0: El zafiro

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Londres, 1817

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Londres, 1817

—Entonces le dije que cómo se atrevía a robarme el zapato —escuchó decir a la señorita que se encontraba de espaldas a él.

La miró con desconcierto, interesándose de manera muy poco educada en una conversación ajena, mas no pudo remediarlo. Su cabello, rojo como las brasas de un fuego que está a punto de extinguirse, se hallaba atado en un bonito recogido del cual escapaban algunos de sus rizos. Pensó que, pese a ser una chica menuda, contaba con mucha presencia en la sala.

—A lo que él me contestó que una señorita de mi calaña no merecía tener un par de zapatos tan distinguidos como esos —prosiguió la pelirroja con desparpajo, siendo consciente que la muchacha que se encontraba a su lado no le estaba prestando atención—. Por supuesto, yo me ofendí de la peor de las maneras, ¡que me haya criado en el campo no significa que sea una incivilizada! —exclamó.

El muchacho frunció el ceño ante tal declaración, ¿acaso alguien en su sano juicio le intentaría hurtar un par de zapatos de tacón a una pobre joven? Intentó dejar de escuchar, pues se sentiría la mar de avergonzado si alguien lo pillase hurgando en asuntos que no le incumbían, pero le fue totalmente imposible al oír la siguiente declaración de la señorita:

—Así que, en un arrebato de furia, me hice con el cuchillo de untar mermelada y se lo clavé; jamás hubiese podido imaginar que algo con tan poco filo pudiese ser tan mortal —aquella horrible confesión salió de sus labios como si estuviese hablando sobre su color preferido—. Me horroricé al instante y decidí que tenía que esconder el cadáver en algún lado. Y así fue cómo terminé enterrando a lord Danbury en mi jardín.

Sintió como la sangre abandonaba su organismo, jamás hubiese imaginado que entraría a aquel baile siendo un don nadie, con dinero, pero sin título; y saldría siendo testigo de una confesión de asesinato. Y, aún menos, que el crimen que escucharía sin querer hubiese sido cometido por aquella muchacha tan diminuta y vivaracha.

Las manos le comenzaron a sudar mientras trazaba su plan de huida con el fin de encontrar a la figura de autoridad más cercana a la que reportar el crimen.

—¡Ves, no me estabas atendiendo! —volvió alzar la voz la pelirroja, acusando a la que, supuso, sería su amiga.

—¿Qué has hecho, Wendy? —Así se llamaba la asesina, debía recordarlo antes de partir.

—Nada —sonrió—. Me lo he inventado todo —anunció a con jovialidad.

El aire, que no sabía que había estado reteniendo en sus pulmones hasta el momento, escapó de sus labios a modo de suspiro. Se sintió como un imbécil por haber creído, aunque solo fuese por un instante, que aquella chica hubiese sido capaz de asesinar a alguien, para luego ir aireándolo por toda la ciudad.

Observó con detenimiento el perfil de la que le acababa de propiciar un susto de muerte: su nariz era respingona, como toda ella, y las pecas decoraban su redondeada cara asemejándose a un cielo estrellado. Sin embargo, lo que más le cautivó fue esa mirada azul que brillaba como el zafiro de mejor calidad.

Y se preguntó, si en algún momento, iba a ser capaz de olvidar ese par de gemas.





Nota de la autora: ¡Hola! Como lo prometido es deuda, ya tenéis disponible el primer capítulo de Por un segundo baile, la continuación de Un vals a medianoche. Nuestra nueva protagonista va a ser algo extravagante... Pero sé que le tenéis mucho cariño. Espero que os lo paséis tan pipa como yo jejej.

Gracias por leer,

Camshe x

Por un segundo baile | Gemas LondinensesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora