fue un exagero su comentario anterior.

- Perdóname papá.  Apenas quería entender el motivo de todo esto, estoy cansada para estar aquí para escucharte decir lo importante que es para ti que trabajemos juntos en el casinos y todas esas mamadas, si sabes bien que yo no tengo el menor interés de heredar este puesto que es tuyo y siempre lo será.

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