Capítulo 5

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Había logrado quedarme dormido por fin, estaba agotado. No había dicho nada pero me dolía la cabeza y cada vez que me quedaba quieto me pesaban los párpados. Caí rendido en la cama después de ponerme la pijama por primera vez en días, finalmente consiguiendo ese descanso que tanta falta me hacía.

Estaba plácidamente dormido, pero después de unas horas, desperté. Habrían sido alrededor de las tres de la mañana, no sabía cómo explicarlo, pero lo sabía. Tenía una sensación incómoda en el cuerpo, me sentía observado a pesar de estar totalmente solo. Miré alrededor una vez, como para cerciorarme, y al no ver nada solamente me giré en la cama para intentar dormir de nuevo.

Ya estaba a punto de dejarme llevar por el sueño cuando escuché el pestillo cediendo y el rechinar de la ventana al abrirse. Me senté en la cama de golpe, mi mano buscando desesperadamente mis lentes en la mesa de noche para entender qué era aquello. Parecía una silueta humana que se marcaba a contraluz.

Me puse los anteojos torpemente y ahí estaba el señor Rosya, acomodado en una posición poco natural sobre el marco. Su cuello ladeado, los pies apenas apoyados en el alféizar, y los ojos muy abiertos. Me estaba mirando fijamente, y bajo esa luz parecía un ser de ultratumba.

Se me aceleró el pulso y mi respiración se volvió pesada. Quería salir corriendo con cada músculo de mi ser pero estaba congelado en el lugar cual venado encandilado. Había llegado el momento, mis últimos segundos con vida, y no podía procesarlo.

Se deslizó dentro de la habitación, sus extremidades largas acercándose cada vez más a mí. No me resistí cuando presionó mi cuello contra el colchón porque mi cuerpo no se sentía real. Mi mente estaba en otro plano, como si estuviera pilotando un robot gigante ajeno a mí. Como si esto le ocurriera a un tercero y yo solo fuera un espectador.

—Empieza a rogar, humano patético, vamos— ordenó en forma sibilante. Podía ver sus dientes en todo su esplendor, los dos pares de colmillos inhumanamente largos cada vez más cerca de mi cara —Estoy harto de tus mentiras.

Su voz me hizo salir del trance. De golpe, el peligro se sintió verídico y se extendió por cada una de mis venas. Era dolorosamente consciente de mi propio cuerpo, de su mano fría contra mi garganta, su peso hundiendo el colchón, el calor insoportable que me hacía, del aire que parecía nunca llenarme del todo los pulmones  y el palpitar de mi corazón.

Se me escapó un sollozo y cerré los ojos con fuerza.

—Solo hazlo de una vez...— pedí, mi voz quebrándose a mitad de la oración —Estoy cansado.

—¿Cansado?— su nariz rozó mi mejilla. Tenía el cuerpo demasiado tenso, la muerte era la última de mis preocupaciones en una situación así —¿Cansado de qué?

—Solo termina el maldito trabajo.

—¿No vas a luchar por tu vida?

—¿Para qué?— intenté no llorar pero no pude aguantarlo, los pensamientos de la noche anterior estaban regresando —No tengo nada esperándome en casa. Nadie va a ponerse triste si me muero, nadie se va a dar cuenta de que me fui y no regresé nunca. No tengo nada. Solo haz lo que quieras hacer... Estoy cansado...

Cerré los ojos de nuevo y giré la cabeza. Para mi sorpresa, la presión en mi cuello disminuyó. Otra vez sentí su respiración contra mi piel.

—Descansa, entonces.

De un segundo a otro no sentí más su peso sobre la cama y cuando por fin me atreví a mirar, Rosya ya no estaba.

Otra vez mi respiración se agitó y todo se me puso borroso a pesar de estar usando los anteojos. Mi corazón latía con fuerza y me sentía mareado. Quería gritar, llorar, pedir auxilio, salir corriendo. Hacía años desde la época en que tenía un ataque de pánico cada noche. Sentía cómo se me morían neuronas con cada uno, últimamente andaba más ido de lo normal.

Una noche más me quedé despierto en compañía de mis pensamientos. Me sentía en la ruina, el cuerpo me dolía, sentía que la cabeza me iba a estallar. Incluso si intenté, no logré volver a conciliar el sueño hasta después de que saliera el sol.

Esta vez me despertaron golpes en la puerta. Cuando miré por la ventana para hacerme una idea de la hora, el cielo se veía lila y se ponía cada vez más oscuro. ¿Había dormido todo el día?

—¡VIKTOR!— vociferó Rosya detrás de la puerta, aún golpeando —¡Llevo esperándote a la mesa más de quince minutos! ¡Viktor!

Di un respingo en la cama y de miedo pasé a temblar de rabia. Me levanté y abrí. Mi captor tenía otra vez esa expresión de ira tan exagerada, pero esta vez ya no tenía ganas de mantener la cabeza baja porque yo también estaba furioso.

—Escúchame, hijo de la gran puta— gruñí apoyando mi índice en su pecho a modo de amenaza —A mí no me vas a estar gritando, mucho menos después de la visita de mierda que me hiciste anoche.

Empecé a echarlo hacia atrás, caminando en su dirección. Él solo se quedó mirándome, atónito, como si nadie nunca le hubiera respondido así.

—Si no me dejas dormir en paz, te juro, TE JURO que voy a encontrar una forma de matarte, y lo voy a hacer— espeté, mirándolo directo a los ojos —Así que déjame tranquilo, y la próxima vez que te quieras meter a mi habitación en mitad de la noche, ¡más te vale que valga la puta pena!— chillé antes de darle un empujón con la mano entera en el pecho (que realmente no lo hizo mover demasiado) y cerrar en su cara de un portazo.

Una vez detrás de la puerta solté un suspiro.

"Ahora con esto sí que me va a matar", pensé.

Me quedé sentado en la cama, mirando la puerta, esperando que en cualquier momento entrase de golpe a gritarme. Sin embargo, eso no sucedió.

Esperé un largo rato sin reacción alguna, así que solamente encendí la laptop para seguir escribiendo. Los párrafos al azar empezaban a tomar la forma de una historia coherente. Me perdí entre mis personajes, lo más cercano que tenía a amigos y familia. Eran mi escape a la realidad, una realidad que sonaba casi tan fantasiosa como las historias que escribía.

La inspiración me duró un rato, porque después de la primera hora comencé a tener problemas para centrame. A cada rato me atacaban oleadas de pensamientos intrusivos y preguntas que me hacían perder el hilo de las oraciones. La idea me giraba por la cabeza, que estaba viviendo una situación que parecía sacada de una novela y aún así prefería escaparme de la realidad escribiendo una. "No puedo ser tan ridículo", pensaba.

Cuando me di cuenta, me había quedado absorto mirando la pantalla sin escribir nada, calculando los pros y los contras de la situación. Pros, esto obviamente sería una historia increíble para escribir. Contras, probablemente me iban a terminar matando.

Ganar-ganar en realidad, si me lo preguntaban a mí.

Sentí una presión en el pecho que terminé liberando en unas carcajadas histriónicas. Esto era una pesadilla, ¿no? ¿Dónde estaban las cámaras ocultas? ¿Era una broma para el internet? ¿Por qué "morirme" era un contra tan leve en mi opinión?

La situación se me hacía tan absurda. Ridícula, patética. Detrás de esa puerta había un vampiro listo para matarme y yo escribiendo hombres dándose besitos.

Me reí hasta que me dolieron las costillas. Me reí burlándome de la situación, de Rosya, de mí mismo y de las historias estúpidas que escribía.

Una vez pude parar, me pasé las manos por el cabello, aún con una sonrisa temblorosa en los labios.

—Soy tan patético.

El Hombre de Porcelana (vampiros, gay, +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora