II. Un pacto de entrega

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   En medio del círculo de piedras, Richard le miró apremiante.

—No puedes estar hablando en serio —su voz vibró con algo parecido a la desesperación—. ¡Es absurdo, Jason! ¿Qué no ves que una guerra no llevará a nada?

—No es absurdo y lo sabes —gruñó el contrario acalorado—. ¿Tienes idea de cuántas veces me atormentaron? ¿A mí y a los míos? Una media raza que no tiene cabida ni aquí ni en ninguna parte, ¡y a ti te consta! Sabes que me han perseguido, torturado, herido y despreciado allá donde fuera, ¡¿y todo para qué?! Los humanos requieren de la magia y luego nos voltean la espalda y nos cazan como bestias.

   Los labios del caballero temblaron cuando acortó la distancia que los separaba. A aquellas alturas, bien podría haberse tratado de un abismo con lo lejos que sentía el corazón de aquel a quien amaba.

—No todos hemos sido así —terció Richard en un intento conciliador—. No todos los mortales hemos visto solo maldad en sus capacidades. Lo sabes bien. Al igual que no todos los de tu especie han sido benevolentes con la mía.

—¡¿Y de quién es la culpa?! ¡¿Eh?! ¡Todos ellos trajeron su propia desgracia! ¿Vas a decirme acaso que nosotros nos lo merecíamos?

   Los ojos de Richard se abrieron alarmados.

—¡No! ¡No! ¡Por supuesto que no, Jason!

   El mestizo soltó un gruñido gutural y salvaje.

—¿Entonces qué...?

—Una guerra solo traerá más dolor y sufrimiento. Más sangre. Más muerte —le interrumpió consciente de que el muchacho estaba perdiendo la paciencia. Ya lo habían discutido muchas veces antes pero esta vez parecía ser la última—. Los de mi especie, los humanos, no comprenden, ellos... El mundo está cambiando, Jason. La magia que utilizan es... Tienen miedo.

   La mirada gélida de Jason le perforó el corazón.

—Nosotros también tuvimos miedo. Yo lo tuve toda mi vida.

—¡Sabes que está más allá de su comprensión! Si cometen errores es por ignorancia, no por maldad. Hasta hace no mucho tú mismo creías que eras un ser malévolo, nacido solo para la destrucción y la ruina...

—¡Es lo que toda mi vida me han dicho! ¡Es lo que ellos me enseñaron! ¡Lo que te enseñaron a ti también!

—Pero yo pude ver más allá de eso. Ellos también pueden —Richard intentó razonar—. Solo necesitan tiempo y...

   Jason soltó una carcajada hosca al escucharlo.

—¿Tiempo? —una sonrisa siniestra se dibujó en sus labios—. Su tiempo se ha acabado.

   Richard retrocedió con un jadeo y solo entonces fue consciente del temblor que estremecía sus manos y de las silenciosas lágrimas que humedecían su rostro.

   Aquel momento se le antojó como una condena. La promesa de una venganza finalmente sellada con el destino de tantas vidas inocentes.

   Jason tomó una de sus manos y, con un movimiento lento, se la llevó hacia su pecho y allí apoyó la palma del contrario sobre su corazón palpitante. Richard soltó un gemido por lo bajo, mas no se atrevió a devolverle la mirada.

   Habían luchado tanto, tanto para estar juntos, para ser felices... Para amarse...

—¿Temes por mí o por ellos? —susurró la áspera voz del mestizo contra su oído y el caballero percibió el desbocado vuelco en el pecho contrario—. ¿Temes mi muerte? ¿O ahora la deseas con tal de detener lo que se avecina? —desafió con un dejo de amargura dejando mostrar su piel rojiza bajo el encantamiento que la mantenía oculta de los curiosos y persecutores.

   Richard observó el cambio en un silencio solemne, sopesando sus palabras con un cuidado desmedido. Cuando por fin levantó su rostro, le miró sin inmutarse siquiera por la aparición de la cornamenta del híbrido y del destello casi amenazante de unos colmillos que asomaban en sus labios.

—Temo por ambos —sentenció con pesar—. Pero más temo por ti. Mi padre me había advertido de lo que podría ocurrir si...

—¡¿Y qué sabrá él?! ¡¿Él, quien no pudo siquiera protegernos del descendiente del Sol?! Ni siquiera se atrevió a levantar un arma en su contra —estalló con una rabia inaudita.

—¡Él se enamoró!

   Jason chasqueó la lengua, incrédulo. Richard, por su parte, continuó:

—¡Al igual que lo has hecho tú!

—No te atrevas a usar mis sentimientos como un arma, Richard. No te atrevas —respondió—. Te amo. Te he amado desde hace más de diez años. Te he entregado mi corazón...

—Y yo te entregué el mío, Jason, y ese es el punto —el soldado respiró hondo—. Podemos irnos. Podemos empezar de nuevo, lejos. Solo tú y yo.

   La mirada de la criatura cayó pesada sobre su amante y Richard supo entonces que estaba sufriendo. Sufría tanto como él, por la idea de aquella estúpida guerra, una venganza sin sentido. Pero también sufría su orgullo, el dolor del niño que alguna vez fue y del adulto que era ahora. Las heridas corrían más profundas de lo que hubiese imaginado.

   Jason apretó la mano de su amante sobre su pecho y esta, al igual que aquella vez que se hubo conjurado por primera vez, atravesó la solidez de su carne como si de aire se tratase y sus dedos pronto se cerraron alrededor del corazón del mestizo. Los ojos verdes de Jason refulgieron con una intensidad desconocida y el soldado percibió su pulso desbocarse en su mano.

—Hace años que te pertenece —musitó sin dejar de mirarlo—. Sabes que tienes poder sobre mí y podrías usarlo ahora, si quisieras.

   Richard sacudió la cabeza y las lágrimas cayeron pesadas sobre sus mejillas.

—No podría obligarte a hacer nada que no quisieras, Jason. Yo no... No podría...

   Un casto besó se asentó sobre su frente entonces y el muchacho no pudo continuar.

—Solo basta con que digas mi nombre —prosiguió el mestizo dando un paso hacia atrás, interrumpiendo el encantamiento que los unía.

   El caballero soltó un pequeño gemido cuando el cálido tacto de sus manos desapareció y, sin embargo, volvió a sacudir su cabeza como si le resultara impensable lo que le estaban pidiendo.

   Cuando levantó la mirada, solo él se hallaba de pie dentro del círculo de piedras.

   Cuando levantó la mirada, solo él se hallaba de pie dentro del círculo de piedras

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Las Crónicas Perdidas de Resmaediel || JayDickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora