capítulo 5

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A la mañana siguiente, bajo con pesadez las escaleras con el teléfono en una mano y la lista de mi madre en la otra.

Voy directa al sofá del salón, me dejo caer entre los cojines y desbloqueo el móvil.

No hay nuevas notificaciones.

No debería sorprenderme. ¿Por qué iba Matt a mandarme un mensaje al despertarse en este domingo cualquiera, cuando en las últimas semanas no ha habido más que silencio administrativo?

Cada día paso horas, horas enteras, intentando hallar las palabras correctas, con la mirada fija en el teclado del teléfono, pero nunca doy con ellas. Quiero explicarle por qué hice lo que hice, pero..., simplemente, no soy capaz. ¿Cómo le voy a dar una explicación si ni siquiera puedo dármela a mí?

No sé cómo arreglar esta ruptura, sobre todo, porque hasta ahora siempre había sido él quien encontraba la forma de arreglar las cosas, ya fuera presentándose en mi puerta con unas flores o pidiéndome que habláramos entre clase y clase.

No sé cómo reparar esto yo sola. Y tal vez haya una pequeña parte de mí que no quiera hacerlo.

Me acurruco en el sofá y dejo que me anegue la culpa, que se lleve bien lejos esa idea; la mudanza hace que esta traición a los deseos de mi madre me haga sentir mucho peor.

-¡buenos días!

La voz de mi padre, que resuena por sorpresa desde la cocina, está a punto de provocarme un ataque al corazón. Normalmente, los domingos, cuando me despierto ya está en el trabajo, haciendo horas extras. No esperaba verlo hasta nuestra cita semanal en Hank's en la que nos damos un buen atracón con su plato especial del domingo.

Pero lo que menos me esperaba era verlo vestido así. Tardo unos segundos en asimilar lo que tengo delante.

-¿de dónde has sacado ese modelito?- pregunto, y él agacha la cabeza para mirarse con una sonrisa burlona en los labios.

Mi padre, un tipo de metro noventa con barba y los brazos fuertes con un par de tatuajes que conduce una camioneta, está de pie en la cocina con un viejo delantal rosa de flores. Un viejo delantal rosa de flores que recuerdo que llevaba mi abuela, aunque nunca... así.

Intento hacer un gesto de desaprobación, pero me estoy riendo con tantas ganas que casi no puedo respirar. Antes de que le dé tiempo a protestar, levanto el móvil y le hago una foto mientras con el dorso de la otra mano me seco las lágrimas de risa.

-ya me imagino el pie de foto. «¿A quién le queda mejor?».

-¿yo me paso la mañana haciendo panqueques como un esclavo y tú te pones a hacer el tonto con el móvil en lugar de venir a desayunar conmigo?- adopta una expresión digna y señala con el cuchillo de la mantequilla el montón de panqueques que nos esperan sobre la mesa de la cocina.

No le falta razón.

Me levanto del sofá, me meto el móvil en el bolsillo y voy hacia la mesa, alentada por el olor de la comida.

-¡pensaba que ya te habías ido al trabajo!

-ahí sentada mandando mensajitos... Y no me dice nada de mi delantal nuevo- refunfuña mientras me siento en una de las sillas de la cocina, delante de un plato vacío.

Cuando me da la espalda, me saco la lista del bolsillo, desdoblo y la coloco con cuidado sobre la mesa con la esperanza de que la vea y haga algún comentario, o de encontrar audacia necesaria para preguntarle sin más.

Noto los latidos de mi corazón, que palpita a un ritmo desbocado. Sé que para él es difícil hablar de ella. Sé que es difícil para los dos. Pero si es capaz de marcharse de esta casa y deshacerse de sus cosas, y de fingir que asistir a la noche de bingo no es gran cosa, también debería ser capaz, al menos, de hacer esto.

La Lista de la Suerte  (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora