IV. Un nombre susurrado

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   Las sombras se cerraron a su alrededor desde el primer instante en el que puso un pie en aquel bosque. Su bosque. El Bosque Negro.

   Las Tierras Faë eran vastas; peligrosas si no se andaba con cuidado o se desconocía el sendero, pues allí habitaban criaturas acostumbradas a las ilusiones, los embustes y las bromas. El camino que se había abierto en un principio había desaparecido ya, pues la noche se lo había tragado al igual que la negrura de los árboles marchitos que se cernían amenazantes sobre cualquiera que osara adentrarse en sus perdidos dominios. Más adentro, allá donde la luz finalmente desaparecía, devorada por la impenetrable oscuridad que allí se engendraba, había una caverna. Su abertura amplia, de hosca y escabrosa roca cuyos dientes se encrespaban y torcían cual boca de un gigante dispuesto a tragárselo todo.

   Richard se lo había contado alguna vez; las descripciones inexactas pues él solo había conocido aquel lugar a través de las historias contadas o los recuentos vagos de la boca de su llamado padre, pero que él sí había sabido reconocer las señales al oírlo, aquellas que lo conducirían al lugar de reposo de ese que lo había criado como a un hijo.

   Sin embargo, Jason también sabía que la muerte podría caer sobre él tan solo con su simple presencia, pero no había otro que pudiese ayudarle. Solo él, y es así que continuó a través del escarpado terreno dando cada paso con dificultad, arrastrando su pierna sangrante y soltando un resuello lastimero cuando esta se encorvaba en un arco poco natural.

   Apretó los dientes entonces, haciendo un descomunal esfuerzo por disimular el temblor en su mandíbula y tensando los músculos de su cuerpo cuando una súbita gelidez descendió sobre su maltrecho cuerpo y sobre un inconsciente Richard que mantenía apretado contra su pecho.

   El aire de su boca se condensó cuando soltó un patético gimoteo, y pronto su mirada no encontró nada más que una profunda negrura, desdibujada por fin toda silueta que podría guiarlo hacia el Oscuro. Pestañeó un par de veces aturdido, tratando de deshacerse de aquella lobreguez que lo había enceguecido y que ahora no le permitía distinguir nada a su alrededor; sus labios secándose y llenándose de hielo y sombras con sabor a muerte.

   Jason apretó aún más el cuerpo desfallecido de su amante, sobreponiéndose a las sacudidas que lo abatían y que lo tiraban, una y otra vez, contra la tierra yerma y la mustia hojarasca.

   Su corazón palpitó frenético. Aterrorizado.

   La sangre caliente le empapaba las manos y él no podía detenerla. Brotaba de la herida como un riachuelo carmesí; incontenible. Richard se veía cada vez más pálido, más desvaído y débil, más etéreo; como si fuese a desaparecer de entre sus dedos en cualquier instante, devorado finalmente por las hambrientas sombras.

—¡Sé que estás aquí! —aulló con un lamento que le quebró la voz—. ¡Por favor! ¡Ayúdalo, por favor!

   Pero nadie le respondió.

   Jason esperó. Esperó con la desesperación de un hombre cernido sobre la cornisa de un abismo que podría consumirlo a él también, pero que había perdido todo temor en la hora justa.

   Su propia vida sería un feliz intercambio si con ella lograba salvar la del muchacho que le había devuelto el placer por vivirla.

—¡¿Qué has hecho?! —rugieron las sombras y el mestizo escuchó la blasfemia que le siguió con una retumbante impotencia que le cortó el aliento. Fue entonces que las tinieblas se echaron hacia atrás y él pudo ver otra vez.

   Allí, a pocos pasos de donde se encontraba, se levantaba la estertórea figura de un ser sobrenatural. Sus cuernos, azabaches y relucientes con un brillo propio, emergían de su frente en una curvatura aún más pronunciada que la de los suyos, y unas enormes alas abrazaban su silueta en un gesto no desprovisto de amenaza.

Las Crónicas Perdidas de Resmaediel || JayDickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora