I. Enfermedad y Liberación

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En sus cortos años de vida, la joven Kore, llena de vida, fertilidad y valores, sabía que debía ser propio de ella y que no, al menos según la guía de su madre. La honestidad, la solidaridad y la humildad eran parte de su educación, pero a veces sus pensamientos se veían nublados de cosas tan terribles que el miedo era constante acompañante de sí misma, como la vez que una voz agonizante le habló en su mente, pidiendo piedad y ser escuchada.

Desde pequeña encerrada en los campos de Sicilia, sin oportunidad de socializar y conocer más allá de los límites del terreno de su madre lleno de ninfas y sacerdotisas, siempre anhelo la vida más allá de ese lugar, cómo si algo la llamara, un impulso por explorar algo más allá de lo que gritaban esas voces en su mente. Una llamada tétrica y perversa, que la perseguía en sus silencios y sus sueños, haciendo que dormir fuera un infierno y que los silencios fueran un martirio de sufrimiento.

- Gracias por venir - había dicho su madre a dos dioses que desconocía.

Uno de ellos era un joven de piel bronceada y cabello rubio, con rizos en bucle perfectos y ojos radiantes. El otro tenía sus mismo ojos pero la piel era pálida y un calvicie adornaba su cabeza brillante.

- Era nuestro deber acudir a tus necesidades, querida Demeter.

El rubio beso las manos de su madre, mientras que ella, de unos diez años, solo veía a todos callada recostada desde un diván con cojines de plumas de ganso.

-¿Cómo se llama la niña?

Tenía un nombre, ese era Persefone, pero por alguna razón su madre lo ocultaba de todos, según le dijo una vez, fue un error bautizarla con ese nombre, pero lo hecho ya estaba hecho. Ocultando su vergüenza decidió llamarla Kore, la Kore Persefone, aunque solamente era conocido el primero.

- Kore.

La desesperación de saber que pasaba con su hija era tan grande que por primera vez en años dejaba pasar a su territorio otros Dioses que no fueran Atenea o Hestia.

El señor calvo se arrodilló frente a ella, se presentó a la niña como Asclepio. Una falta de respeto a la entidad de Demeter, pues pasó de largo por ella hacia su pequeña hija. Lo tomó del hombro y dio un leve apretón.

- Veo que aún no sabes de protocolos, semidiós.

El tipo miró hacia abajo avergonzado, pero con valor levanto la mirada a la imponente Demeter y preguntó :

- ¿Segura de que no sabe qué pasa con su hija?

La mujer lo escudriño con la mirada.

- Tengo mi sospechas.

Dios y semidiós se miraron un momento, sintiendo la tensión de algo oscuro en la habitación.

- Necesito que ambos sepan que, estoy confiando ciegamente en ustedes...espero que no me decepcionen.

- Te damos nuestra fiable palabra, gran Demeter, de que lo que pase aquí, aquí se queda.

La mujer dio un asentamiento en dirección al semidiós inmortal y éste avanzó hasta la pequeña.

- Dame tu mano - pidió con amabilidad - te haré un chequeo general.

La niña, con profundas ojeras y ojos cansados le dio su mano al hombre.

No supo qué exactamente que vio en ella, pero cuando soltó su mano se alzó con lentitud y dirigió una mirada angustiante a su padre y a la Diosa Deméter.

- Hablemos afuera - dijo la Diosa, con una angustia creciente al ver la cara del hombre.

¿Eran todas sus sospechas ciertas? ¿A caso su dulce Persefone...?

Vida y MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora