Capítulo 7

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No se acordaba la última vez en que había despertado tan temprano, estaba aprendiendo con su padre y todo el circo que armó con la historia de herencia. Aún de ojos cerrados, Mariana lanzó el despertador en el suelo haciendo que dejase de sonar  y con la seguridad de que todo eso sería más aburrido de lo que imaginaba.

Eligió algo más formal. Un vestido negro con detalles en blanco, estilletos nude y por pura pereza dejó el cabello suelto con los rizos en orden, mucho ya tenía que hacer tardando demasiado en maquillarse. Por fin puso un labial rojo, siempre lo hacía cuando necesitaba fuerzas para hacer algo, la dejaba más decidida. Mariana siempre se vestía bien pero a su modo, nada cómo una mujer de negocios, por eso al mirarse en el espejo casi no reconoció la mujer que estaba ahí.

Iba tarde así que en el camino se detuvo en un café para desayunar algo, por primera vez en su vida extrañó a César y su desayuno maravilloso. Él ni siquiera se había despertado cuando ella dejó la casa.

Mariana no había acudido la inauguración del casino que estaba localizado en una playa a unos cuantos quilómetros de la casa, así que quedó sorprendida por ver lo exagerado que era su padre, el lugar era casi una ciudad. Cuando dejó el coche, unos guardaespaldas se acercaron y ella bufó odiando todas esas cosas. Había nacido en este mundo pero no pertenecía a él. La gente entraba y salía del ascensor con porte de mucho dinero y lujo, por instantes Mariana se sintió diminuta al lado de aquellas mujeres tan elegantes y que la saludaba solamente por ser hija de Rodolfo Toledo y no por ser lo que realmente era.

Por fin estaba sola en el cubículo que la llevaría al último andar, precisamente ahí estaba las oficinas principales: la de su padre, la de Sergio, la de Prudencia y la suya... Cerró los ojos aflita, el pequeño ruido del ascensor la dejaba cada vez más cerca y cuando las puertas se abrieron salió por el pasillo con pasos lentos mirando todos lados cómo si nunca hubiera estado en un ambiente así antes. El pánico la tomó por completo, así que lo único que se le ocurrió fue girar sobre los talones y regresar a casa, por eso otra vez entró en el ascensor y apretó algo que no supo bien que era pero seguramente no era la salida porqué al salir vio a un paraíso delante de sus ojos.

Estaba en específicamente en el casino. Era gigante, había ventanales en que se veía todo el mar. Un total resort. Escuchabalas máquinas que le trajo un recuerdo de la infancia cuando ella y sus hermanos jugaban apretando los botones, tirando las cartas a todos lados dejando sus padres furiosos por el desorden. Suspiró con nostalgia pero aún así no se sentía alocada del todo, maldeció por inventar una mentira a su padre con relación a César.

César...

Tenía ganas de correr para buscar refugio en sus brazos, que todo estará bien, o que no le dijera nada, solamente la abrigase en sus brazos. Con él empezaba a sentir cosas que nunca antes había pasado, los días que compartieron juntos fue algo tan intimo que no necesitaba sexo para concretar nada, algo intenso y ahora lejos, estaba más que seguro que nutria algo por César Lazcano, porque el único lugar que quería estar ahora era a su lado.

- ¡Buenos días! - Una mano tocó el delicado hombro de Mariana y ella volteó. - ¿Puedo ayudarla?

Ella observó el hombre con una total expresión de confusión, no se sentía muy bien cerca de personas que nunca había visto o hablado antes, principalmente en lugar como el casino. A pesar de que no era permitido que cualquiera frecuentase el lugar, nunca debía fiarse en cualquiera.

- Lo siento, pero usted me parece un poco aturdida. - Esbozó una sonrisa simpática.

- Sí... No... Quiero decir, estoy bien, apenas un poco perdida, es mi primer día. - Informó un poco retraída.

- Comprendo perfectamente, yo trabajo aquí desde su inauguración y aún soy capaz de confundirme con todos estos pasillos. - Tendió la mano. - Soy Marcelo Escalante.

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