Interludio I

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Entré como un huracán a la casa. Me quité los lentes oscuros y me masajeé los ojos por un momento, intentando deshacerme de la incomodidad que me provocaba la luz. Aún con los anteojos, mi vista era excesivamente sensible y estar al sol era una tortura.

¿De verdad había llevado a ese humano patético a mi invernadero privado? ¿Por qué había cometido semejante estupidez?

Necesitaba distraerme, me había dejado llevar por mi orgullo. Ahora el humano conocía mi lugar favorito en el mundo, un lugar que era solo para mí, y la vergüenza me carcomía. No debí permitirme ser impulsivo. Me encerré en el estudio, ya me sentía agobiado.

La mucama se acercó a mí trayendo la bandeja con el té de la tarde y, por un momento, pensé en llamar al humano para que lo compartiera conmigo pero rechacé la idea de inmediato. Le hice un gesto con la mano para que se marchara y me dejara solo.

Tomé la taza y bebí un sorbo mientras calculaba mis opciones. El humano lo había dejado muy claro, no le importaba morir. Sin embargo, la noche anterior había tenido el disgusto de escuchar sus gritos y sollozos. Se había vuelto increíblemente molesto después de los primeros minutos. Más de una vez había pensado ir a tocarle la puerta para que se dejara de berrear.

Al mismo tiempo, haberlo oído llorar me abría un mundo de posibilidades. Tal vez solo se presentaba como una persona fuerte y temeraria ante mí, pero luego la presión lo aplastaba. Cuando estaba conmigo su pulso era relajado, de alguna manera lograba controlarse, pero al dejarlo solo, sucumbía ante el miedo más humano de todos: la muerte.

Tenía que jugar bien mis cartas. Ya me había decidido a mantenerlo vivo durante al menos dos semanas, pero amenazarlo constantemente con que todavía estaba pensándolo obviamente le provocaría el estrés que yo quería. Solo habían pasado dos días, la partida apenas estaba iniciando.

Tampoco podía mantenerlo en vilo todo el tiempo. Eventualmente dejaría de tomarse mis amenazas en serio, y cuando eso sucediera, le haría daño. ¿O tal vez debería empezar a hacerle daño ahora? Ya no se veía tan asustado de mí, a lo mejor un pequeño recordatorio en la cena bastaría.

Ngh, ¿por qué me costaba tanto tomar una decisión? ¿Acaso me preocupaba lastimarlo? Imposible. ¿Por qué la fantasía de torturarlo no me resultaba satisfactoria? ¿Cuál es la lógica detrás de la serpiente que mantiene al ratón vivo en su recinto?

Saqué la tabaquera del cajón del escritorio y me armé un cigarrillo. Lo llevé a mis labios y le di fuego. Aspiré, mantuve el humo en los pulmones unos cuantos segundos y suspiré.

La respuesta me avergonzaba. Lo cierto es que quería conocerlo a más profundidad. Un humano que rechazaba comer carne, un humano que no tenía razones para rogar por su vida, un humano que en más de una ocasión me había enfrentado directamente.

No podía evitar compararlo con mis víctimas anteriores. Gente que rogaba por su vida, que se había derrumbado ante el más mínimo indicio de amenaza. Lo había oído todo: tengo hijos, tengo familia, soy muy querido en mi pueblo, tengo mascota, etcétera, etcétera, etcétera.

Después del miedo inicial venía la inevitable negociación. "Te daré todo lo que quieras", "pagaré dinero". Diablos, incluso una intrépida jovencita se había atrevido a intentar seducirme. Como si algo tan banal como el sexo fuese suficiente para cambiar mi opinión.

Con esos intentos desesperados mi paciencia se agotaba en cuestión de minutos. Ninguno de ellos había pasado más de una o dos noches en mi casona, mucho menos había logrado hacerme dudar de mis decisiones. Este humano, Viktor... Él me estaba provocando conflictos. Si tan poco le interesaba vivir, siempre podría mantenerlo vivo para alimentarme hasta aburrirme. Esa opción sonaba bastante tentadora.

El Hombre de Porcelana (vampiros, gay, +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora