Como había dormido todo el día, no tardó en darme hambre. De esa que te hace gruñir el estómago.
Obviamente no tenía nada para comer en la habitación, Emily se llevaba las bandejas cuando yo no me encontraba ahí. Me levanté de la cama decidido a buscar algo para comer.
¿Qué iba a hacer Rosya? ¿Matarme? Pfff.
Abrí la puerta sigilosamente y caminé con los pies descalzos sobre el piso de parquet, cuidando de no hacer sonar las tablas. Las cortinas estaban abiertas durante la noche, así que podía ver bien con la luz de la luna. Bajé las escaleras con cuidado, atravesando el comedor con su mesa larga y su candelabro de hierro, y abrí cuidadosamente la puerta que daba a la cocina. Nunca había estado allí, solo la había visto apenas cuando Emily nos traía la cena.
Era una cocina espaciosa, bastante vintage. Había una isla en medio, sobre la que colgaban ollas y sartenes. El horno era grande, de metal pintado de blanco, pero a mí lo que me interesaba era lo que estaba a su izquierda. La heladera. Una heladera antigua, de aspecto macizo. La abrí sin pensármelo dos veces e inspeccioné su contenido.
Frutas, postres, verduras, leche, queso, estaba llena hasta el tope. Al parecer no guardaban las sobras, puesto que no había nada ya hecho del día anterior. Revisé el congelador pero me ví obligado a cerrarlo de inmediato debido al fuerte olor a carne cruda que emanaba. Hice un gesto de disgusto, arrepentido de haberlo abierto y mejor busqué alguna fruta para calmar el hambre. Elegí una banana que se veía buena y cuando estaba por cerrar la heladera, sentí una presencia detrás de mí.
—¿Estás buscando un tentempié de medianoche, Viktor?— preguntó Rosya. Por algún motivo, me esperaba que dijera algo de ese estilo.
—No comí nada en todo el día, ¿qué clase de anfitrión eres?
—Habrías comido si te hubieras presentado a la cena— gruñó.
—Me hubiera presentado a la cena si no me hubieras despertado en mitad de la noche— repliqué en el mismo tono.
Rosya frunció el ceño y su labio superior se levantó en una mueca de fastidio, dejando ver sus colmillos.
—No hay nada que te venga bien, en serio. Tú mismo dijiste que estabas cansado. ¿Por qué no dormiste?
Lo miré con los ojos muy abiertos, estupefacto.
—Tú estás de broma, ¿no?— pregunté.
—Claro que no.
—¡¿Que por qué no dormí?! ¡No sé, Rosya, tal vez porque te metiste a mi habitación y amenazaste con matarme!
—¡Si estabas tan cansado tendrías que haberte dormido de todos modos!
—Eres-... ¡Ngh!— me jalé el cabello con las manos, haciendo un esfuerzo por no ponerme más agresivo de lo que ya estaba —Me voy a la cama. Hasta mañana.
Pasé a su lado a paso veloz y subí de nuevo las escaleras hacia mi habitación.
—¡Odio ser ignorado, Viktor!
—¡Pues entonces sácate la cabeza del culo, imbécil!— grité desde el otro lado de la casa.
Esta vez no me salvé. La puerta de mi cuarto se abrió de golpe y un señor Rosya con la cara fucsia de ira me levantó por el cuello de la camisa.
—Te voy a...— gruñó.
—¿Qué? ¿Me vas a qué? ¿A matar?— lo enfrenté. Él me miró unos segundos antes de tomar una decisión.
—No, matarte sería la opción piadosa— bufó soltándome.
—Me vas a torturar, entonces.
—Ganas no me faltan— se inclinó para quedar a mi altura y me miró directo a los ojos.
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El Hombre de Porcelana (vampiros, gay, +18)
VampireUn escritor frustrado recibe una muy esperada invitación para trabajar como autor fantasma en la biografía de un misterioso caballero. Es su oportunidad para sentirse vivo otra vez, por fin alguien reconoce su trabajo creativo. Tal vez esta sea la o...