Capítulo 5

62 12 5
                                    

Mariana no se acordaba lo mucho que había recorrido la casa desde que tenía ocho años y hoy era un día de recordar la infancia pero con los problemas y preocupaciones de adultos. Por fin lo encontró jugando con Bongo. César lanzaba la pelota a un lado y el perro obediente corría trayendo la misma en la boca devolviendo al hombre que parecía enfadado. Mariana se reprochó entre dientes por causar tanto daño en menos de una hora que habían colocado el plan en acción.

Se acercó moviendo los dedos entre una mano y otra jugando nerviosa, no existía un ensayo para este tipo de situación, el mejor modo era ir directo al punto.

- ¿Me perdonas? - Se apoyó en un árbol con las mejillas sonrojas por el sol y por la vergüenza que sentía. - En serio no fue mi intención.

- No hay nada que perdonarte. - Contestó sin mirarla, seguía con los ojos fijos en Bongo. - Apenas dijiste la verdad, siempre tienes razón, Mariana.

Ella suspiró sin paciencia para lo mucho que César la estaba ignorando en este momento. Ella siempre tenía razón pero igual no tenía mucha paciencia para aguantar el desprecio que empezaba a afectarla más de lo debido. Él pudo sentir las suaves manos tocando su rostro. Era la primera vez en que sentía el toque suave que no fuese en las manos, delicadamente el pulgar rozó los pómulos masculinos sin que ni siquiera Mariana se diera cuenta del gesto y sus ojos se encontraron en una fusión inexplicable.

- Sé que hablo mucho y soy indiscreta a veces pero es mi límite. - Dijo. - No creo que alguien sea menos que los demás por lo que hace y para mí tú pensabas igual. Siempre te has mostrado tan seguro que metí la pata y dije todo porqué en realidad fue mi sobrina Marina quien me ayudó en la búsqueda, ella es hija de Prudencia y por lo tanto sabe que tú eres un scort y no un chef... ¿Me puedes entender, César? Has dejado claro que no te involucras con nadie en tu trabajo y yo quería dejar claro que nada va suceder entre nosotros, que no estoy esperando nada. - El silencio por parte de César era agonizante y ella se desesperó sintiendo algunas lágrimas asomadas a sus ojos. - No hay nada que odie más que lastimar a alguien que yo quiera, eso me destruye.

Él esbozó una sonrisa sensual y tierna.

- ¿Me quieres?

- Ay por Dios... - Puso los ojos en blanco apartando sus manos de su rostro.

- Ya, ya entendí. - Acarició los brazos de Mariana tranquilizándola. - No te odio, ya he escuchado cosas peores y créeme que no fue fácil... - Una de sus manos acariciaron el rostro femenino retribuyendo el gesto que antes ella le había regalado. - Me dolió porqué fuiste tú la que dijo y nació en mi un aprecio por ti, una amistad y yo nunca he tenido muchos amigos, creo que no sé cómo manejar.

- Por supuesto que lo sabes César... Eres especial, sensible y respetuoso, te importa las cosas más insignificantes y eso es una característica de personas con un corazón gigante cómo el tuyo... - Lo vio sonreír una vez más y lo golpeó suavemente en el brazo. - ¿De que ríes, idiota? Hablo enserio.

- ¿De verdad piensas todo esto de mí?

- Sí y es sincero. - Sonrió y casi pudo notar que él también se emocionaba por sus palabras. - ¿Puedo pedirte una cosa?

- Puedes pedirme lo que sea, Mariana. Pensé que había quedado claro.

- ¿Podemos ser amigos?

- Ya somos amigos, nena. - Tocó suavemente su nariz haciéndola cerrar los ojos por segundos.

- No... Quiero decir amigos de verdad. - Tomó su mano rozando el dorso con el pulgar. - Cuando todo esto se termine y regresemos a la ciudad, quiero que me visites a los domingos para ayudarme con Bongo, que salgamos a cenar en el restaurante de siempre y compartiendo el pastel de chocolate con fresas... No quiero perder la persona maravillosa que he encontrado en ti, César.

El Acompañante Donde viven las historias. Descúbrelo ahora