Casa

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Un día de invierno, cuando tenía 21 años, Maya estaba saliendo de la oficina donde trabaja de secretaria. Ese viernes Maya no podía quitarse de encima la necesidad de orinar. Cada vez que intentaba ir al baño, surgía algo y tenía que ponerse a aguantar de nuevo. Solo cuando acabó su turno tuvo oportunidad de ir, pero decidió que ya no merecía la pena.

Desde el momento en que salió por la puerta de la oficina junto a los demás y sintió el aire gélido, sabía que había sido mala idea. Empezó a andar rápido, intentando distraerse y no pasar tanto frío.

"No puedo volver, ya lo cerraron", pensó frustrada mientras miraba al edificio totalmente oscuro. "Chingada madre, tengo un chorro de ganas y apenas me subí al carro. Si hoy hay tráfico me hago encima", se dijo a sí misma preocupada.

Para su suerte no hubo atasco, por lo que pudo llegar a su casa completamente seca, aunque desesperada por orinar. Cuando llegó, su teléfono comenzó a sonar y al ver que era su madre, decidió responder, pensando que solo iba a durar unos pocos minutos.

Pero la conversación se estaba alargando más de lo que Maya esperaba, y mientras hablaban, su necesidad de ir al baño aumentaba por segundos. Bailaba, apretaba sus muslos, se agarraba la entrepierna con su mano libre, andaba de habitación en habitación... todo para contener la orina que amenazaba con escapar.

"Por Dios, mamá, ¿de veras no notas que tu hija está a punto de mearse encima? ¡Cuelga de una vez!", pensó enfadada y frustrada.

Y debía no darse cuenta, porque no colgó. Al poco se le escaparon unas gotas de orina, mojando su ropa interior. Pero a pesar de esto, Maya siguió hablando con su madre, sin mencionar su urgencia pero aguantándola.

Cuando finalmente la llamada terminó, Maya se dio cuenta de que tenía una tonelada de mensajes y notificaciones sin leer en su móvil. Empezó a revisarlos todos mientras andaba hacia el baño, pero las ganas de orinar ya eran insoportables.

"Ay, me voy a hacer, no aguanto más", se dijo a sí misma justo cuando su vejiga se daba por vencida, liberando un fuerte chorro de orina que empezó a empapar su traje de oficina y sus medias.

Maya sintió la típica sensación de alivio, aunque hoy amplificada y unida a una sensación de orgullo, ya que logró estar algo más de 20 minutos en llamada con su madre sin que ella se diera cuenta de su enorme necesidad y sin que tuviera hacerla escuchar como la orina golpeaba el suelo o el interior del inodoro.

Cuando por fin acabó de orinar, Maya limpió el gigantesco charco que hizo y permaneció con esa ropa, ya que no iba a salir de casa hasta mañana por la tarde.

"¡No manches!, nunca sentí mi ropa tan mojada. Obvio, llevaba desde las 8:30am o algo así sin ir al baño y apenas me meé a las 7:32pm. Seguro esta vez fue la que más aguanté, incluso con el chingo de agua que bebí y el trabajo", pensó sorprendida Maya al tocar su regada ropa.

Algunas horas después, cuando estaba agarrando el pijama que se iba a poner para dormir, le dieron ganas de ir al baño, y es que Maya había estado desde el accidente bebiendo té de jengibre como de costumbre. Como ya había orinado en esa ropa decidió entrar a la ducha y vaciar su vejiga allí en ella.

Cuando terminó se quitó su mojado uniforme y húmedas medias, pero no sus empapadas bragas, encima de las cuales se puso su pijama para finalmente irse a dormir y probablemente soñar con gente orinándose.

El aguante MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora