Capitulo 17

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Oliver

Froto mi rostro frustrado en cuanto la puerta de mi despacho se cierra detrás de mi secretaria.

Los papeles que se encuentran a mi alrededor comienzan a darme dolor de cabeza con solo verlos.

Mi computadora se encuentra prendida con el programa de diseño que utilizamos en pantalla mientras trato de procesar los cambios que uno de mis empleados realizó.

Cuando puse un pie en mi país natal supe que me esperaban unos días movidos de trabajo, pero esto... esto parece un maldito tsunami. Parece que sin mi presencia no pueden hacer las cosas bien y eso me tiene irritado. ¿A quién se le ha ocurrido contratar tantos ineptos?

Ya han pasado casi doce días desde que me fui de San Diego. Eso es mucho tiempo teniendo en cuenta todo el trabajo que hay en aquella central.

Tomé la decisión de volver a Estados Unidos después de un par de años porque la oficina de ese país estaba subiendo en proyectos, por lo tanto, en números. Después de hablarlo con Braulio, concordamos en priorizarla por un tiempo, ya que la de Londres es la que se encuentra más estable en cuanto a cantidad de diseñadores aptos por proyectos. Al menos eso era lo que creía. Me sorprendo a mí mismo al haber confiado en que la empresa podría mantenerse igual de equilibrada sin mi.

Quiero acabar con todo lo que está fuera de lugar cuanto antes para volver, pero cada vez que me apuro para terminar algo, la presencia de otras muchas cosas se hacen ver ante mis ojos.

Intenté que mi mano derecha se quedase en San Diego para poder ayudar a los de allí con algunas cosas, sobre todo por Briana, pero las cosas, como ya dije, se complicaron.

Briana...

Hablando de Briana, me gustaría decir que se me es indiferente su falta de comunicación, sobre todo después de haberle enviado las cosas que le envié.

Dos días después de mi llegada a Inglaterra, le compré un ramo de hortensias azules e hice que se las enviaran a la oficina. Le había puesto una dedicatoria que solo ella podría entender con el fin de no colocar mi nombre para que nadie nos vinculara, pero no me dijo nada, así que me volví a contactar con la florería para saber si le habían llegado, ya que a lo mejor hubo un problema de entrega. Cuando una mujer del sitio me dijo que le habían llegado correctamente, sentí algo parecido a desilusión. Ahí mi cabeza funcionó, y es que, a lo mejor, a Briana no le gustaban esas flores, o a lo mejor le parecieron muy baratas, así que hice que mi secretaria buscara a la mejor florería de San Diego y le compré un ramo de las flores más caras que tuvieran, esa vez fueron enviadas sin dedicatoria.

Se que le gustan las flores. Lo supe cuando la vi fascinada, en nuestra primera cita, por el paisaje que el restaurante Lorente proporciona. Me había quedado sorprendido al verla tan cautivada por el jardín. Solía llevar a muchas mujeres allí cuando me encontraba más en América que en Europa, y nunca había visto a ninguna observar con tanta ilusión aquel sitio. Así que la idea de enviarle flores surgió con ese recuerdo. Era ahora a mí a quien le hacia ilusión pensar en aquellos bonitos ojos observando con el brillo especial que tiene, algo que yo le regalé.

Cuando tampoco obtuve respuesta de su parte, empecé a fastidiarme, y sigo fastidiado, porque el hecho de saber que no la conozco lo suficiente como para saber lo que le gusta y lo que no, me vuelve loco. Odio la incertidumbre y odio no conocer todo de ella.

Después de eso, tuve la idea de enviarle algo con más valor, como un collar, o algo así, pero creo que sería demasiado. No quiero abrumarla con mis extraños y desconocidos sentimientos, ni tampoco quiero demostrar mi ganas de obtener su aprobación a algo que provenga de mi. 

La otra idea que tuve estaba relacionada con ella y su ignorancia hacia mí, a causa de otra persona, o de un hombre, mejor dicho. Esa idea todavía me desconcentra, aunque teniendo en cuanta las conversaciones que hemos tenido antes de poder llegar a este... "acuerdo" para follar, se reducen bastante las probabilidades de que esté con otro hombre. Aún así, no estoy del todo tranquilo.

— Señor Fairman, su tío ya se encuentra aquí. ¿Le hago pasar a su despacho? — la voz de mi secretaria se escucha en cuanto elevo el teléfono de mi escritorio, que sonaba hace apenas unos segundos.

— Si. — respondo rascando mi entrecejo pensando en lo que no puedo dejar pasar. — Y señorita Wilson... — comienzo antes de colgar. — Refiérase a él como el señor Braulio, que en el trabajo no existe la familia.

— De acuerdo, señor Fairman. Aunque puede usted decirme Tania, a fin de cuentas, yo no soy de la fa...

Echándome hacia atrás en el asiento, dejo el teléfono en su lugar sin ganas de responder. Si respondo, la echo.

No hay nada que me guste más que la profesionalidad y, el coqueteo entre trabajadores queda muy lejos de relacionarse con esa palabra. Eso aplica para todos menos para mi y Bri. Nosotros somos la excepción, ella es la excepción.

Cuando la puerta se abre y entra mi familiar, el disgusto que se forma en su cara se me es imposible no notar.

Espero a que se siente y me comente el porqué de su visita a mi despacho.

— ¿Qué es lo que sucede? ¿por qué están todos correteando de un lado a otro haciendo cambios a última hora?

— No me han gustado sus trabajos, así que les ordené que los volvieran a hacer.

— Ah... ya veo. Los planos no han quedado perfectos para el gran Oliver Fairman.

Elevo los ojos de unos gráficos para observar a quién se hace llamar mi tío. ¿Acaso ha hablado con sarcasmo?

— Pues no. — le respondo ignorando aquella sonrisa cargada de diversión que lleva puesta.

Mirando su reloj, me comenta unos asuntos que ha conversado con contabilidad y recursos humanos, antes de hacerme saber que se marcha a su casa.

— Sabes... me alegra mucho que Irma se haya jubilado. El caramelo que tienes ahora de secretaría es digna de observar.

— Por el amor de Dios, Braulio. — exclamo con desdén. — Ni lo intestes.

— Pero si no he dicho nada.

— Mejor ve a un asilo a buscar esposa de una vez y deja de mirar a mis empleadas.

— ¿Me estás llamando viejo? — una mueca de disgusto se le forma en el rostro.

Elevo los hombros sin darle importancia.

La verdad es que Braulio tiene cincuenta y tres años, pero no los aparenta. Mi tío ha sabido mantenerse en forma con el paso de los años, y su apariencia no pasa desapercibida ante las mujeres, que ven en él un futuro yo. Sus ojos son un poco más oscuros que los míos, su cabello lacio negro lo mantiene corto y peinado hacia atrás y, las horas de más que pasa en el gimnasio le dan la anchura que complementa su metro ochenta y cuatro de altura, que son solo tres centímetros menos que yo. Podría decirse que es un hombre guapo.

— Hablando de empleadas... — comienza un tópico que dudo que me interese. — ¿De verdad no me dirás el nombre de la belleza de San Diego?

Instintivamente, mi cuerpo se pone rígido.

— Olvídate de ella. — respondo sabiendo a quién se refiere.

Hace unos meses atrás, habíamos acordado comer juntos en la empresa, para comentar unas reuniones que tuve. Me despegué de él para ir a pedir nuestra comida, y cuando regresé, me lo encontré hablando con Briana, la cuál se veía bastante molesta con la presencia de mi tío. Desde entonces, el hombre no para de preguntarme por ella, queriendo hacer lo posible para acercársele.

— ¿Por qué?

Porque es mía, quiero decirle.

— ¿Tienes algo más que decirme? ¿O puedes retirarte?

Levantando ambas manos en señal de quien busca paz, se levanta del asiento y despidiéndose, se retira de mi despacho.

Froto mi rostro frustrado por no sé cuánta vez en el día. Ya es demasiado. Definitivamente tengo que hacer algo, quiero verla.

Pyros  (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora