10. Nuestra primera misión

12 0 0
                                    

Días después...

Me desperté en los brazos de Elizabeth. Sus labios tocaban mi frente y sentía sus suspiros. Me sentí diferente: más feliz. Nomás llevaba unas semanas aquí y el miedo a la muerte ya me carcomía por dentro. Tener un lugar seguro me parecía una de las mejores cosas, al menos, para no caer en la desesperación. Aunque venir aquí se podría haber evitado a la perfección, decidí escuchar a mi corazón por primera vez en mucho tiempo. A diferencia de Elizabeth, yo no sé nada sobre medicina, pero siempre he sido un chaval atlético, así que supuse que tampoco tendría taaantos problemas. Me equivoqué un poquito.

A pesar de que no me quería mover lo más mínimo, ya había escuchado a la gente levantarse y nosotros también teníamos. La sacudí dulcemente y le besé la frente.

- Buenos días, Eli - susurré -. Nos tenemos que levantar, ya se están levantando todos.

- Cállate - respondió -. Quiero dormir un ratito más - dijo entre pucheros.

Fua, qué tierna es.

Le di un beso en la sien y me levanté:

- No hay tiempo que perder, Eli. Levántate.

Entre protestas, nos fuimos a desayunar y después, los mayores Marcos y Sierra nos mandaron a formar. 

- Buenos días, chavales. Hoy tendréis que colaros a la base enemiga y traernos información que diremos a continuación.

- ¿Perdona? - me salió de los labios antes de siquiera poder detenerlo.

- ¿Tienes algún problema, soldado? - preguntó, claramente irritado el mayor Marcos.

Jo-der.

Soy imbécil.

Efectivamente.

- Lo siento, señor, pero... ¿No cree que es un poco excesivo? Me refiero a que comenzamos el entrenamiento hace nada y me parece un poco extraño tener que hacer algo así...

Se escucharon murmullos de acuerdo en el fondo.

- A ver, soldado. Vosotros lleváis ya casi aquí un mes. Creemos que estáis lo suficiente calificados como para hacer eso, ¿no te parece? ¿O me estás diciendo que no somos lo suficientemente capaces como para tomar una decisión? - ya lo tenía cara a cara y veía cómo una vena del cuello le amenazaba con explotar.

Mierda.

Eres un estúpido. 

- No me gusta que me desobedezcan, soldado - me dijo -. Pero está bien: solamente tendréis que robar los yunques de guerra - dijo en voz alta y se escucharon festejos hasta que el mayor Sierra los cayó con un grito -. Ni se te ocurra volverme a desobedecer, chaval - me susurró -. O verás por qué yo soy un mayor y tú, no.

Genial, te felicito: eres un idiota.

Nos preparamos poniéndonos los trajes de camuflaje y pintándonos la cara de verde y marrón. Cada uno podía elegir solo un tipo de arma: Antonella eligió dos bellas pistolas (según ella), Elizabeth una larga y afilada daga y yo dos espadas.

Salimos en los todoterrenos.

Pero, a mitad de camino, una bomba explotó al lado del vehículo y eso provocó una reacción en cadena: todos los todoterrenos dados vuelta y los militares aplastados por estos. Sin duda una emboscada. Sin duda un espía. Sin duda un traidor.

Vamos a encontrar a ese imbécil y darle una probadita de nuestras espaditas en su gargantita, je, je.

¡No es momento para bromear, vocecita!

La sombra del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora