Oscura era la noche, fría era la tierra

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Capítulo 2:

Oscura era la noche, fría era la tierra.

Sábado, 2:51 a.m.

La puerta en la habitación de Dean se abrió. Castiel venía con el cazador ligeramente ebrio, que se sostenía gracias al su brazo colocado sobre los hombros del ángel. Castiel, para evitar que Dean se deslizara, había pasado una de sus manos por detrás de la espalda del cazador, sólo como medida de seguridad. Encendió la lámpara al lado de la cabecera y con delicadeza, el ángel retiró una parte de las cobijas que cubrían el colchón lo suficiente como para recostarlo. Las botas cayeron al piso como respuesta a un reflejo adoptado por Dean: sólo necesitaba acostarse en una superficie blanda para despojarse de su calzado. El cazador se quedó quieto, lo que le hizo suponer a Castiel que se había quedado dormido. Lentamente y con cuidado, deslizó una almohada debajo de la cabeza de Dean, sintiendo su cálida respiración rítmica en la mano. Cómo amaba verlo dormir. No, en realidad no era eso. Amaba verlo soñar. Sabía por su tiempo como humano que las personas soñaban, pero no sabía qué era lo que podía ver Dean mientras dormía. Cuando el cazador no tenía pesadillas, Castiel percibía un aura de felicidad radiar de él de una manera que nunca lo hacía de, por ejemplo, Sam.

A pesar de todo, decidió no quedarse por peticiones pasadas de Dean, que se molestaba si al despertar descubría que Castiel lo observaba. No había dado más de dos pasos hacia la puerta cuando una voz rompió el silencio.

-Cas...- dijo Dean, medio en sueños.

-¿Sí, Dean?- Contestó. Se dio media vuelta para observar al cazador con sus ojos azules. Creía que Dean dormía profundamente por el ritmo de su respiración, lento y letárgico. Claramente no era así.

-Podrías...- la voz de Dean sonaba suave, cansada y en cierto modo, triste. -¿Podrías quedarte aquí? Por favor.-

Sorprendido por esta petición, se congeló en su posición por unos cuantos segundos.

-Por supuesto- Castiel jaló la silla ubicada debajo del escritorio de la manera más silenciosa que pudo, y la acomodó junto a la cama.

En cuanto se sentó, Dean extendió su mano y tomó la de Castiel, acariciando el dorso de la mano del ángel con su dedo pulgar. Una sonrisa de felicidad pura se hizo presente. Sus ojos no estaban completamente cerrados, y dejaban escapar entre los párpados un destello verduzco. -Gracias- dijo con una voz que apenas era un susurro. Sus mejillas estaban rosadas, pero Cas no sabía si era por el alcohol o por sentir su mano. El ángel también sonrió. Dean siguió deslizando suavemente su dedo por unos minutos hasta que se quedó completamente quieto. Sus ojos cerrados firmemente ahora.

Tiempo transcurrió, sin más sonido que la respiración de Dean. Castiel podría jurar que también alcanzaba a oír los latidos de su corazón, bombeando cálida sangre a todo su cuerpo, a esa mano que ahora sostenía a la suya y que tenía el tacto más agradable. Podría quedarse así con él para siempre. Se sentía tibio por adentro.

La llamada interrumpió el momento.

No quería que Dean despertara. Tampoco quería que soltara su mano, así que contestó por él, batallando para tomar el teléfono de su bolsillo de su pantalón de mezclilla sin despertarlo y sin moverse demasiado. Recibió la información de alguien llamado Paul, quien hablaba con una voz rasposa. Sospechaba de saqueos a tumbas con algún propósito digno de llamar a los Winchester.

Quizás fueran sólo eso, saqueadores comunes y corrientes, pero quizás valiera la pena investigar. Así, en caso de que no fuera nada o fuera algo, se encontraría muy cerca del búnker y podría avisar sin mayor problema. Además, le ahorraría un viaje a Dean.

Las alas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora