Capítulo veinte

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Willow

Después de caminar durante veinte minutos, por fin llegamos a la discoteca. James me ha llamado antes para avisarme de que nos esperarían dentro, por lo que nos ponemos en la cola.

—¿Te he dicho ya que estás preciosa?

Me giro hacia Declan y sonrío sin poder evitarlo. Poso mis labios en su mejilla y sus manos se apoyan en mi cintura. Me separo lo suficiente para mirarlo a los ojos, pero mantiene mi cuerpo pegado al suyo.

—Me lo has dicho más de diez veces —murmuro, divertida. Aunque no voy a negar que me encanta que me diga estas cosas.

—Me parecen pocas.

Rodeo su nuca con mis manos.

—Eres. Un. Cursi —digo, muy lentamente, saboreando cada palabra para que sepa que me estoy burlando de él.

—Solo contigo —me guiña el ojo y suelto un resoplido que se convierte en una pequeña risa. Voy a fingir que ese simple gesto no me ha puesto nerviosa.

Por dios, parezco una adolescente de quince años enamorada.

—Por fin lo admites —sonrío, orgullosa.

—No tenía sentido seguir negándolo —se encoge de hombros.

Me pongo de puntillas para acercarme y juntar nuestros labios, pero antes de poder hacerlo, me da pequeños golpes en la cintura con la mano. Lo miro, frunciendo el ceño y hace un gesto con la cabeza, indicándome que es nuestro turno.

Me giro hacia el segurata. Nos mira con expresión seria y aburrida, no hace falta que me lo diga para saber que este es el último sitio donde quiere estar. Sonrío tímidamente y tras mostrarle el carné de identidad y comprar las entradas, pasamos.

La música inunda mis oídos rápidamente y, aunque estemos en invierno, el calor no tarda en envolver mi cuerpo. Me quito la chaqueta y me quedo en vestido. Hoy he optado por un vestido blanco ajustado que me llega hasta la mitad de los muslos, con un corte en la parte de la cintura que deja mi piel descubierta. Puede que sea un vestido simple, pero es bonito. Igualmente, en casa de mis padres tengo ropa de hace años, por lo que tampoco puedo vestirme como lo hago en Nueva York.

Declan me agarra de la mano para no perderme y se abre paso entre la multitud hasta llegar al guarda ropas. La gente suele llegar después de medianoche por lo que aún no está tan lleno, cosa que agradezco. Calculo que tenemos una hora hasta que sea casi imposible moverse.

En pocos minutos ya estamos otra vez en el centro de la pista.

—¿Quieres algo de beber? —me pregunta, acercándose a mí para que lo oiga por encima de la música.

—Pero tú no puedes.

—Por eso te lo pregunto a ti, bonita —sonríe, divertido.

—No quiero beber si tú no bebes.

—¿Por qué?

—Me sabe mal.

Suelta una risa.

—No te preocupes, no me apetece.

Solo tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora