Capítulo XV

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Alrededor de tres, casi cuatro meses habían transcurrido desde entonces.

Las veces que Chuuya había recibido descargas eléctricas desde entonces eran innumerables, sin embargo, lo peor de todo no era eso. Para el pelirrojo, la mayor tortura a la que solían someterlo, al menos dos veces a la semana, era cuando le vendaban los ojos y le administraban una especie de sustancia que hacía que su cuerpo provocara una especie de luminiscencia rojiza en su piel, lo cual le hacía perder la consciencia completamente, era como si se convirtiera en una especie de monstruo, de marioneta. Y cuando despertaba de aquello que sentía como una pesadilla, Mori o alguno de sus subordinados lo felicitaban por haber cometido actos tan atroces como eliminar a los enemigos.

Chuuya nunca se había odiado tanto en su vida.

Por si fuera poco, los recuerdos que Chuuya poseía de cuando era parte de la policía se fueron desvaneciendo poco a poco. Y, si bien, desde antes no era capaz de recordar su pasado, ahora ni siquiera tenía noción de quién era él. Era como si una enorme bruma hubiese nublado por completo todos sus recuerdos, como si estos hubiesen sido guardados en un cofre y puestos bajo llave. Chuuya únicamente era capaz de recordar momentos específicos de su vida, así como algunos nombres. Pero temiendo que en cualquier momento pudiese olvidarlos, el pelirrojo solía escribirlos en un papel; Akutagawa, Tachihara, Tanizaki, Ranpo... Dazai.

Un nuevo día comenzaba, Chuuya lucía impecable, portando las más caras prendas, fragancias de lujo e inclusive los sombreros de la mejor calidad que pudiese pedir, sin embargo, no dejaba de sentirse vacío.

Chuuya lucía como todo un miembro de la mafia, como uno de los ejecutivos de Mori Ougai.

Sin embargo y, pese a eso, Chuuya no dejaba de ser un esclavo, un peón más en el enorme tablero de ajedrez de aquella mafia. Después de todo, él mismo era parte de aquellos inhumanos experimentos que esa bola de médicos impartían.

Era irónico cómo pasó de ser un comandante de alto rango a un ejecutivo de la mafia.

Vaya vueltas que da la vida.

En esos momentos, se encontraba caminando por uno de los largos pasillos a un costado de su superior, Mori. La labor de ése día era supervisar a los sujetos de prueba, los cuales, no dejaban de ser adolescentes e incluso niños.

Chuuya se había encariñado con uno de los sujetos de prueba en particular, un niño de entre trece y catorce años, rubio y con una fuerza sobrehumana, producto de las diversas sustancias que le administraban.

–¡Chuuya-san! ¿Estarás supervisándome el día de hoy? ¡Espero que sea así! Te prefiero a ti antes que a la señorita Kouyou... –Musita el pequeño rubio desde dentro de su cabina.–

Chuuya se encontraba detrás de la enorme puerta de hierro, la cual, únicamente tenía una pequeña ventana, por la cual podía ver a Kenji. Todos los niños y adolescentes que se encontraban en aquel laboratorio, prácticamente vivían en una pequeña cápsula, cuyas "comodidades" no eran más que una pequeña cama individual y una letrina a un costado.

Básicamente, se trataba de una prisión. Una prisión en donde experimentaban y hacían pruebas con sus reclusos.

–Kenji, ¿cuántas veces te he repetido que dejes las formalidades conmigo? –Chuuya bufa, para luego abrir la enorme puerta.– Estaré hoy contigo, pero no te emociones, esta vez no dejaré que robes mi sombrero.

El rubio, Kenji, una vez que se hubo encontrado fuera de su cabina, se abrazó al pelirrojo, el cual, estaba casi de su tamaño. Lo abrazó tan fuerte que terminó levantándolo del suelo, a lo que Chuuya simplemente gruñó y dio un par de palmaditas en la cabeza del más pequeño, como si de un cachorrito se tratase.

Kidnapper | soukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora