pecas, pecas, pecas.

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Se negaba rotundamente a explicar que él no tenía ni puta idea de cuál era su pinche perro maldito asqueroso signo zodiacal.

Estaba como imbécil viendo con cara de culo al posible amor de su vida. ¿Ahora qué mierda decía?

Estaba a punto de decirle que no tenía ni idea cuando el niño pecoso volvió a interrumpirle.“L-lo siento, es una mala costumbre mía. Perdón si le incomodé, es que me da vibras de Aries...”

Los dedos llenos de anillos se movían tratando de explicar. ¿Qué putas era un Aries?

“Mira pecas, no sé cuál es mi signo. Nací el 20 de Abril y tal, tú dime.”

Izuku rompió en carcajadas mientras daba saltitos. “¡No puede ser, realmente eres Aries!”

Katsuki necesitaba con urgencia el contexto. Probablemente su cara lo decía, pues el pecoso se detuvo y, con un cactus en sus manos, le explicó:

“Los Aries normalmente no tienen paciencia, son líderes naturales  y así... No lo sé, pero encajas en ésa categoría. Yo soy cáncer, se dice que soy muy espiritual y emocional, de hecho lloro por todo.”

Katsuki  quería decir más, preguntar más, pero no pudo. Le ganaron los nervios y la vista tan agradable que planteaba las mejillas llenas de pecas de ése cabrón.

Pero él era heterosexual, lo sabía muy bien. Simplemente fue muy chocante ver tan de cerca a un niño bonito como de los que salen en Instagram o TikTok.

Pero nada más. El tal Izuku continuó hablando, dando palmadas y corriendo entre las plantitas y las flores mientras hacía el tan famoso ramo para Ashido.

Hablaron. O bueno, Izuku habló y Katsuki  escuchó. Él era bueno escuchando.

Sentía que era alguien en quién podías relajarte y recibir algunos consejos. Izuku habló mucho. Le explicó los significados de muchas flores, para que le explicase a Ashido por qué le regalaba ése mismo ramo.

Sin embargo, para Katsuki fue muy difícil pensar en Ashido mientras los gladiolos rojos y los lirios blancos eran puestos en sus manos, en un envoltorio bonito con una carta de dedicación escrita a mano con una caligrafía tan bonita como el mismo Izuku. Fue difícil pensar en ella, cuando los únicos ojos en los que pensaba no eran en unos grandes y miel, sino en los saltones y brillosos del pecoso.

Pagó, esperando que la sonrisita del niño se le grabara en la retina. Recordándose a sí mismo que debía de ir al arcade, ahora no sabía ni dónde iba a poner el ramo. Era un problema para el Katsuki  del futuro.

...

Pronto no necesitó grabar su sonrisa, pues regresó casi todos los días al salir de la escuela a la florería. Regresaba para comprarle flores a su novia. Regresaba por que necesitaba ver esos ojos saltones que siempre lo veían a él y sólo a él.

Regresaba porque tenía obsequios que darle al pecas. «No lo necesitaba.», «Me recordó a tí.», «No preguntes, cachetón. Tómalo »

Nada de ésto había sido hablado con sus amigos. Con Kirishima, principalmente. Se sentía horrible, con Ashido abrazándolo todos los días, hablándole dulce al oído u besándose a la salida. No se sentía correcto.

Así que se decidió por lo más responsable y fácil que haría cualquier imbécil de su edad sin aspiraciones en la vida y con poca madurez mental y sentimental.  Mentir.

Le mentía a sus amigos, diciéndoles que todo estaba bien en su relación. Le mentía a Ashido, asegurando que todo estaba bien entre ellos. Le mentía a Izuku, diciéndole que todo estaba bien con su relación.

Y no podía parar. Porque si lo hacía, dejaría de ver a Izuku, si lo hacía, tendría que aceptar que no estaba simplemente «apreciando la belleza» y que, de hecho, era un pinche joto.

Sí, en su cabeza sonaba bien. «Me hice joto por el pecas. Por Izuku.»

Pero, claro. Pensarlo era mucho más sencillo que decirlo, que expresarlo y que confesar que ya no le gustaba su preciosa novia y que, en cambio, prefería mil veces pasar sus manos sudadas por entre las trenzas suaves y llenas de trazos de polen de Izuku.

Izuku era perfecto. Era la definición de amor, de comprensión y de todo lo que Katsuki  quería en su vida. Era la señal de libertad, de ser lo que que quería ser sin ninguna cadena de por medio.

Izuku era la representación de todo lo que Katsuki  quería y que, por miedo, jamás haría realidad hasta que se agarrara los huevos y pusiera sus prioridades bien centradas.

Necesitaba crecer y dejar de comportarse como un maldito estúpido que no pensaba en los sentimientos de los demás, en los de su novia y en los de su pecoso.

Pero antes, le regalaría un peluche a Izuku. Era una cosita pequeña, un dinosaurio de hecho, que por algún motivo, con el color verde y pequeño, le dió vibras de Izuku.

Y sólo por ello nadie debía de juzgarlo.

«Maldito cursi de mierda»,  se dijo.



florista || katsudeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora