Intro

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Un día de verano, cuando tenía 17 años, Maya y su mejor amiga, Iris, estaban en una fila esperando a entrar a un parque de atracciones mientras soportaban el calor. Era su primera vez allí, por lo que estaban bastante ilusionadas.

Durante el camino al parque y mientras hacían la cola, Maya se había dejado llevar por su sed y había bebido varios refrescos grandes, sin pensar en la enorme presión que pronto iban a ejercer sobre su vejiga.

Entraron, y unos minutos después, Maya comenzó a sentir la necesidad de ir al baño. Sin embargo, cada vez que pasaban por uno, las filas parecían igual de infinitas que la de entrada.

"Bah, no pienso hacerme esa fila para mear. Aguanto hasta casa", pensó Maya.

Pero con cada paseo en las atracciones y cada risa compartida, la presión en su vejiga se volvía cada vez más intensa. Se mordía el labio, apretaba las piernas y las movía tratando de distraerse de las crecientes ganas de orinar, pero la lucha se estaba volviendo difícil.

"¿Estái bien? Te veo incómoda", le preguntó con preocupación Iris, que notó el comportamiento inusual de Maya.

"S-sí, nomás que tanta adrenalina me revolvió un poco el estómago. No te apures, al rato se me pasa", contestó Maya junto a una risa nerviosa.

En su interior, Maya luchaba con su gran necesidad de orinar, que aumentaba con cada minuto que pasaba. Sin embargo, no quería perder su posición en la cola para la mayor montaña rusa ni que Iris tuviera que estar 5 minutos en una cola solo para que ella fuera al baño. 

"Nunca sentí mi vejiga tan llena. ¿Cómo rayos llegué a este punto? Es una locura. Lo más raro es que esto me está prendiendo, es como si hubiera una chispa de emoción mezclada con esta urgencia. Mi mente me dice que corra a un baño, pero mi corazón me dice que siga aguantando, y esta vez le voy a hacer caso. ¡Ándale Maya, respira hondo y aguanta!"; pensó Maya.

Después de unos minutos subieron a la atracción. Maya podía sentir cómo con cada subida, caída y giro su control disminuía más y más. Ahí se dio cuenta de que debió correr al baño, ya que estaba a unos pocos segundos de orinarse.

En medio de una de las caídas más intensas de la montaña rusa, Maya no pudo resistir más. Sintió cómo un fuerte e imparable chorro cálido empapaba sus shorts. Sus mejillas se sonrojaron y su rostro se llenó de vergüenza y pánico, aunque también reflejaba alivio y euforia por haber liberado toda esa cantidad de orina.

Iris, al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, miró a Maya con sorpresa y preocupación. Rápidamente, en cuanto la atracción terminó, tomó la mano de Maya y la llevó al baño más cercano.

"Perdón, Iris. Ya no pude aguantar más"; murmuró Maya, sintiéndose humillada.

"Dale, no te preocupí. Todas tenemos accidentes en algún momento"; respondió Iris después de abrazarla con ternura.

"Pues a mí no me pasó nunca, al menos que yo recuerde..."; dijo Maya, apenada.

Maya decidió volver a casa e Iris la acompañó mientras le contaba las veces que ella se había orinado encima en público, para hacerla sentir mejor. Al rato Maya llegó a su casa, donde por suerte todavía no estaban sus padres. 

Se dio una ducha, se puso un pijama y se tumbó en su cama, intentando entender esa excitación que tuvo cuando estaba aguantando su orina y esa sensación de placer cuando perdió el control. La hacían sentir rara, aunque tampoco podía ignorarlas.

Desde ese día, empezó a experimentar con aguantar su orina en diferentes situaciones como una forma de jugar consigo misma.

El aguante MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora