La impulsividad era su segundo nombre y jamás hubo lugar a un mínimo de pensamiento. Ella prefería actuar y luego ver qué pasaba, sabía que haciéndolo así sería ella realmente.
A nadie parecía importarle, pero llegó un comentario que manchó de negro todo aquel arcoiris que ella misma pudo pintar por fin.
Ya no podía ver más allá de esos nuevos colores que no variaban entre gris y negro. Sus ojos estaban absueltos en la idea de recuperar ese color que tanto tiempo le costó pintar.
Sus manos ya no temblaban de emoción, ahora lo hacían de miedo, de falta de aire, de ansiedad. Sus recuerdos se esfumaban como quien fuma un cigarro y su mente no dejaba de pedir perdón sin importar cómo se sentía ella.
Ella misma se estaba haciendo añicos. Ella misma estaba haciéndose cada vez más pequeña, como aquella rosa que sin agua se marchita aunque no lo quiera así.
Se estaba marchitando. Ya no había ese rojo, ese azul, esos verdes y amarillos. Ahora solamente reinaba la mancha negra que a alguien se le escapó. Jamás volvió a ser del todo de colores, jamás volvió a ver un arcoiris tan amplio.
Jamás pudo volver a ser ella. Y eso, aunque le doliera, sentía que sería la mejor forma de encajar en una sociedad llena de manchas negras y grises, porque si en algún momento alguien lleno de colores entraba, ellos mismos serían los responsables de volverlo todo de esa ausencia de color tan apagada.
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El desorden de los sentimientos
PoetryFragmentos de un corazón que busca encontrarse y volver a ser uno. Sin embargo, la ausencia de ella, del amor y de la felicidad que la dependencia emocional le quitó sigue marcando huellas en su doloroso camino. ---- Todos los derechos reservados.