Capítulo 1: ¡Ya eres mío!

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Narrador omnisciente

Había llegado el día de personarse en aquel lugar. La compañía Fiore de Salvatore. Así había adoptado el nombre el conglomerado de empresas pertenecientes a las dos mujeres más influyentes dentro del mundo empresarial de Italia, Alessandra Fiore y Alessia Salvatore.

La compañía anteriormente tenía por nombre Salvatore Fiore, sin embargo, al morir Favio, Alessandra decidió hacer el cambio. Irreconociendo los derechos de la hija que también había sido heredera, aunque en aquel momento todavía no cumplía la mayoría de edad.

Alessandra tenía bajo su poder el setenta y cinco por ciento de las acciones de la empresa. Eso la convertía en la socia mayoritaria, dejando solo un veinticinco por ciento de las acciones a la hija. La presidenta era ella y ella tomaba todas las decisiones, cosa que tenía indignada a Alessia.

Por lo general, mantenerla indignada significaba que también la tendría de enemiga.

—Ponte de acuerdo con los inversionistas para cerrar el trato —habló Alessandra a su asistente mientras caminaba rumbo a la salida del edificio, con la mujer detrás—. Busca un espacio dentro de mi agenda para conciliar la reunión. Si es preciso cancelar algo de poca importancia hazlo, y no olvides consultarme.

—Como diga la señora —se limitó a responder, Bianca, al tiempo que anotaba todo a gran prisa en la agenda electrónica que llevaba en las manos.

—¿Cuándo tendré a mi nuevo jefe de seguridad? —preguntó justo antes de entrar al coche, pero no recibió respuesta.

Las dos mujeres centraron su atención en la figura del hombre que salió del auto. El mismo que en ese momento se había detenido frente a la empresa. Venía acompañado por dos personas que aguardaron, mientras el otro se puso en movimiento.

El desconocido había captado la atención de ambas. ¿Y cómo no hacerlo? Si el hombre parecía haber salido de un libro de historias, pero no historias de hadas, sino todo lo contrario. Gianmarco De Angelis parecía haber emergido de una historia en la que el protagonista era el mismísimo diablo.

Diablo en el sentido de que todo en él invitaba a pecar.

Piel blanca y, un metro noventa y ocho de estatura que junto a su cuerpo medianamente robusto, y algo musculado, le hacía verse espectacularmente imponente tras el traje que rellenaba a la perfección. Cabello y ojos negros como la noche, y aunque estos últimos, en primera instancia, estaban resguardados detrás del también oscuro cristal de los lentes, otorgándole un toque algo serio, pero al mismo tiempo sexy y seductor, mostraron la perfección de su mirada cuando estuvo frente a ellas y los retiró.

El corazón de Alessandra palpitó con más fuerza de lo que estaba acostumbrado, cosa que evidentemente ella notó. Así que tragó grueso de forma disimulada y fingió indiferencia. Esta vez no se trataba de la actitud que asumía siempre. Esta vez su desdén era fingido. En realidad, nada de él le resultaba indiferente.

—Buenos días —saludó Gianmarco cuando hubo llegado ante las dos mujeres.

Al hacerlo se quitó los lentes y descubrió sus dos orbes negros como la noche. Los mismos que dejaban ver a través de ellos la oscuridad de un foso oscuro. Aquella mirada decía tantas cosas y provocaba tanto que Alessandra había sentido los efectos en el mismísimo corazón.

Algo dentro de ella se había sacudido.

—Buenos días —respondió Bianca, en cambio, Alexandra no pronunció palabra.

Solo se limitó a observar aquella exageración de hombre, perfectamente formado. Físicamente despampanante.

Todo un coloso de Rodas.

Resistiéndose al deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora