Siempre

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A Dean le pareció que Sam había pasado demasiado tiempo frente al volante, así que se sintió mejor al poner de nuevo sus manos sobre la palanca de cambios, pisar de nuevo los pedales, sentir cómo el motor vibraba y andar de nuevo por las amplias calles del pequeño pueblo.

Manejar seguía siendo incómodo con la gabardina sobre las alas, pero no iba a dejar que nada le quitara el placer de conducir.

Las nubes, cada vez más oscuras y densas tapizaban el cielo, dándole un aspecto aterciopelado. La temperatura había bajado al menos diez grados desde en la mañana y parecía que iba a seguir descendiendo. Era otoño, pero con algo de suerte, quizás caería un poco de nieve.

Dean bajó una de las ventanas para sentir el frío viento.

-¿Puedes sentirlo también, Cas?

Cas, sentado en el asiento de copiloto, le lanzó a Dean una mirada confundida.

-Temo que tendrás que ser un poco más específico- dijo -Estando contigo, logro percibir una cantidad algo abrumadora de sensaciones.

Dean puso los ojos en blanco, soltando una ligera risa. -El frío. Este viento. ¿Puedes sentirlo?

Castiel cerró los ojos, concentrado.

-Sí.

-¿Te agrada?

-Hm.- Cas consideró su respuesta -Me parece que sí.

-Bien

Con un giro del volante, Dean se desvió del camino hacia el motel, yendo a las afueras del pueblo.

-Dean, ¿qué estás haciendo? ¿A dónde vamos?

Dean tenía una sonrisa en su boca. Sonrisa que indicaba que tramaba algo.

Siguieron alejándose del centro, hasta que llegaron a una senda que se adentraba en un pequeño bosque, entrando por el camino lo suficientemente amplio para permitirles pasar. El Impala se sacudió ligeramente con el cambio de pavimento a terracería, avanzando con velocidad constante, perdiéndose entre la densidad de los árboles.

Dean detuvo el auto al llegar a una pequeña laguna en el centro del bosquecillo. Se alivió de que no hubiera nadie cerca, aunque no le sorprendió. El clima no era el mejor para salir a nadar, lo que hacía al día perfecto.

Bajó del auto y se acercó al borde de la laguna para tomar algunas piedras, arrastradas por el ligero oleaje y pulidas en forma de pequeños discos por el tiempo. Metió algunas a sus bolsillos antes de subir con cuidado al capó del auto.

-Cas, ¿puedes decirme si hay alguna persona cerca?

Cas ladeó la cabeza y frunció el ceño, confundido, clavando sus ojos azules en el cazador.

-No entiendo. ¿Nos están persiguiendo?

Dean se rió.

-No, Cas. No es eso. Sólo dime si hay alguien cerca.

Castiel cerró los ojos de nuevo, analizando su entorno. Después de unos segundos los volvió a abrir.

-Está despejado. Sólo hay un granjero a doscientos metros.

-Excelente- dijo Dean, comenzando a desabotonar la gabardina con rapidez. La imagen mental de Cas estaba de pie frente a él.

-Dean, ¿qué estás haciendo? – Castiel sonaba nervioso, pero intrigado.

-Ya verás. Siéntate aquí- dijo, palmeando con la mano el cofre del Impala, dando a entender que se sentara a lado suyo.

Cas obedeció.

Las alas del deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora