Parque

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Un día de verano, cuando tenía 19 años, Maya estaba pasando la tarde en un parque de su nueva ciudad. Por fin había comenzado la universidad y quería explorar su nuevo entorno. El parque era hermoso, con amplios espacios verdes, coloridas flores, un lago enorme e incluso un parque infantil. Maya se deleitaba y fotografiaba el lugar mientras paseaba por los senderos.

Sin embargo, conforme avanzaba, a Maya le entraron ganas de orinar. Al ver que no había demasiada gente en el parque, tuvo una idea:

"¿Y si intento llegar a mi límite y meo en mis bragas sin que me atrapen? Nunca lo hice en público, pero suena a un buen reto", pensó Maya.

Al principio siguió paseando normalmente, pero después de una hora Maya tuvo que empezar a hacer otras cosas para distraerse, como darle de comer a los patos o revisar sus redes sociales, todo para intentar quitarse de la cabeza que tenía que orinar. Pero nada parecía funcionar, su vejiga se estaba llenando y empezaba a incomodarla.

Tras alrededor de otra hora, decidió buscar un banco alejado del resto de la gente, y es que las ganas eran tantas que ya no podía aguantar disimuladamente. Al poco lo encontró y se sentó, tratando de encontrar una posición cómoda para aguantar.

Ya sin la presión de poder observada, empezó a cruzar y apretar sus piernas e incluso su entrepierna, todo para que ni una gota de orina saliera de su cuerpo.

Pero a medida que pasaban los minutos, su vientre iba hinchándose más y más. Maya empezó a sudar frío mientras su mente se centraba únicamente en las increíbles ganas de orinar que tenía.

Cuando pasaron alrededor de 30 minutos decidió que ya no podía aguantar más y se levantó hacia un arbusto que había visto antes. Pensó en ir al baño del parque, pero con cada paso que daba sentía que estaba a punto de tener un accidente. No le quedaba más opción que orinar en ese arbusto.

Finalmente, a pesar de que sus piernas temblaban, llegó. Sabía que era arriesgado, pero debía cumplir su reto, y era mejor que orinarse en frente de todos.

Miró a su alrededor asegurándose de que nadie la estaba viendo, se agachó y levantó su vestido, exponiendo sus bragas. Después de unos segundos empezó a soltar un gran chorro de orina a través de ellas, empapándolas y mojando la hierba. Cuando terminó se levantó y se volvió a bajar el vestido, sintiéndose avergonzada y aliviada al mismo tiempo.

"Técnicamente le hice un favor al pasto, le di un chingo de nutrientes", bromeaba en su cabeza Maya mientras se alejaba de aquel arbusto.

Ya había cumplido el reto, así que decidió volver a su casa. Mientras regresaba estaba un poco preocupada por si alguien la había visto orinando o podían notar que sus bragas estaban mojadas, aunque sin duda había merecido la pena, sobre todo por esa sensación de libertad y de haber hecho una travesura.

Para su buena suerte tenía un piso entero para ella, así que cuando llegó decidió probar algo que había visto en algunos foros de omorashi: permanecer con las bragas húmedas.

"Es una pena que con todas las veces que me meé desde que vivo aquí, nunca me quedé en la ropa mojada. Con lo chingón que se siente cómo mis panties se van enfriando", pensó Maya. "Pero bueno, parece que eso, por lo menos algunos días, va a cambiar".

Cenó y decidió darse una ducha. Se puso su pijama y se puso a trasnochar, aunque solo un poco, ya que mañana empezaba a trabajar de camarera en una cafetería. !Que la universidad y vivir sola no son nada baratos!

El aguante MayaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora