Bianchi

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Buenas, ¿tiene caramelos? – Pregunté a la señorita de la bodega.

– Si claro, ¿de los Bianchi?

– Esos mismos, ya me conoce bien – Dije con una pequeña risa.

– ¿Cuántos vas a querer?

– Sabe algo, deme el paquete completo.

– Te gustan mucho, se nota.

– Algo así, son de mucha ayuda para mí.

– Ah si, bueno sí tú lo dices – Me entrego la bolsa y me fuí.

Con mi termo lleno de agua, el paquete de caramelos y mi conjunto deportivo me fui rumbo al lugar más cercano para despejar la mente un rato.

El monumento matasiete.

Hubiera preferido el mar, pero tenía que ir a consulta y no me iba a dar el tiempo. Ya había dejado todo listo en la casa temprano.

Logré levantarme temprano sin ningún problema ni dolores, y con bastante energía. Anoche tuve que tomar un par de pastillas y unos té de esos que prepara mi abuela para poder dormir bien, y si funcionaron, no hubo rastro de pesadillas en toda la noche.

Iba a trote suave por la vía, el sol era matador y no se asomaba ni una sola nube. Llegué al principio de las escaleras tomé un poco de agua, abrí un caramelo y empecé a subir. Eran como unos diez minutos de subida, aunque para mí fueron cinco.

Al estar en la cima del monumento me senté mirando la vista de la ciudad. Comía Bianchi cada cinco minutos y eso para mí no era bueno. Estuve ahí sentado media hora sin hacer nada, solo miraba y miraba, hasta que solo la alarma indicándome que ya era tiempo de ir bajando para llegar a consulta temprano. Ya había faltado dos días, pero está vez si me notifique con la doctora.

Volví a guardar la bolsa con los caramelos que quedaban, las bolsitas vacías para botarlas después, el termo de agua y empecé el recorrido de regreso.

Al pasar por la plaza recorde la pesadilla y me dió un escalofrío que no me gustó para nada, eso era algo que me iba a atormentar por un tiempo.

– Amanda, ¿Cómo esta? – Salude apenas entré.

– Muy bien señor Andrew, ¿Y usted?

– Digamos que bien para no entrar en detalles – "Digamos que bien" en realidad era un "De la patada" – ¿La doctora está?

– Si claro, lo está esperando de hecho.

– Gracias Amanda. ¿Quiere un caramelo? Son buenos.

– Oh, si está bien – Saque del bolso unos caramelos y se los entregué – gracias señor Andrew – Le dedique una pequeña sonrisa.

Entré y la doctora estaba viendo sus cuadros de los títulos y doctorados. Yo tomé un caramelo y me lo comí, guardaba los envoltorios en mi bolso.

– Oh, Andrew llegaste – Se sorprendió un poco al verme – ¿Cómo has estado? – Tomo el temporizador y coloco el tiempo.

– ¿Cómo cree usted?

– Por tu cara y tu voz, me atrevería a decir que para nada bien. Cuéntame, ¿Qué tienes? – Tomo asiento en su escritorio y yo en el sofá como siempre.

– ¿Qué no tengo? sería la pregunta doc. Problemas y más problemas, definitivamente mi vida es como las matemáticas – Ninguno de los dos contuvo la risa por el chiste – Aunque si han pasado cosas buenas también.

– A ver, primero háblame sobre la pesadilla que me medio contaste por teléfono.

– Esto en definitiva es como un déjà vu, solo que... – Recordé el momento donde vi a la doctora muerta y todo lo que pasó desde ahí – Fue muy feo todo.

Diario de nadie Donde viven las historias. Descúbrelo ahora