Cap. 30

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A la par que el anterior Dottore caía, otra de sus personalidades se hacía presente. Había ido directamente a buscar al otro grupo, y esque como se suele decir, si quieres un trabajo bien hecho, tienes que hacerlo tú mismo. 

- Bonita ratonera. - Saludaba Dottore. - Es una pena que no halla servido de mucho. - Este se encontraba detrás de Kaeya, quien al parecer le daba la espalda conscientemente desde un principio. - Pensé que los demás estarían contigo, incluido ese niñato de Tartaglia. - 

- No necesito niñera, además tienen mejores cosas que hacer. - Decía mientras invocaba su arma. 

Una amplia habitación oscura, a la luz de unos pequeños focos era el escenario de aquel encuentro. Una gnosis se iluminaba en un tono verde. El fatui sonreia. Aquello sería interesante, y más al notar aquella energía siniestra proviniente del joven frente a él. De un momento a otro, Kaeya se giraba tranquilamente. Se podía observar como mantenía una expresión calmada y sonriente como si tramara algo. Al ver aquella expresión, Dottore temblaba, la sensación que desprendía el otro era increible, nada podría igualarlo, pero no era miedo precisamente lo que sentía el propio heraldo, sino excitación al pensar que obtendría aquello que buscaba. Conseguiría la descendencia de khaenri'ah, Vennessa y los Shuna del Valuka todo para experimentar, o eso pensaba. Estaba claro que con aquella gnosis, él tendría todas las de ganar, sin embargo subestimó algo que no debería. Un poder antiguo que no muchos conocían. Este podría hacer que te perdieras a ti mismo, o destruyeras cuanto moraba a tu alrededor, y solo aquellos conocedores de tal poder, podían ser conscientes de lo que el mismo podría ocasionar. 

- Así que por fin me mostrarás lo que ese poder prestado puede hacer... - Este se regocijaba del hecho de que poseía aquel amplio conocimiento sobre todo lo habido y por haber, y si conocieran realmente a Dottore, sabrían que jamás de los jamases subestimaría nada del porvenir. 

Kaeya no respondió a sus palabras, simplemente activó aquel poder que en su ojo residía, el cual estuvo sellado por una razón, pero en ese momento, el capitán no lo pensó dos veces. Si tenía que sacrificarse para proteger a sus seres queridos, que así fuera. 

En un instante, unas finas cadenas doradas cubrieron desde las manos hasta los pies a Dottore, cuyos movimientos fueron detenidos. A su vez, el moreno se acercaba lentamente con espada en mano. La colocaba apuntando con pulso firme al cuello contrario y se despedía. - Hasta nunca. - Atravesaba su cuello si dejarlo decir una palabra más. No escucharía a aquel ser de nuevo, no cuando lo único que salía de su boca era veneno. 

La tensión descendía, y con ello llegaba una inmesa paz para algunos, aunque para Kaeya tan solo un fuerte dolor de cabeza. Comenzaba a sentir los estragos provenientes de haber usado aquel poder que nunca se le permitió. A fin de cuentas, no debía haber sido usado para aquello, pero ya no importaba, lo hecho, hecho estaba. 

El moreno soltaba su espada, el dolor se hacía cada vez más agudo e inaguantable, tanto, que en algún momento este probablemente perdería la consciencia y el control. 

- Nunca debiste usarlo. No era el momento. - Decía una voz grave proveniente de cierto mago de su pasado. 

- Viejo. - Respondía Kaeya entre quejidos. 

- Sabes lo que toca. - El otro reía, en ese momento recordaba las palabras que recibió alguna vez de aquel sujeto. Nunca las olvidaría. Al segundo siguiente, dejaba finalmente de retorcerse para caer. Terminando en los brazos de aquella persona. Ya era tarde, es lo que pensaba en su cabeza mientras terminaba de perder la poca consciencia que le quedaba. 

Pierro colocaba una mano sobre el ojo dorado de Kaeya, y usando sus habilidades, sellaba aquellos poderes. A partir de ese momento, aquella fuerza no podría volver a usarse a menos que él mismo lo permitiera. Era lo mejor para todos. Un chasquido de dedos después, había abierto un portal, el cual no se podía observar a donde iba, pero al parecer tenía intención de cruzarlo, o al menos eso intentó, aunque alguien más tenía otros planes.

- ¿ Ya te marchas? - Una voz joven provenía de entre las sombras. 

- Si, y quizás tú deberías hacer lo mismo. -

- Tal vez más tarde. - El anciano sonreía. 

- Qué alegría ser joven. - Terminaba diciendo para marcharse por el portal. 

La noche se hacía presente para todos en Sumeru. Todos dormían, unos juntos y otros pensando en como se encontrarían sus personas importantes. Diluc era uno de ellos, miraba al cielo en aquella noche despejada y pensaba en lo que haría en cuanto se reencontrara con Kaeya. De esta forma no se sabe en que momento conciliaba el sueño. Este comenzaba a soñar con un lugar conocido, un lugar donde crecen las cecilias, donde su travesía comenzó. Observaba desde lejos su propia figura, como esperaba y deseaba encontrar cuanto antes a Kaeya, y pensaba en cuan larga se le haría la espera, aunque tan solo fueran dos días más de camino, tan solo quería apresurarse y volver a estar a su lado. Mientras tanto una brisa sacudía el lugar, haciendo que Diluc cerrara sus ojos, y al momento siguiente viera delante de si mismo una silueta que se acercaba al barranco y estaba a punto de caer...

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