Viernes, 03 de junio del 2016
He tenido semanas completamente agobiantes, desde hace dos semanas que no paro en casa, con el trabajo y los estudios no he tenido tiempo ni para llegar a almorzar; con suerte, llego a dormir a las once de la noche cuando Connor duerme y me levanto a las cinco de la mañana cuando sigue dormido.
Y hoy sería lo mismo, un viernes cualquiera, como el de la semana pasada, si no fuera porque nos despacharon antes de la universidad, y por obra del destino, el sábado y domingo tengo libre y ahora también se le ha sumado el lunes, ya que nuestro profesor de dos materias está enfermo y son las únicas que tenemos ese día. Así que con el tiempo libre que me quedó he decidido pasar a hacer la compra mensual al supermercado, puesto que ni para eso me ha sobrado tiempo.
Estando dentro del supermercado y con una despensa básica en el carrito. Cosas para rellenar el refrigerador y despensa, como también cosas para beber y picar, aparte de útiles de aseo, artículos de higiene personal y unas cosas extras para la casa, para nada necesarias, pero necesarias para mí, entre vasos, cubiertos, cojines, mantas y una que otra decoración que no necesito, pero que me gustó. Salgo del interior después de pagar y guardo las bolsas en el auto, bien acomodadas, y tengo que ingeniármelas porque hoy he tomado las llaves del auto que me envío el abuelo y es bastante pequeño en espacio, y aún debo pasar a la carnicería y frutería.
En el trayecto paso por la carnicería a comprar lo que me falta y después a la frutería. De camino a casa, dentro del auto, siento que llevo cosas hasta encima de mí, pero no me queda de otra; solo así podré descansar todos los otros días y recuperar energía. Ingreso al estacionamiento del edificio y aparco en la plaza que deje esta mañana. Al bajarme del auto, compruebo que el auto negro del desconocido se haya quedado en el exterior, ya que aún me afecta su vigilancia y por eso que evito pasar lapsus de tiempo sola.
Corro para buscar al lado de mi moto el carro de carga que tiene cada loft y subo todo en su interior, casi jugando al tetris con ellas. Luego me dirijo a esa caja del diablo que tanto odio y subo en ella, sin quedarme otra opción más que esa. Y pese a que son pocos pisos de subida, se me hacen eternos en el interior; ya en el piso tres se detiene y abre sus puertas. Salgo a toda prisa y avanzo por el pasillo hasta la puerta del loft que abro con dificultad. Dentro de mi casa me encuentro con todos, hasta con Darío que se ha unido bien al grupo.
«Quién lo diría son todos unos cercanos, ahora»
—¡Provisiones! —exclama Darío, más emocionado que nunca.
—Hola —los saludo a todos mientras jalo con fuerza el carro al interior.
Y por un milagro inexplicable, se compadecen de mí y me ayudan a guardar; desgraciadamente no todo lo bueno dura suficiente y mi descanso se acaba cuando mi celular suena en el bolsillo de mi pantalón con un nuevo mensaje, lo saco de entre la tela y reviso el corto texto de mi abuela pidiéndome si puedo llevarla a la casa de mi tía. Sin ánimos me levanto del sofá y agarro las llaves, para salir, sin embargo, antes de hacerlo, la voz de Darío me detiene, comentando que harán algo en su casa para que cuando vuelva pase para allá.
ESTÁS LEYENDO
No seré el primero, pero...
RandomBelén tiene problemas, pero ningún problema se asemeja a vivir en una guerra con tus padres y hermanos, ya que ellos no te creen nada de lo que dices. Y tampoco se asemeja al ser víctima de violación a los ocho años por un conocido, una persona que...