2

1 0 0
                                    

Me he preguntado muchas veces si he sido un buen hijo, si he hecho las cosas bien. Luego recuerdo a mis padres pelear y a mi madre ser golpeada por este muchas veces y yo quedándome parado sin hacer nada; me doy cuenta de que fui un mal hijo.

Siempre le oculté a mis padres como me sentía, pues no quería que iniciaran otra pelea por mi culpa. Por eso nunca supe cómo controlar mis emociones, si lo que decía o lo que hacía estaba bien o no. Siempre fui un desafío para todos y eso se hacía cada vez más difícil. La gente me alejaba y eso hacía que me enojara. Solo una vez en mi adolescencia tuve un amigo. Dependí tanto de él que cuando se fue no lo quise creer y me deprimí. Tanto que mis padres se peleaban por mi sombría actitud.

De vuelta a la escuela, todo el mundo se quejaba de mis cambios repentinos de humor. Escuchaba los murmullos de la gente por lo pasillo burlándose de que era una persona que era incapaz de controlar lo que sentía o lo que hacía. Muchas veces me metí en problemas gracias a hacerles caso. Muchos de ellos terminaron con heridas graves por mi culpa, pues los golpeaba sacando todo el enojo que llevaba dentro. El enojo de estar solo, de no poder ayudar a mi madre cuando mi papá la golpeaba, el enojo de no poder ser como todos los demás que me rodeaban. Me sentía explotar cada vez que los escuchaba hablar mal de mí. No sabía como controlarme, pues mis padres siempre se la pasaban peleando o por mi culpa o por la falta de dinero. Era simplemente molesto vivir así.

Muchas veces le comenté a mi madre sobre clases de artes marciales para poder mantener mi ira a raya o para poder controlarla, pero nunca me escuchaba. Vivía siempre golpeando las paredes de mi cuarto dejándolas todas magulladas y con mis nudillos rotos y llenos de sangre. Simplemente no podía seguir viviendo así, hasta que...conocí a alguien.

—Sabes que puedes confiar en mí...— musitó cerca mío.

—No tengas dudas de eso, pero también sabes que no soy capaz de abrirme a cualquier persona...— le miré. Estábamos muy cerca. Demasiado para mi gusto.

—Yo no soy cualquier persona, Tae.— sonrío. Y tenía razón. No es cualquier persona. Me ayuda en todo lo que me pasa. Me ayuda y me aconseja en todo lo que puede, simplemente no está catalogado como una persona cualquiera en mi vida. Pero, después de lo que pasó con mi última amistad, se me ha sido muy difícil confiar en alguien.

—¿No tienes que entrar a trabajar? Se te hace tarde.— cambié de tema rápido, no quería que ambos llegáramos a un camino que no tiene fin.

Su mirada bajo decepcionada y pronto supe que de alguna manera la había cagado, pero él podía entender. Tome su mano y la apreté con un poco de fuerza. Es la única persona que me puede entender en el mundo, ¿por qué se me hace tan fácil rechazarlo?

—Sí. ¿A que hora vienen tus padres?— supe que al hacerme esa pregunta ya no habría vuelta atrás a lo que sea que el hubiera hecho conmigo antes de yo hacerle esa pregunta.

—Tarde, pero...—su mirada se encontró con la mía como si fuera un rayo de esperanza. —Puedo salir a escondidas y vernos en tu hora libre. ¿Que dices?— se lo quedó pensando y luego una sonrisa ladina surcó sus labios.

Fue sin pensarlo y sin avisar que tus labios se encontraron con los míos de una manera rápida y sin control.

Me encanta como me besas cada vez que estamos a solas, sabiendo el riesgo que corremos ambos al tener una alta diferencia de edad y al vivir en una sociedad de tan mente cerrada. Pero, ¿eso alguna vez te importó Hoseok? ¿Eso alguna vez llegó a ser una preocupación para ti? No, ¿verdad? Yo era lo único que sirva y surcaba por tu mente, por eso me apresas en tus brazos cada vez que me ves. Me haces sentir especial, aunque tú y yo sepamos que estoy mal de la cabeza y tú eres experto en ayudar a las personas como yo.

Nuestro Jardín (Kookmin/Vhope) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora