II

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PERCY

No hay nada mejor para rematar una mañana perfecta que un largo trayecto en taxi con una chica furiosa.

Intenté hablar con T/n, pero ella se comportaba como si yo acabase de darle un puñetazo a su abuela. Lo único que logré arrancarle fue que había estado muy ocupada desde la aparición de Clarisse y por eso no había podido averiguar nada sobre el paradero de Nico di Angelo (es una larga historia).

"¿Alguna noticia de Luke?" pregunté.

Negó con la cabeza. Yo sabía que era un tema delicado para ella. Aunque no tuviera la misma relación que tenía Annabeth con Luke. Ella lo consideraba familia (como a todo el campamento) y él nos había traicionado para unirse a Cronos, el malvado señor de los titanes. Habíamos luchado con Luke el invierno anterior en el monte Tamalpais; increíblemente, él había logrado sobrevivir a una caída por un precipicio de quince metros. Ahora, por lo que yo sabía, seguía navegando en su crucero cargado de monstruos, mientras su señor Cronos, hecho pedazos durante siglos, se volvía a formar poco a poco en el interior de un sarcófago de oro y aguardaba a reunir fuerzas suficientes para desafiar a los dioses del Olimpo. En el idioma de los semidioses, esto es un «problema». 

"El monte Tamalpais todavía está infestado de monstruos." dijo T/n "No nos atrevimos a acercarnos, pero no creo que Luke siga allá arriba. Si estuviera, Annabeth se habría enterado."

A mí eso no me tranquilizaba demasiado.

"¿Y Grover?"

"En el campamento." contestó "Hoy mismo lo veremos."

"¿Ha tenido suerte? En su búsqueda de Pan, quiero decir."

T/n jugó con sus manos nerviosa.

"Ya lo verás." dijo. No quiso explicarme más.

Mientras cruzábamos Brooklyn, le pedí un teléfono para llamar a mamá. Los mestizos procuramos no usar teléfonos celulares si podemos evitarlo, porque difundir nuestra voz por ese medio es como mandar a los monstruos una señal luminosa: «¡Eh, estoy aquí! ¡Vegan a comerme!» Pero consideré que aquella llamada era importante. Dejé un mensaje en el contestador de casa, tratando de explicar lo ocurrido en Goode. Seguramente no me salió demasiado bien. La idea era transmitir a mi madre que me encontraba perfectamente, que no se preocupase y que me quedaría en el campamento hasta que las cosas se calmaran. También le pedí que le dijera a Paul Blofis que lo sentía.

Luego continuamos el trayecto en silencio. Dejamos atrás la ciudad, entramos en la autopista y empezamos a recorrer los campos del norte de Long Island, donde abundaban huertos, bodegas y tenderetes de productos frescos.

Miré el número que Rachel Elizabeth Dare me había garabateado en la mano. Ya sé que era una locura, pero sentí la tentación de llamarla. A lo mejor me ayudaba a comprender lo que había dicho la empusa: lo del campamento en llamas y mis amigos apresados. Y también por qué había estallado Kelli.

Sabía muy bien que los monstruos nunca morían del todo. Al cabo de un tiempo —unas semanas, unos meses o unos años—, Kelli volvería a formarse a partir de la asquerosa materia primordial que burbujeaba en el inframundo. De todos modos, los monstruos no se dejaban destruir tan fácilmente... Habría que ver si había sido destruida.

El taxi salió por la carretera 25A. Cruzamos los bosques que bordean North Shore hasta que una cadena de colinas bajas apareció a nuestra izquierda. T/n indicó al taxista que se detuviera en el número 3141 de la avenida Farm, al pie de la Colina Mestiza.

El hombre frunció el ceño.

"Aquí no hay nada, señorita. ¿Seguro que quiere bajar?"

"Sí, por favor." T/n le tendió unos cuantos billetes de dinero mortal y el taxista no discutió.

ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ: ʟᴀʙᴇʀɪɴᴛᴏDonde viven las historias. Descúbrelo ahora