Capítulo 10

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El silencio sepulcral en el auto era por el estado de salud de Rodolfo Toledo. César conducía mientras Mariana tenía las manos unidas en una oración y con el miedo apoderándose de su cuerpo. No estaba preparada para perder a nadie más, su madre ya había sido lo suficiente, su padre era su héroe a pesar de las desavenencias y en su cabeza imaginaria de escritora, él era inmortal, nada de malo lo iba a alcanzar.

Llegaron al hospital privado encontrando a Sergio y Prudencia, ella estaba abrazada a Luis con un semblante sereno pero Mariana estaba más que segura que por detrás de este disfraz de mujer fuerte que siempre solucionaba todo, estaba una mujer desesperada y que posiblemente había llorado mucho as escondidas en el baño. Sergio no tardó en abrazar a su hermana menor y Prudencia se juntó a los dos.

- ¿Pueden decirme ahora que pasa? - Mariana preguntó entre dientes, estaba nerviosa.

- Tuvo un malestar en la oficina. - Sergio bajó la mirada.

- ¿Y?

-  Yo estaba con él... - Prudencia abrazó a su propio cuerpo recordando el momento. - Empezó a sentir un dolor en el pecho izquierdo.

- ¿Un infarto? - Susurró.

- No sabemos mucho, los médicos lo llevaron y aún no han regresado con ninguna noticia. - Su hermano volvió a abrazarlas.

- Tú estabas nerviosa al teléfono, Prudencia, están ocultándome algo y no me quieren decir...

- No seas paranoica, Mariana. Yo estaba nerviosa, estaba con él, fui yo quien lo acompañó en la ambulancia, yo lo traje. ¿Cómo querías que estuviera? - Levantó la voz.

- Ay por Dios no van a discutir aquí.

Sergio buscó tranquilizarlas pero Mariana se apartó y sus ojos buscaron los de César, que estaba en un rincón junto a Luis dando privacidad a los tres hermanos. Su cuñado se apartó y César la tomó de la mano besando el dorso antes de acuñarla en un abrazo, besó su cabello mientras sentía las lágrimas mojando su camisa.

- Tranquila... No va pasar nada.

- No puedo perder a mi papá. - Él secó una lágrima que bajaba por sus mejillas.

- Eso no va suceder. Vas a ver que pronto estará aquí y todo va ser cómo antes. - Ella asintió.

- Abrázame, César.

Y a parte de recibirla una vez más en sus brazos, la besó suavemente en los labios y Mariana no supo si era porqué estaban delante de otras personas o si era algo verdadero, pero no importaba porqué lo único que necesitaba era sentirse protegida y lo estaba. La voz melodiosa de César diciendo que todo terminaría bien renovaba sus fuerzas.

Había pasado casi cuarenta minutos esperando alguna respuesta. En este momento el silencio reinaba en la sala privada que fue designada a la familia. Prudencia estaba con la cabeza en el hombro de Luis, desde la discusión ella y Mariana no intercabiaron ninguna palabra, apenas se miraban. Sergio había salido a buscar café para sus hermanas, las dos sabían que era el que sufría demasiado y en silencio aunque se hacía el fuerte. Mariana tenía el saco de César sobre sus hombros, sentía frío y su cuerpo temblaba también de preocupación.

- Lo siento por exaltarme contigo. - Se acercó a Prudencia sentándose a su lado. - No fue mi intención.

- Cómo si no te conociera... - Esbozó una sonrisa triste pero sincera. - No te preocupes, todo está bien.

- Tú siempre cuidando a todos nosotros y yo siendo una malagradecida cómo siempre... - Bajó la mirada.

- No digas eso. - La abrazó. - Eres mi hermana querida, no una malagradecida.

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