Sesshoumaru estaba tumbado en la enorme cama, claro no debía sorprender una cama de esas dimensiones cuando el que duerme en ella es un tigre blanco. “Rayas”, como Inuyasha lo bautizara y cuyo sobrenombre aún usa para referirse a su forma de bestia, era uno de los ejemplares más hermosos que haya visto jamás el veterinario, aun siendo un experto en esa especie. Mirándolo dormir, o más exactamente admirándolo, no podía evitar que su interés científico saliera a flote.
Acarició desde la cabeza hasta la punta de la cola por sobre el lomo. Suave y cálido pelaje extraordinario de época de verano, seguro en invierno será más largo y grueso. El animal mediría, aproximadamente, según cálculos mentales, unos tres metros y medio de largo de punta a cola. La cruz frontal, de las patas a la cabeza, un metro y treinta centímetros, quizás más. Lo que lo volvía mucho más grande para su especie por algunos centímetros, centímetros que le darían ventaja sobre cualquier macho. Con esas dimensiones Inuyasha le calculaba unos 400 kg de peso, lo que sería igualmente fuera de la normalidad de la subespecie. “Los tigres blancos siempre tienden a ser más grandes y pesados, pero él es enorme”. No había sido una coincidencia que el veterinario cayera “enamorado” del ejemplar en cuanto le miró, era un crimen horrible dejar que le mataran.
Sentía gran emoción, era un extraordinario ejemplar, y podía tocarlo tanto como quisiera, observarlo a la más corta distancia posible sin necesidad de sedarlo, e incluso comunicarse con él. ¡Nada más maravilloso para un hombre de ciencia como él!! Aquello significaba para Inuyasha lo que para un astrónomo la posibilidad de tocar una estrella.
Sin embargo, siempre hay un pero, ¿no es verdad?, Inuyasha no podía comunicar los resultados de sus observaciones al mundo exterior. Porque el tigre en esa cama era también el amor de su vida. Rayas y Sesshoumaru eran la misma cosa. Pero, ¿qué cosa eran? Eso aún no lo tenía muy claro Inuyasha. Acarició la oreja con cariño. De pronto los ojos dorados del tigre, otra cosa anormal en comparación con los típicos azules de sus compañeros, se abrieron de par en par, primero con asombro. Le tomó un momento a Sesshoumaru recordar donde estaba, quién era él, y el nombre del muchacho que le acariciaba con la gran sonrisa.
- Tranquilo… soy yo – dijo Inuyasha acariciando su cabecita. Sesshoumaru cerró los ojos de nuevo, aun trata de recuperarse, bajo los mimos y cuidados de Inuyasha. ¿Sabría Inuyasha que es la única persona que le ha permitido tales caricias? En sus manos se deja hacer, incluso un suave ronroneo le avisa que le gusta, lame la mano y pone una pata sobre el muchacho… - no me abraces tan fuerte… no me dejas respirar – suplicó Inuyasha entre sus garras. Sesshoumaru aflojó el agarre.
- Los humanos son tan delicados – dijo Sesshoumaru, sin ánimos de moverse esa mañana.
- Sí, es cierto – respondió divertido Inuyasha – oye quería pedirte un favor
- ¿Qué?
- ¿Me dejas hacerte algunos estudios?
- No sé qué son, pero da lo mismo. Puedes hacer lo que quieras, sólo no puedes salir del edificio ¿está bien?
- Si… - ya lo habían discutido, ahí era seguro, debían recuperar las fuerzas pérdidas para contraatacar. Inuyasha aún no entiende mucho de lo que ha pasado. Pero no ha querido presionar de más. Por ahora disfruta de la tranquilidad, aunque sea momentánea y efímera, que hay en aquel lugar. Se levantó de la cama, pero la garra de Sesshoumaru lo sujetó, rasgando su playera…
ESTÁS LEYENDO
Animal Instinct: atracción letal.
FanfictionLas más inexplicables e increíbles desapariciones de animales en el zoológico de Tokio tienen preocupada a la policía local, más extraño será cuando la llegada de un misterioso hombre extranjero acabe por ser el mayor descubrimiento de uno de los...