i. pilot

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❛ 01: piloto ❜

Otra pesadilla más

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Otra pesadilla más.

Me froté la cara frustrada, internamente deseando que nada de esto fuera real. Que todo era falso y que mi padre y yo seguíamos juntos, o que él no me odiaba. Me asomé por la pequeña ventana encima de mi cama, apoyé mis hombros sobre el pequeño bordillo y miré por el cristal. Noté que mis pupilas se agrandaron al ver las estrellas y lo relajado que se veía todo desde fuera.

Hay veces que soñaba con flotar en el espacio y con cómo se sentiría no poder respirar. El sentimiento de impotencia y de agobio me tentaba, también lo hacía pensar en cómo los pulmones colapsan por la falta de aire, cómo el cuerpo va congelándose poco a poco y como la vista sería borrosa.

No sabía cuanto tiempo había pasado.

¿Un día? ¿Dos? ¿Un mes? ¿Dos años?

Había perdido por completo la noción del tiempo desde que mi propio padre aconsejó al canciller mi aislamiento antes de cumplir mi condena a muerte, aunque debía dar las gracias por no estar muerta aún. ¿La razón de mi condena? Hurto y hacer tatuajes ilegalmente. Por muy raro que suene, en el Arca las reglas son estrictas. Aquí, todo delito es castigado con la muerte, da igual la gravedad. Robé una máquina y me dediqué a tatuar a escondidas a algunos guardias. Mi padre la encontró y quemó la piel a todos aquellos, y después los mató. Es gracioso como lo que fue una vez tu referente y la persona que daría la vida por ti se convertiría en un monstruo por querer llegar al poder.

Pero al final aprendí que este era mi destino.

Estar sola para siempre.

El sonido de la puerta de metal abriéndose me hizo sobresaltarme. Veo entrar a dos guardias fornidos, no logro reconocerlos de vista. Y al ver su semblante serio no puedo evitar tragar saliva.

—Prisionera 316, contra la pared— suelto una risa burlona, lo cual parece picar a los guardias, quienes no parecen muy contentos con mi actitud hasta el momento.

¿Qué se esperaban?

Solo comía una ración diminuta de comida al día y mi cama era literalmente una camilla de metal oxidado.

—¡Contra la pared!— gritó uno de ellos. Finalmente obedecí y giré mi cuerpo hacia la pared metálica, dándoles la espalda.

—¿Qué mierda pasa? Yo no he hecho nada— replico mientras trato de deshacerme con cuidado de la goma de pelo que recoge mi coleta. Después, me la pongo en la muñeca.

—Cuida tu bocaza, niña. Y estáte en silencio— oigo una caja abrirse y me giro de golpe. No logro distinguir lo que hay dentro de ella pero me sirve para saber que no es nada agradable—. Extiende tu brazo derecho.

—Aún no me toca— al ver que no tienen intención de parar comienzo a sentir mis piernas temblar ligeramente y como un nudo en mi garganta se va formando poco a poco—. No lo hagan, cumplo los dieciocho dentro de tres semanas.

Como bien dije, en el Arca, todo delito se castiga con la muerte, pero no se aplica a los menores de dieciocho años. Por eso mismo, no entendía de que se trataba la situación.

—El colgante. Quítatelo— bajé mi cabeza y me centré en el collar que rodeaba mi cuello. Tenía una cadena de plata y llevaba incrustado dentro de una estrella una pequeña M, por el nombre de mi madre. Me negué a quitármelo. Ese colgante me lo dio mi madre antes de morir y juré no deshacerme de él jamás.

—Era de mi madre.

—Quítatelo.

No dudé más y me abalancé sobre uno de los guardias, clavando mis uñas en su cara. Tiré de él con intención de tirarlo al suelo, me sorprendí al ver que lo logré y salí disparada hacia la puerta de la habitación.

Choqué con una barra y aproveché que estaba fuera para mirar lo que estaba pasando. Cientos de guardias estaban haciendo prácticamente lo mismo con otros prisioneros.

Porque no éramos pocos.

A los delincuentes menores los encierran en el mismo lugar, la cárcel. Pero se la suele llamar "la caja del cielo".

Escucho como el guardia aparece tras de mí y observi cómo dos más vienen al frente. Una sola voz es la que los detiene a todos.

—Blair— prácticamente me lanzo a los brazos de mi tío y comienzo a sollozar en un tono bajo.

—¿Qué pasa? Por favor dímelo— me contuve para no gritar con todas mis fuerzas por toda la rabia y el agobio que tenía en el cuerpo ahora mismo, la sensación es abrumadora y no me gustaba. Ni muchísimo menos—. Me van a matar, ¿cierto? Están reduciendo la población.

—Nadie va a ejecutar a mi chica, Blair. No os van a ejecutar a ninguno. No sé mucho más, pero te vas a ir con los cien a algún lugar. El canciller me ha dicho que esto es bueno para ti. Ten paciencia— hizo una pausa antes de volver a hablar—. Te quiero mucho, pequeña.

Me intentó abrazar de nuevo, pero me aparté. Sabía que no me estaba diciendo toda la verdad. Lo notaba por el tono de voz que usó y por la forma en la que me miraba. Sus movimientos del cuerpo, su sudor, su angustia, eran cosas que lo delataban.

Odio cuando alguien me miente.

Abrí la boca para hablar, pero la cerré al instante al notar una superficie afilada darme en el brazo.

Lo último que recuerdo fueron las palabras de mi tío, quien me cogió en sus brazos cuando perdí el equilibrio. Cerré los ojos y relajé mis músculos.

—Nos vemos más allá, Blair— susurró.

Lo único que puedo recordar de después fue mi visión volviéndose totalmente de color negro.

𝐓𝐇𝐄 𝐆𝐑𝐄𝐀𝐓 𝐖𝐀𝐑, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚𝐦𝐲 𝐛𝐥𝐚𝐤𝐞 ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora