CAPÍTULO 1

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 Milán.

Cinco años después...

—Rissy, ¿hasta cuándo vas a esconderte?

Merissa miró de reojo a Petra mientras se terminaba de comer un donut.

—Yo no me estoy escondiendo, tata.

—Rissy...

Las dos mujeres compartieron una mirada cómplice hasta que escucharon el ruido de unos pasos y Merissa se escondió detrás de la puerta de la cocina que daba al jardín.

—Petra, ¿has visto a Merissa?

Era Joseph, uno de los hombres de su padre. Y su guardaespaldas.

—No, no la he visto. ¿No se supone que te pagan para controlarla?

—Me va a volver loco y su padre me va a matar.

Merissa tuvo que taparse la boca para que no se escapara la risa. Pobre Joseph, lo traía por la calle de la amargura. Era el undécimo guardaespaldas que tenía en cinco años, pero ninguno había durado tanto como él. Ya llevaban cuatro meses juntos. Y toda la vida.

—¿Has mirado en su habitación?

—¿De dónde te crees que vengo, Petra? Me he pasado una hora en su puerta esperando que se terminara de arreglar y no estaba dentro. No me creo que no la hayas visto, siempre está aquí.

—¿La ves por aquí? ¿No, verdad?? Pues ale, ve a buscarla a otra parte que aquí me estás estorbando.

El pobre Joseph salió de la cocina suspirando y Petra salió al jardín señalando con un dedo a la niña de sus ojos, que si la hubiera parido no podría quererla más de lo que ya la quería.

—Como sigas así, en nada tendrás un nuevo guardaespaldas.

—¿Por qué? No voy a quejarme de Joseph... no quiero que te lo quiten.

Petra le pegó un pellizco en la cintura que la hizo doblarse de la risa.

—Eres una deslenguada.

—Taaataaa... pero si es la verdad. Si os gustáis, pues liaros.

—Merissa, ya.

No entendía por qué Petra se negaba a darse una oportunidad con los hombres. Estuvo casada con un hombre que la maltrataba, hasta que su madre, Sylvia, la encontró una noche vagando herida por la calle mientras volvía a casa. Desde ese día habían pasado veinticinco años, y Petra había dedicado su vida a la familia Salvatore. Merissa creció sin madre, pero Petra era lo más parecido que tenía a una. Ella era su tata.

—Tata, tienes cuarenta y siete años, eres guapísima y tienes un polvazo encima que ni tú misma te lo crees. A Joseph le gustas, hazme caso. Lo raro sería que no le gustases, si entre lo buena que estás y lo bien que cocinas tienes a todos los hombres de esta casa locos, por favor...

Petra, con la cara roja de la vergüenza, volvió a amenazar a Merissa.

—Como no te calles, voy al salón, y le digo a tu padre que estás aquí.

Merissa se rio, apoyando la espalda en la pared y bajando la mirada a su vestido negro y sus tacones de purpurina.

—Él ya sabe que estoy aquí. Siempre estoy aquí.

—¿Sabes que se va a molestar cuando te vea de negro, no? Te dijo que te pusieras algo alegre. Vas de luto.

—¿Me va a casar, verdad?

Petra compadeció a su pequeña en silencio.

—Por supuesto que me va a casar. Hacía tiempo que no había tanta gente en casa. Los he visto llegar por la ventana de mi cuarto y todos son hombres. Y eso solo puede significar que alguno de los mafiosos que hay ahí dentro se va a convertir en mi marido.

Por Arte de Mafia || AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora