1. El cartero

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1915, Londres.

Hoy estaba teniendo un día horrible, no podía empeorar. Mi jefe me había dicho: "John, tú que eres joven, ve y entrega estas cartas, son las últimas por hoy, no seas vago... Dale, que te pago el doble". Dinero extra, ¿quién se puede negar? Pero cuando vi lo que debía entregar... ¡Dios mío! Veinte santas cartas, ¡¿a quién se le ocurre tal atrocidad?!

A nuestro jefecito.

En fin, ya había llegado al lugar de entrega de mi última carta, y estaba realmente aburrido de estar toda la mañana trabajando.

Al menos nos dan dinero extra, colega.

Toqué el timbre. Debieron haber sido las 15:30, o por ahí. Jamás voy a olvidar esa tarde... ¿Dije que no podría empeorar? Ay, no, cariño, claro que no. No empeoró en lo absoluto: mejoró... Por un tiempo, al menos.

La puerta la abrió una hermosa joven: pelo castaño claro, ojos marrones oscuros, piel blanca y pálida, y sus labios rosados levemente más oscuros que su piel. ¡Qué belleza!

- ¡Hola! ¿Necesita algo, señor?

¿¡Señor!? ¿¡Pero quién se cree que es!?

- Ay, por favor no me llames señor, no soy tan viejo.
- ¡Ay, disculpe! Emm, ¿joven?

De paso neandertal, ¿no te jode?

- Me parece bien -dije, aguantando la risa-. Soy el cartero. Le entrego esta carta, señorita...
- Elizabeth. Elizabeth Jones Gauthier.
- Señorita Elizabeth. Lindo nombre, por cierto.
- Gracias.

Bueno, pensándolo mejor... Nos acaban de alegrar la tarde, ¿eh, colega?

Apenas Elizabeth abrió la carta, sus ojos marrones se volvieron más oscuros, más grises; sus labios se secaron y se mordió la parte inferior de este, su piel blanca parecía nieve.

- John, el cartero -dijo con una voz temblorosa-. Lamento la espera, ¡qué boba! -sonrió. Pero yo sabía que era falsa y forzada, que ocultaba dolor-. Muchas gracias por la carta, amigo cartero.
- No hay problema, señorita Elizabeth... -no me atreví a preguntar si estaba bien-. Me retiro. Por cierto, dígame John. Solo John.
- Un placer, John.

Y la puerta se cerró. Me dolía el pecho y me costó identificar esa emoción: angustia. Me sentía culpable: yo no había escrito esa carta, pero la había entregado. No sé qué rayos decía esa maldita cosa, pero estoy seguro de que es la carta más dura que entregué en toda mi vida. Pobre Elizabeth.

Saludos cordiales,                                        

 El cartero.

La sombra del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora