V. De las cenizas, nosotros ascendemos

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    Nadie nunca fue capaz de explicar cómo aconteció todo.

    La muerte y la desidia se habían extendido sobre las tierras goethianas como una plaga voraz, marchitando todo a su paso y segando incontables vidas en apenas su despertar en este mundo.

    El fuego lo había consumido todo y las cenizas se levantaban de la tierra marchita siguiendo el vaivén del viento invernal, danzando los negruzcos restos de hollín entre los cuerpos de los caídos y los que aún se sostenían de rodillas, suplicando por piedad.

    Y entonces, dicen las canciones, una luz brilló en el horizonte. Una luz pálida y fría, casi azulada, y el fuego rojo que iba con ella se abrió camino a través del sendero derruido como una ráfaga. Las sombras se condensaron y el cielo pareció sumirse en una noche eterna; una sin estrellas ni luna para alentar al sobreviviente. No. Esta noche era una oscura y la única lumbre provenía del fuego fatuo que se levantaba en sinuosas ondulaciones, y de la luminiscencia fantasmagórica que se había labrado el pasaje hacia la ciudad en ruinas a través del bosque.

    Las canciones relatan la leyenda de un caballero, uno que apareció de pronto y que defendió a la amurallada ciudad caída, pues el emblema de Goetia resplandecía en su peto por la luz que emanaba de su piel. Sus ojos azules brillaban también y él se cubría bajo un manto oscuro, uno que ocultaba sus cabellos y la forma alargada de sus orejas. Sin embargo, pese a su forma humana, poco natural había en él. Su presencia desprendía una suerte de poder apenas despierto y aquello causaba cierto terror en todo aquel que estuviese consciente como para presenciar su paso.

    Le acompañaba un guerrero de piel rojiza y llameantes ojos verdes, estos desprendiendo un fulgor sobrenatural, cargado de violencia. Y, entre las sombras, se adivinaba la marcha tranquila de un monstruo alado que iba junto a ellos. Uno con enormes garras, capaces de destrozarle el cuello a un hombre adulto con tan solo un roce de su mano, y una pronunciada cornamenta que coronaba su cabeza como dos vástagos afilados.

    Los tres se enfrentaron a los Faës que habían invadido la ciudad y, sin embargo, nunca derramaron su sangre platinada sobre la tierra ya teñida de carmín. Los atrapaban o los noqueaban; a veces incluso atontándolos lo suficiente como para que detuviesen cualquier movimiento. En algunos de ellos, fue tanto el terror al enfrentamiento contra estos seres, que su sola presencia provocó su huida hacia el follaje del bosque lindante.

    La trinidad ponía un fin a la violencia contra los humanos, detenía el avance de las huestes y dejaban fuera de combate a cualquiera que se cruzara en su camino, mas nunca asesinaban a aquellos que habían asesinado a miles. Tan solo a uno. Uno que, según dicen los cánticos, había doblegado la voluntad de aquellas criaturas a la suya propia. Uno que había exterminado al linaje noble de la antigua fortaleza que se alzaba en la colina, donde los últimos estertores de muerte abandonaban ahora los labios de la real familia Crowne y él se autoproclamaba Amo y Señor de todas las tierras que cayeran bajo su ejército.

    Allí lo encontró la trinidad feérica. Sentado en el alto trono del Salón Real con la corona de diamantes y zafiros ciñéndose a su frente amplia.

    Las leyendas cuentan que la batalla duró todo lo que quedó de aquella noche y gran parte del día siguiente también; poniendo un punto final a la masacre en la hora más oscura del tercer día de asedio.

    Cuando supervivientes de la ciudad arribaron al Castillo, se encontraron con el cadáver de una colosal serpiente. Sus ojos amarillos aún abiertos de par en par, con su lengua bífida teñida de sangre desparramada sobre el mármol pulido. La cabeza de la criatura, sin embargo, asemejaba la de un humano, con sus largos cabellos grisáceos y sus encrespadas cejas severas; con una boca rasgada que parecía haber pronunciado un último grito rabioso, cargado de odio y maldición, contra los que le hubieron atravesado el corazón antes de perecer.

Las Crónicas Perdidas de Resmaediel || JayDickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora