Una buena mañana, un no tan buen comienzo

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La habitación se encontraba a oscuras. Sólo se escuchaba la respiración de una persona.

Dean dormía envuelto en las cálidas mantas que lo abrigaban. Era sábado por la mañana, no tenía encargos, pendientes o cosas que lo agobiaran en ese momento. Había sido una semana relativamente tranquila. Una que otra cacería, pero nada exagerado. Aún así, estaba increíblemente cansado. Probablemente eso se debía a la cena que se extendió hasta largas horas de la noche gracias a un paquete de cervezas.

Se despertó sintiendo un vacío en su estómago. Su reloj digital en la mesa de noche marcaba que eran las 6:32 a.m. Girando sobre su costado izquierdo, presionó el interruptor de la lámpara de la habitación y todo su entorno fue bañado con una cálida luz amarilla. Notó que había una silla acomodada justo al lado de su cama, y sobre ella estaba la gabardina de Castiel, con una de las mangas sujeta firmemente entre los dedos de su mano derecha. Se extrañó por el hecho de que la gabardina no estuviera sobre su legítimo dueño, y por la fuerza con la que había sostenido la manga a lo largo de toda la noche.

Más aún, se extrañó de que Castiel no estuviera ahí.

No recordaba exactamente qué había sucedido en las últimas horas gracias al efecto del alcohol, pero recordaba haber sido escoltado hasta su habitación sosteniéndose en el hombro del ángel. Todavía tenía puesta la ropa del día anterior, por lo que supuso que tan pronto había puesto su cabeza en la almohada, había entrado en un profundo sueño.

Se incorporó sobre la cama, frotándose los ojos e inflando sus pulmones con una enorme bocanada de aire. Con pereza se colocó sus botas y salió de su habitación. El búnker estaba silencioso. -Sam debe seguir dormido- pensó. Avanzó a la cocina y comenzó a preparar el desayuno.

El aroma de comida casera llenaba los pasillos. Esto no fue suficiente para despertar al menor de los Winchester. Lo que consiguió despertarlo fue el consistente barritar de una licuadora. Varios aromas se mezclaban en el aire, encendiendo el apetito de Sam. Para cuando llegó a la cocina, dos platos se encontraban en la mesa con algo blanco y rojo sobre ellos. Dean ya había comido la mitad de lo que fuera que había preparado.

-Buenos días, bella durmiente- dijo Dean con la boca llena -Desayuna antes de que se enfríe-.

Sam, que todavía no despertaba del todo, le lanzó una mirada de desconfianza. El desayuno se veía inusualmente extranjero. Con el olor a comida frita, Sam esperaba unas Hash Brown. Dean observó la expresión en el rostro de su hermano.

-Son huevos rancheros. Vi una receta el otro día, y me pareció buena idea prepararlos-.

-¿Usaste una motosierra para hacerlos?- preguntó Sam.

Dean tardó unos segundos en entender a qué se refería su hermano.

-Ah, eso fue la licuadora. Necesitaba hacer la salsa. Ahora come- insistió, mientras con un tenedor se llevaba un bocado bastante grande. Siempre era sorprendente la cantidad de comida que Dean podía meter en su boca.

-Te ves de buen humor, Dean-

Sam, sentado en la silla frente a su plato, cortaba con cuidado un pedazo del huevo, explotando la yema y dejando el líquido amarillo escurrir sobre los frijoles y la tortilla frita. Estaba exactamente como le gustaban los huevos estrellados. Dios, tenía un aroma apetitoso y con el hambre que tenía podría haberse comido una vaca. Su hermano lo seguía sorprendiendo con sus habilidades de cocina.

-Tuve una buena noche de descanso, y ha sido una semana sin mucho trabajo. Después de todo lo que hemos pasado, creo que es justo relajarnos un poco- sus ojos tenían un brillo que no se había presentado desde hacía mucho tiempo. Las marcas oscuras bajo sus ojos eran casi imperceptibles. Se levantó para ir por una botella de jugo de manzana y dos vasos, llenándolos al regresar y ofreciendo uno a su hermano. Bebió un buen sorbo.

Las alas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora