CAPITULO 21 EL MONSTRUO

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Lago de Baikal, Rusia 2031

El cielo estaba nublado, pero eso no quitaba la idea de que era aun de día y arriba de las nubes estaba el sol.

Ella caminó hacia mí, con un andar tan grácil, sus pies parecían no tocar del todo el suelo, verla aproximarse con su belleza letal a cualquiera le hubiese parecido divino, pero, sin saber que verla así era una condena.

—Pareces inteligente—dijo con ese tono suave cantico, tenía un fuerte acento marcado, intenté descubrir su procedencia—, pero no eres más que un vil mentiroso—ladeó la cabeza—, lo traes en la sangre.

—¿En qué te he mentido?

—Sigue retándome, no te he dado una orden donde puedas hablarme sin honoríficos—su aire arrogante hacía la presión de la situación era casi asfixiante.

¿Qué debo hacer para que no se vaya?

—Perdone mi insolencia su gracia.

—Majestad—corrigió—, veo que no te han criado como corresponde, tienes la lengua de un esclavo.

A mis espaldas un D.J arrinconado soltó una risa burlona.

Las nubes filtraron apenas un poco de luz, de su rostro la piel parecía chamuscarse, unos vapores de humo exudaron de su cuerpo, pero ella no se inmutó, como si nada de aquello le molestara en lo más mínimo.

—Perdonaré tu insolencia si me das al lucero—miró hacia D.J—, un poco de su sangre y me recuperaré por completo.

De pronto, supe que podía retenerla más tiempo.

—Está bien—acepté.

—¡¿Qué?! —chilló D.J.

—A cambio necesito información—dije antes que nada.

Sonrió ligeramente con burla.

—Es poco comparado con la vida de ese lucero.

—Si me lo permite, su majestad—dije a regaña dientes—¿podremos hablar dentro?

Hice un ademán de inclinación, ella caminó de regreso, al darse la vuelta un pequeño viento se filtró he hizo que la escueta bata de hospital rebelara cierta parte de su cuerpo, decidí apartar la mirada, olvidé que debajo de esa escueta bata de hospital ella estaba desnuda.

En cuanto llegó hasta mí, me miró fijamente, olfateando.

—¿Por qué has desprendido feromonas si no hay ninguna hembra de tu especie? —luego miró hacia D.J—, ¡ah! entonces te gustan los machos.

—¡¿Qué?!

Se volvió hacia él.

—Lucero, sirve de algo y prepara el baño, apenas y siento los dedos.

D.J me miró y yo solo asentí hacia él, por su bien hizo lo que ella ordenó.

—Sé que no fui criado con la etiqueta que debería...

—Déjate de excusas y habla—se sentó en el sillón, pero una elegancia espeluznante—¿Dónde estamos?

—Estamos en una cabaña cerca del lago Baikal, Rusia.

—¿Rusia? —le centellearon los ojos, con un tenue brillar azulado—, esos profanos se atrevieron a traerme a tierra muerta—gruño, me miró detenidamente y luego a su alrededor—¿Qué año es este?

—Dos mil treinta y uno—contesté despacio.

Arqueó sus cejas sorprendida.

—Quinientos años—murmuró molesta.

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