Capitulo 24

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Oliver

Algo que percibo como frustración hace que revolee la llave de la puerta de la habitación del hotel una vez dentro de ella. No sé en donde cae y no me preocupa en lo más mínimo, solo siento las ganas de querer desquitarme con lo más próximo a mí.

Me quito la chaqueta del traje azul que llevo puesto, y la dejo caer sobre el sofá que se encuentra frente al gran ventanal que muestra las luces que iluminan la noche de la ciudad de San Diego.

San Diego...

Río conmigo mismo.

Nunca creí que esta ciudad iba a darme un problema. Si, un problema, porque para quien está acostumbrado al control y a la soledad, el amor... o lo que sea que en el fondo siento, es un problema.

Briana tiene razón, ni yo me entiendo por momentos. Por supuesto que soy consciente de que puedo llegar a confundirla, y es que me confundo yo mismo, y es entonces cuando me apresuro a aclarar como son las cosas, como es la realidad, para no dejarla caer en la tentación de creer que es un libro de romance de aquellos que ya he visto un par de veces descansando en la mesita de luz junto a su cama. También soy consciente de que aquellas palabras las digo más para mi que para ella, porque sé, noto, que cada vez que la miro, algo en mi corazón desafloja.

Adelanté todo mi trabajo en Londres para venir a verla. Me enfoqué de pleno en todo lo que había que hacer porque no veía la hora de pasar mi tiempo con ella. No veía la hora de besarla, saborearla, satisfacerla... La estadía en mi país natal no fue más que un conteo regresivo por ella. Y soy patético, patético porque a pesar de la ansiedad que me generaba no respirar el mismo aire que ella, una vez que estoy con ella, no hago nada. Me quedo como un idiota, un idiota que aclama su alma pero no hace nada por ella. Me niego por completo a sentir más, pero al mismo tiempo, quiero más.

La otra tarde, cuando me presenté a su departamento y encontramos a su madre en él, descubrí cosas terribles de su vida, cosas que solo hicieron que quisiera ponerla en una jaula y no permitirle salir de ella hasta acabar con la vida de quién tanto daño le hizo.

Lo estoy buscando, al hijo de puta que le puso las manos encima, me refiero. Apenas salí de su casa ayer, después de nuestro enfrentamiento, el cuál no está para nada resuelto y me hace perder los nervios, contacté con alguien de confianza, alguien que me ha ayudado anteriormente a buscar información sobre algunas personas, algunas con las que me he relacionado, y otras que se relacionan con la empresa, para rastrear a ese malnacido, porque antes muerto que cerca de ella otra vez.

Nadie merece tener que pasar por lo que ha pasado, y me enfurece como nada pensar en lo sola que se habrá sentido sin siquiera tener el apoyo de su madre, lo cuál es irónico, ya que quien más debió de cuidarla, fue quien más la jodió.

Quisiera traerla conmigo. Quisiera mantenerla bajo mi visto las veinticuatro horas del día y darle todo el amor que se merece, pero hacerlo solo sería un error. Un error que no me perdonaría porque sé lo lastimada que podría llegar a salir.

Mi vida es una locura, entre papeles, viajes, negocios, personas a las que tengo que corregir una y otra vez porque muchas de ellas son inútiles incapaces de hacer las cosas por si solas, que es algo de lo cual me estoy encargando; y no tengo tiempo para cosas románticas, no tengo tiempo para algo más que sea cenar, y ni hablar del tiempo que no dispongo para tratar de hacer que se quede junto a mi a pesar de mi escasa presencia.

La estoy salvando de todo eso, y tengo que metérmelo en la cabeza, porque las cosas se me van complicando cada vez más, porque como si no fuese poco todo lo que tengo que hacer en mi día a día, ahora también tengo que dividir mi completa atención en Inglaterra y Estados Unidos, ya que después de la visita que hice, me he dado cuenta de que me necesitan también allí; hubo muchísimas cosas que arreglar, y lo mismo pasa aquí, aunque la diferencia es que en San Diego se acostumbraron a no depender de mi.

Pyros  (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora