Prólogo

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Basing Castle, Hampshire, 1800

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Basing Castle, Hampshire, 1800.

Los gritos resonaban por toda la habitación y más allá, las sirvientas corrían con baldes de agua y paños limpios, la hora había llegado, una nueva vida estaba por nacer.

—Debe respirar hondo, milady, y luego pujar lo más fuerte que pueda —indicó la comadrona encargada de realizar el parto. No habían llamado a un doctor, ya que se quería evitar el escándalo de un hijo bastardo—, todo estará bien, usted es una mujer fuerte y su hijo también tiene la voluntad de nacer.

—No... No puedo... ¡Duele!

—¡Vamos, milady! ¡Su hijo viene en camino! ¡Puje un poco más! —gritó la comadrona.

Largos minutos después, el llanto de un niño se escuchó en toda la habitación y los gritos de la madre cesaron y fueron sustituidos por débiles sollozos de felicidad.

En ese instante, el duque ingresó a la habitación sin importarle el estado de la mujer que acababa de dar a luz.

—Excelencia, no puede entrar.

—¿Qué es? —exigió saber el marqués.

—Es una niña, excelencia.

—Quiero ver a mi hija. —Las palabras de la madre resonaron en la habitación, el duque la miró sin expresión alguna.

—Ahora no, debes descansar —demandó el duque y luego se dirigió a la comadrona para quitarle a la recién nacida y entregársela a una de sus sirvientas.

—No puedes llevártela, es mi hija y quiero verla —exigió la mujer y el duque le hizo una seña a la sirvienta para que le entregara la niña a su madre.

Al verla, la joven madre sonrió y nuevas lágrimas de felicidad brotaron de sus ojos.

—Es... Tan hermosa y pequeña —susurró ella mientras acariciaba la mejilla de la bebé aún manchada de sangre. Al observarla con profundidad, pudo notar la marca cerca de su nuca, la cual tenía forma de una media luna, exactamente igual a la que ella tenía en su hombro izquierdo—. Te amo, pequeña.

—Milady —habló la sirvienta—, debemos limpiarla, se la traeremos enseguida.

Ella asintió y le entregó su hija a la sirvienta, vio como se la llevaban de la habitación mientras otras sirvientas la limpiaban de los restos del parto, cambiaron sus ropas, colocaron nuevas sábanas y le dieron algo de comida y bebida para que recuperara las fuerzas perdidas. Y sin darse cuenta, cayó profundamente dormida.

***

—¿Hizo lo que le ordené? —preguntó el duque y la sirvienta asintió —¿Y ya se durmió?

—Sí, excelencia, el brebaje hizo su efecto muy rápido, su hermana tardará en despertar.

—Perfecto, ahora haga lo otro que ordené —demandó el duque.

—¿Está seguro, excelencia? Es solo una bebé.

—¿Estás cuestionando mi orden?

—Claro que no, excelencia —la sirvienta respondió con rapidez bajando la cabeza.

—Bien, entonces haz lo que te ordené, deshazte de la bastarda y consigue una muerta, mi hermana debe creer que su hija murió.

—¿Pero qué hago con la niña, excelencia?

—No sé, y no me importa, haz lo que quieras, dásela a una familia que no tenga hijos o déjala en un orfanato o en las calles, si muere mucho mejor, es solo una bastarda.

La sirvienta se horrorizó al escuchar las palabras del duque, tanto que apretó a la recién nacida contra su pecho tratando de protegerla.

—Sí, excelencia—respondió la sirvienta y luego se alejó lo más rápido que pudo para llegar al pueblo —estarás mejor lejos de ellos, ahí solo recibirás maltratos y rechazos. Yo encontraré un buen hogar para ti, pequeña.

E.J. Black

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El precio del amor (Saga #4 de Amores Encadenados)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora