- EPÍLOGO -

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—De ninguna manera dejaré que mi esposa salga con esas jodidas mayas del demonio de nuevo. —gruñó William al ver cómo Amelia se enfundaba en su nuevo traje de elfa navideña.

—Tienes sólo dos opciones, cielo; me acompañas o te quedas en casa. —respondió Amelia con calma, dejándole claro que no pensaba dar su brazo a torcer.

La vio salir de la habitación con su habitual vaivén de caderas y quiso gritar de frustración.

Su mujer hacía lo que se le antojaba con él y lo peor era que él seguía ahí, disfrutando cada segundo al lado de su princesa.

—Juro que va a matarme. —refunfuñó William al tiempo que subía a la habitación a calzarse sus botas.

Ya había pasado un año desde que él y Amelia se habían casado en pleno receso de fin de año. Había sido el mejor año de su vida, no se quejaba en lo más mínimo... Pero la verdad era que William sentía que le faltaba lograr algo aún.

Había estado trabajando duro, muy duro, en el asunto de dejar embarazada a su esposa, pero por alguna extraña razón la menstruación de Amelia seguía llegando puntual cada mes... O al menos eso era lo que ella le había dicho.

Se preguntó si acaso debía hacer una cita con su prima.

Daniela Kingston era una de las mejores ginecobstetras del país... Tenía sentido que él quisiera ir, ¿no?

De pronto se sintió nervioso.

¿Con qué excusa podía llevar a su esposa?

¡Si se enteraba de que había estado intentando embarazarla a escondidas lo mataba!

Mientras él pensaba en eso, sintió cómo su teléfono comenzaba a vibrar en el bolsillo de su pantalón deportivo.

Revisó el identificador de llamadas en la pantalla y se quedó de piedra al ver el nombre de su abuelo en la pantalla.

—¿Hola?—atendió nervioso.

—Sr. William, soy Fred. —saludó el secretario de su abuelo y él se sintió aun más nervioso. —Su abuelo no se siente muy bien, por lo que me pidió que los contactara a usted y a sus primos. Quiere que vengan a verlo... Es algo urgente. —informó Fred y Will sintió que algo feo crecía dentro de su pecho.

¿Qué estaba sucediendo con su abuelo?

—Está bien, Fred. Envíame la ubicación... Estare allí lo más pronto posible. —dijo William apresurado. Colgó el teléfono y lo lanzó sobre la cama mientras se agachaba a buscar los zapatos debajo de la cama.

Tanteó por unos segundos y no encontró nada.

Se giró hacia el otro lado y mientras tanteaba el suelo, su mano tropezó con una caja pequeña y cuadrada.

William sintió que su corazón dejaba de latir en su pecho del shock.

Era una pequeña caja blanca con una cinta lila.

¿Era posible que fuera...?

Él puso su mano sobre la tapa y respiró profundo.

La destapó rápidamente y, al ver el interior de la caja, su corazón estalló de la felicidad.

Dentro reposaban tres tests de embarazo, todos indicaban el mismo resultado: dos rayitas de color fucsia.

—¿A-Amelia? —llamó a su esposa levantándose del suelo.

—Te habías tardado en encontrarla, cielo. —respondió ella sonriente, recostada contra el marco de la puerta. —Felicitaciones, futuro papá. —agregó, haciendo que William corriera a levantarla en brazos y besarla.

¡Por fin sus numerosos esfuerzos habían dado resultado!

William Kingston fue el segundo de los nietos Kingston en encontrar el amor y sería el primero en convertirse en padre.

Los otros dos tenían preocupado a su abuelo, pero ya se encargaría el más anciano de los Kingston de darle el empujón a sus nietos.

Su plan ya estaba en marcha, sólo necesitaba algo de tiempo para lograr su cometido.




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Ahora sí que nos vamos a conocer la siguiente historia.

Viene la historia de Megan y Daniel... ¿Se animan a leerla?

Una Historia para NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora